El autor conoce a Clara en 1936, una joven de la que se enamora. Una relación fraternal que perdurará décadas. Le ayudará a sobrellevar las duras condiciones que vivirá después en prisión donde aprende ebanisteria, y en un período de poder y conflictos del fascismo.
El verano de 1936 me halló veraneando con mi familia en las lindas playas del lago de Garda, en Italia, en casa de un cliente de mi padre. Mientras pasaba los días con los jóvenes del pueblo disfrutando de las dulces olas del apacible lago, se estaba produciendo la guerra de Abisinia, donde el Duce intentaba conquistar un imperio para su pequeño rey. En esta aventura murieron unos cuatro mil quinientos soldados italianos y doscientos setenta y cinco mil del Negus. El ejército italiano avanzaba mientras los jóvenes del pueblo cantaban lindas canciones de guerra: “musetto nero, sarai romano…” y “quando saremo Macalé, or ti daremo un’altra legge, un altro re”
Evidentemente me enamoré de la más joven de las hijas del señor Giovanni, la rubia Clara, iniciando así una relación que duraría más de siete decenios ya que aunque ambos pasamos de los noventa años todavía nos llamamos una vez por semana evocando tan singular amistad.
En su diecisieteavo cumpleaños le regalé una reproducción de un velero que había admirado en una tienda de Sirmione y que se convirtió en el símbolo de nuestro amor. Cuando un año más tarde fui encarcelado y aprendí algo de ebanistería, le hice un cofrecillo taraceando dicho velero en la tapa. La historia de esta pieza es larga; cuando salí de la cárcel el cofre se perdió pero por una serie de afortunadas coincidencias se conservó durante los largos años de exilio, prisiones y desventuras, reapareciendo después de la guerra. Así que muchos años después pude entregárselo, cuando nos reencontramos gracias a ciertos milagros, ambos felizmente casados pero con el imborrable recuerdo de nuestro amor juvenil.
La vida del autor en su país durante los años 30 son en el contexto del régimen de Dollfuss y los posteriores a la anexión de Austria por la Alemania nazi. Destacan su participación en movimientos revolucionarios antifascistas, las normas antijudías y su experiencia en prisión.
Me tocaba volver a la escuela como si nada hubiera ocurrido. Privados de sus locales de encuentro, los socialistas se reunían en los parques y las vegas del Danubio, jurando venganza contra Dollfuss y su gobierno. Muchos socialistas se adhirieron a nuestro grupo desilusionados por sus líderes. El Primero de Mayo de 1939 se celebró en un bosque de Viena la solemne unión de los jóvenes socialistas con los comunistas, resueltos a permanecer unidos en la lucha contra el régimen fascista.
El 2 de mayo, para evitar las manifestaciones obreras, el régimen había programado un desfile en el Ring, la gran avenida de Viena, con Dollfuss y su ministro del interior, el conde de Starhemberg; la juventud en edad escolar estaba obligada a asistir al mismo. Los jóvenes allí congregados se burlaron del régimen aplaudiendo frenéticamente al pasar un cartero con su vistoso uniforme mientras permanecían en riguroso silencio al desfilar el dictador y su séquito montados en caballos blancos.
No me quedaba tiempo para la escuela; había reuniones, se distribuían diarios clandestinos, teníamos que recoger las contribuciones para los compañeros encarcelados y visitar a los nuevos adeptos. Pasábamos los fines de semana en las vegas del Danubio o recorriendo las montañas. Solíamos cantar nuestras canciones y recaudar entre el público fondos para el Socorro Rojo puesto que había quien sacrificaba veinte céntimos de su magro presupuesto para mostrar su simpatía mientras otros nos insultaban.
El gobierno de Dollfuss, enfrentado con la izquierda y con los nazis que promulgaban la unión con Alemania, buscó apoyo internacional encontrándolo en Mussolini, que preparaba su aventura en Abisinia y le convenía favorecer un régimen afín al suyo en el país vecino. Acosados por los nazis, los gobernantes encarcelaron a miles de opositores o les encerraron en un campo de concentración erigido a propósito cerca de la capital. Allí estaba mi hermano y, qué coincidencia, también mi futuro suegro, que había sido funcionario del sindicato y diputado en el parlamento.
Durante los años precedentes a la anexión, los nazis incrementaron sus actividades antigubernamentales asistidos desde Alemania. El 25 de julio de 1934, un grupo de la clandestina SS atacó la cancillería, matando a Dollfuss en presencia de su ministro de interior, un tal Mayor Frey, que estaba negociando la rendición de los atacantes desde el balcón. Su papel quedó en entredicho, suicidándose dos años después.
Recientemente un historiador encontró una referencia de este grave incidente en el diario de Goebbels, revelando la implicación personal de Hitler en el ataque nazi a la cancillería, lógicamente silenciada por los servicios alemanes. En un primer contacto en junio de 1924, Hitler se encontró con Mussolini en Venecia; ambos se reunieron a solas, sin intérprete, durante varias horas y Hitler salió convencido de haber logrado la aprobación de Mussolini para sustituir a Dollfuss como jefe de gobierno en Austria, colocando en su lugar a un personaje de la derecha germanófila apellidado Rintelen. Obviamente los dos dictadores se habían malinterpretado; Mussolini, que apenas conocía el alemán, se vio expuesto a una larga parrafada a la que respondió “Ja” para no tener que admitir que no había entendido nada. En Berlín creían poder iniciar el golpe en base a este ilusorio acuerdo. En respuesta al ataque de Viena, Italia movilizó a sus tropas mandándolas a la frontera. En Alemania, Hitler y los suyos se asustaron ya que no estaban preparados para afrontar un conflicto internacional.
En la cárcel nos encontrábamos junto a nuestros enemigos nazis frente al mismo común adversario. Para los antifascistas era una situación absurda. Cabe contar aquí un extraño episodio con varias consecuencias.
En verano de 1935 la policía me apresó en una manifestación metiéndome en la cárcel durante cinco semanas, tiempo que pasé en la celda juvenil junto a unos veinte socialistas, comunistas y nazis. Allí el calor era sofocante y la dirección no permitía que se abriese la ventana, por lo que nos declaramos en huelga de hambre. Yo tenía casi dieciocho años y me nombraron portavoz. Apareció el director, un alto funcionario de policía, amenazándonos con su porra y me puse enfrente exponiéndole nuestras exigencias. Nos ordenó salir de la celda y que nos colocáramos a la derecha los que estuviéramos a favor de la huelga y a la izquierda los que no. Salí yo primero y para mi alivio todos se colocaron tras de mí. Se abrió la ventana. Al vernos ganadores nos abrazamos felices; quien se mostraba más feliz era un nazi, un muchacho alto, rubio, de ojos azules, el típico germano. Su suerte era trágica: diez años más tarde, acabada la guerra y derrotado el nazismo, se presentó en mi casa contándome que tras el Anchluss se le exigió una prueba de sangre aria, Ariernachweis, y el pobre supo que su padre era de ascendencia judía, cosa que la familia desconocía. Desde entonces tuvo que soportar todas las humillaciones reservadas a los de “sangre impura”.
Además, entre los jóvenes comunistas de la celda había un muchacho obrero detenido por distribuir periódicos clandestinos. Era Ferdinand Hackl[1], un buen amigo y compañero brigadista fallecido recientemente a los noventa y un años, en cuyo funeral pude evocar nuestra temprana gesta,
Y no termina aquí. Al caer el gobierno austríaco, sus altos funcionarios fueron enviados a los campos nazis. Así es que el director de la cárcel, el de la porra, compartió infortunio con sus antiguos reclusos en el campo de Dachau.
Sin embargo la aventura guerrera de Mussolini provocó sanciones de la Sociedad de naciones y un acercamiento entre Hitler y Mussolini, en detrimento de la protección garantizada al gobierno austríaco mientras que, obviamente, ninguna potencia europea estaba dispuesta a acudir en ayuda del país amenazado por la agresión alemana.
Al salir de la cárcel me acogió un liceo a pesar de la nota escrita por la policía en mi expediente y tuve que seguir con Tácito y las fórmulas matemáticas. Corría 1937 y en Núremberg se promulgaron las leyes antijudías que dos años más tarde me convertirían en un ser sin derechos civiles. No recuerdo ninguna manifestación antijudía en mis años escolares.
En la clase éramos treinta alumnos, unos veinte muchachos y el resto, chicas. Pasados cincuenta años me invitaron a una reunión de exalumnos a la que asistieron diez de ellos. No reconocí a ninguno pero me contaron la suerte de algunos de los compañeros de clase.
Ebner, primero en matemáticas, buen compañero y nazi convencido, fue voluntario al frente en 1941, resultó herido en el frente ruso y regresó al liceo pero volvió al frente para no regresar jamás. Uno de los presentes en la reunión juraba haberse ofrecido para procurarle el certificado de mutilado no apto para el servicio pero Ebner lo rechazó, prefiriendo morir por su patria.
La primera de la clase era una chica morena, tranquila, muy inteligente, de religión hebraica (solía salir con los cuatro no católicos que abandonábamos la clase mientras se impartía religión católica). Pereció en un campo de concentración.
Otra compañera, una rubia muy tímida, de ascendencia judía perteneciente a una secta evangélica, se hallaba en la reunión y nos contó que tuvo que emigrar a Brasil con su familia, narrándonos los duros años de exilio, desconociendo la lengua del país y careciendo de recursos.
En una conferencia en junio de 1936, el gobierno de Kurt Schuschnigg que a la muerte de Dollfuss le había sucedido como jefe de gobierno, acordó con Hitler que Austria, como “segundo estado alemán” se alinearía con la política exterior del Reich ofreciendo semilegalidad al partido nacionalsocialista clandestino.
Entretanto yo languidecía por las mañanas en el liceo mientras que por las tardes y noches acudía a las actividades políticas. Por aquel entonces se proyectaron dos películas que nos entusiasmaron. Una era Cheliuskin, un documental sobre una expedición polar soviética, en el que por un momento aparecía Stalin saludando a los expedicionarios a su regreso. La otra, Viva Villa, tenía una corta e impresionante escena, que luego fue censurada, en la que podía verse a los campesinos mejicanos sacando los fusiles de su escondrijo para luchar contra la tiranía. Nosotros, como ellos, anhelábamos una sociedad mejor, socialista, y censura alguna podía quitarnos nuestro juvenil entusiasmo. Cuanto romanticismo, ¿verdad? Así suelen nacer los movimientos que desembocan en transformaciones históricas. Al ganar el poder y constituirse los ejércitos revolucionarios populares, con su rígida estructura, aparecen los líderes pragmáticos y se desvanece el romanticismo. Pero Viva Villa era un film excelente y Wallace Berry un gran actor.
[1] Ferdinand Hackl. (Viena, 1918- Viena, 2010). Miembro de las Juventudes Comunistas desde los 14 años, encarcelado en 1935 por el régimen fascista del canciller Dollfuss. Miembro de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española desde 1937, luchó en varios frentes del sur y el centro y en la defensa de Barcelona acabando en los campos del sur de Francia, Saint Cyprien y Gurs. Cayó en manos de la Gestapo siendo prisionero en Dachau hasta 1945.
En Viena el autor ingresa en un colegio jesuita, donde recibe una educación tradicional y se interesa por la historia. En un periodo de crisis económica, comienza a participar en los movimientos comunistas del país y vive el ascenso del fascismo. Menciona a su hermano que estuvo en la Marina.
En vísperas de mi décimo cumpleaños, el 20 de mayo de 1927, Charles Lindbergh cruzó el Atlántico, señalando la consolidación del mundo occidental tras las convulsiones de la Gran Guerra y abriendo paso al formidable fenómeno de la apertura de los cielos.
En 1927 la Unión Soviética apenas contaba diez años de existencia y estaba aislada en un mundo hostil, fracasado el sueño de la Revolución Mundial. Unos pretendían que los rusos vivían felices mientras otros afirmaban que allí reinaba la miseria. Trotsky era eliminado y se anunciaba el primer plan quinquenal. El mundo se dividía entre adoradores y detractores de Stalin. La propaganda soviética, en vez de admitir las difíciles condiciones del país explicándolas como consecuencia de la larga guerra civil, afirmaba en su torpe propaganda que los ciudadanos eran felices en la sociedad socialista creada.
Inicié una nueva etapa, el liceo clásico. Era un instituto al viejo estilo en el que había que obedecer ciegamente a los profesores. Cuarenta años después mis hijas asistieron a la misma escuela y afortunadamente habían desaparecido tales rasgos. En mis tiempos, durante el recreo se solía pasear por el parque vecino bajo la severa vigilancia de los profesores y ¡Ay del que se apartase del camino! Yo era un año menor que el resto de la clase cosa que me colocaba en desventaja desde el principio; hasta los catorce años me encontraba entre los tres alumnos más pequeños y débiles. Fallaba en varias materias, sobre todo en latín, de manera que tuve que repetir varias veces, cosa que a fin de cuentas me permitió conocer bastante bien esta lengua. El esfuerzo valió la pena ya que me facilitó aprender italiano, español y francés.
En 1929 seguía los estudios con poquísimo entusiasmo cuando al despertar encontré la cama de mi hermano vacía. No cabía duda ¡Wolfgang se había escapado! Lejos de entender los motivos de tal decisión le envidiaba por ello y deseaba imitarle. A ambos nos animaba el ansia de salir del confortable hogar de nuestra burguesa familia para entrar en el áspero mundo de las aventuras arriesgadas. Nuestra madre no comprendía estos anhelos, nos amaba con un cariño sin parangón, dispuesta a cualquier sacrificio. Pasaba horas mirando la carretera por la que Wolfgang debería volver si, tal como ella esperaba, las adversidades le obligaban a ello.
Pero Wolfgang no volvió. En una breve carta que escribió desde Leipzig daba una lacónica explicación y pedía ayuda. Explicaba que intentaba hacerse marinero. Papá le proporcionó el contacto con una pequeña compañía de navegación austríaca radicada en el puerto de Hamburgo. En mayo de 1920 Wolfgang viajaba en el velero motorizado Steiermark surcando las aguas del Báltico, iniciando así su carrera de marinero. Sus primeras experiencias en aquel minúsculo barco mercantil a lo largo del litoral noruego debieron ser muy duras. Tuvo que soportar un trabajo al que no estaba acostumbrado, las guardias nocturnas, el mal de mar, la lengua que hablaban (se trataba del platt, parecido al holandés), las rudas costumbres y las burlas de sus compañeros.
Pero Wolfgang superó todas las contrariedades y en sus cartas describía las bellezas de los fiordos noruegos, el sol de medianoche y su vida diaria en el barco. A los tres meses estaba perfectamente aclimatado.
En octubre de 1929 sobrevino el Crac de la Bolsa de Nueva York y el mundo no tardó mucho en sufrir sus consecuencias. Los que habían perdido súbitamente el trabajo ya no consumían y la marina mercante no tenía mercancía que trasportar. Si no hay quien compre ¿qué productos se van a transportar? Es un círculo vicioso.
A principio de 1930 los puertos alemanes se habían convertido en cementerios navales y los marineros aguardaban desesperados a que zarpase algún barco. A Wolfgang la crisis le pilló en Danzig. Pasó los meses siguientes entre miles de marineros en busca de empleo sin que mejorase la situación. Allí se originaron sus primeros contactos con el sindicato comunista R.G.O. (Revolutionäre Gewerkschafts-Oposition).
En vistas del aspecto desastroso de Alemania en el momento álgido de la crisis, Wolfgang decidió volver a Viena. Pero en su ciudad natal las cosas eran igual de desesperadas, la crisis llevó a los trabajadores a situaciones absurdas: las calles se llenaron de mendigos, las cárceles de ladrones y estafadores, formándose largas colas en la puerta de los conventos donde repartían sopa caliente.
A Wolfgang le resultaba fácil explicar esta situación de escasez en un mundo en el que reinaba la abundancia. La culpa era del capitalismo y la solución propuesta por los comunistas era la revolución y la socialización de la producción. Es lo que habían hecho en Rusia, el primer país socialista; una sociedad sin explotación de los que contribuyen al bien común con su trabajo. El análisis era sencillo y la solución lógica.
En marzo de 1932 las estadísticas indican que en Austria había un millón de parados de una población de seis millones. En Inglaterra eran veinte y en Alemania doce millones. En toda Europa los jóvenes, victimas desesperadas de este inhumano y absurdo sistema, anhelaban el gran cambio, fuese cual fuese.
En otoño de 1931 asistí a una célula comunista[1] con mi hermano. Con apenas catorce años no comprendía nada. Sin embargo, en casa discutíamos con nuestro padre, resuelto partidario de Otto Bauer, que defendía una posición izquierdista como hizo Largo Caballero en España. Para nosotros sólo había dos alternativas: la Revolución que acabaría de una vez por todas con las adversidades de nuestra sociedad o las reformas que predicaban los socialdemócratas y mi padre, que equivalían a capitular frente al capitalismo.
A mediados de 1932 establecí mi primer contacto con la Juventud Comunista[2]. Se reunieron quince personas en un sombrío sótano, jóvenes de claras convicciones. Cada uno de ellos merece su propia biografía. Recuerdo a un dotado orador, apodado “Gitano” por su aspecto algo moreno que, más tarde, fue soldado de la Wehrmacht y perdió un brazo en el frente ruso, absteniéndose de cualquier actividad política después de la guerra. Otro era rubio, de cuerpo hercúleo, el prototipo germano, resuelto luchador antinazi que murió víctima de ellos. A una de esas compañeras de sótano, hija de un abogado, volví a verla cincuenta años después; era una vieja seca que se negó a admitir que alguna vez hubiese simpatizado con los comunistas y haber estado en brazos del rubio. También había uno al que, sin desprecio alguno, apodábamos “Judío” por su fisonomía; procedía de aquellas Baumgarten Baracken anteriormente citadas y fuimos amigos hasta bien pasada la guerra.
El colegio me resultaba cada vez más molesto ¿qué me importaban a mí la biografía de Cicerón o las odas de Virgilio que me exigían aprenderme de memoria? ¡Y las fútiles fórmulas matemáticas, la mineralogía y la química? Hoy acepto los conceptos de saber universal y de educación humanista pero a los dieciséis años me parecían absurdos. Sin embargo había una materia que me fascinaba, la historia. El profesor era un dotado pedagogo pero los alumnos no le prestaban atención y tuve que disciplinar a la clase para poder escucharle.
Pasábamos los fines de semana en las lindas vegas del Danubio, reunidos alrededor del fuego, cantando nuestras canciones revolucionarias y desafiando a la policía. O recorríamos el bosque de Viena acompañados por las mandolinas ¡Qué fácil es motivar a un muchacho de dieciséis años! De esos encuentros juveniles nacieron estrechas amistades que perdurarían en las prisiones, la guerra y los campos. Eran los compañeros que sólo cuatro años después volverían a encontrarse en la batalla del Ebro.
El 11 de enero de 1934 pasé mi primera noche en prisión. Lo recuerdo porque era el cumpleaños de mi madre. Esa noche los nazis hicieron explotar sus bombas en lugares públicos y me apresaron por error, pasando la noche en la comisaría ubicada en el sótano del palacio de Schoenbrunn, que con toda seguridad la emperatriz María Teresa no había destinado a tan lúgubre uso. Me soltaron a la mañana siguiente. Pasé varias veces por tan terrible lugar durante los años siguientes, al ser atrapado por la policía por mis actividades conspirativas.
En aquel momento mi hermano también estaba en prisión por su participación en una manifestación contra el hambre en Nochebuena, organizada por el Partido en un mercado y en la que rompió un cristal al arrojar una piedra envuelta en papel de regalo y soltó algunos de los gansos que allí se exhibían. Una disparatada locura con la vana esperanza de llamar la atención. Ceo que Wolfgang participó en ella más por disciplina que por convicción.
En la vecina Alemania había acabado el primero de los mil años del “Imperio” de Adolf Hitler, llamado por el presidente de la República, el viejo Hindenburg, para gobernar el país en plena legalidad constitucional. En Austria el ascenso al poder de Hitler suscitó muy poco entusiasmo; por aquel entonces ya reinaba en el país su variante alpina, el dictador fascista Engelbert Dollfuss y se avecinaba el gran enfrentamiento entre el gobierno y las organizaciones obreras.
La mañana del 12 de febrero de 1934 se apagaron las luces de la ciudad; la huelga de la central eléctrica era la señal convenida por las formaciones paramilitares del partido socialdemócrata. Los jóvenes comunistas de nuestro grupo nos reunimos presentándonos en el punto de encuentro del Schutzbund[3] más cercano, dispuestos a defender la legalidad democrática contra Dollfuss. Nos aceptaron asignándonos un puesto de guardia en un cruce. Nos entregaron un fusil sin enseñarnos a manejarlo y allí quedamos, resueltos a cumplir nuestra misión. Pasó una hora sin que nada se moviese, media hora más tarde fuimos al mando a ver qué pasaba y resultó que ¡se habían ido a casa sin avisarnos! De haber pasado una patrulla de policía encontrarnos con el arma en la mano hubiese sido motivo suficiente para abatirnos en el acto.
Las luchas acabaron a los tres días con la derrota de los nuestros, dejando más de noventa muertos en las calles y una docena de ajusticiados. Eran jornadas de lucha desesperada, de heroísmo y entrega a la causa pero también de incapacidad y pura traición. Entre los dirigentes socialistas hubo pocas excepciones, pagándolo con sus vidas, como el líder del partido en Estiria, Koloman Wallisch, y el vienés Karl Muenichreiter, que fueron ahorcados por los fascistas vencedores. La mayoría de los funcionarios se entregaron a las autoridades o huyeron a Checoeslovaquia. Los que lucharon en las calles de Viena, Linz y otros focos de resistencia, iniciaron una larga y trágica odisea que les llevó a la Unión Soviética en 1934, a España en 1937 y, al ser nuevamente derrotados, a los campos de Francia, para terminar el calvario en el campo nazi de Dachau hasta su liberación en abril de 1945.
El autor nace en medio de la Primera Guerra Mundial, en un contexto de violencia y muerte. Las batallas en el río Isonzo fue una de las más sangrientas. Hace referencia a su padre judío que fue oficial y fallecería en Francia en la IIGM.
Durante los meses de abril y mayo de 1915 grupos de gente pendenciera se manifestaban a diario por las calles de Roma, Milán, Turín y otras ciudades italianas gritando con ardor guerrero:
¡Trieste y Trento son nuestros! ¡Muerte a los austríacos opresores!
El Partido Liberal Italiano, partidario de mantenerse neutral, fue silenciado por las manifestaciones callejeras. La sociedad estaba sujeta a un severo régimen militar. Cuando el 25 de mayo de 1915 Italia declaró la guerra a Austria-Hungría ya nadie osaba oponerse.
Por otra parte, en Viena los militares ostentaban el poder desde hacía un año, y los políticos, incluidos los del Partido Socialdemócrata, también se pronunciaron a favor de la guerra bajo el lema “Castigar a los pérfidos traidores italianos”.
Tanto en Italia como en Austria-Hungría la prensa se encargó de caldear el ambiente preparando el camino a los militares deseosos de entrar en guerra. Se abría otro capítulo de la tragedia que comenzó el 1 de agosto de 1914 con la declaración de guerra.
Desde esa fecha fatal, millones de jóvenes soldados ingleses, franceses, rusos, alemanes y austríacos se empeñaban en matarse en los vastos frentes de la Primera Guerra Mundial, la llamada Gran Guerra. Apenas diez meses después Italia entra en la guerra añadiendo a esos involuntarios héroes un millón trescientos mil jóvenes italianos llamados a las armas.
Desde que los italianos declararon la guerra al Imperio Austro-Húngaro en mayo de 1915 hasta la rendición de Austria-Hungría en octubre de 1918, los dos ejércitos se enfrentaron a lo largo de una frontera de seiscientos quilómetros, que se extendía desde los picos de la frontera suiza pasando por las crestas nevadas de los Alpes hasta la llanura del Friuli y el mar Adriático, en las cercanías de Trieste. Un terreno hostil para el hombre, con glaciares y nieves perpetuas, cumbres vertiginosas y con pocas y malas carreteras.
El acceso de la tropa a las posiciones, en las cimas y laderas empinadas, sólo era posible a lomo de mulas o a hombros de los soldados. Este era el terreno en el que lucharon los dos ejércitos durante los tres años de enfrentamiento, en trincheras cavadas en las rocas y los glaciares sin lograr jamás avances decisivos.
En el sector oriental de esa larga frontera, donde los ríos de los Alpes bajan por anchos valles hacia el mar Adriático, el Estado Mayor italiano creyó descubrir una brecha que podía ser franqueada por un ejército motivado y bien equipado. Este frente discurría a lo largo del rio Isonzo, en la actual frontera entre Italia y Eslovenia; allí las montañas no son tan altas y los caudalosos ríos discurren desde el Tirol austriaco hacia el mar Adriático y la fértil llanura del Friuli. Más al sur, en la lejana playa, se vislumbra la bella ciudad de Trieste, principal puerto de la monarquía austro-húngara, blanco preciado para el Estado Mayor italiano, que reclamaban como parte integrante de su territorio nacional.
El supremo mando italiano pronosticó una breve campaña militar creyendo que el enemigo estaba desmoralizado y ofrecería poca resistencia; así que los soldados italianos, fuertemente motivados al luchar por una causa justa, entrarían en Viena en pocas semanas.
En Viena ocurría algo similar. Los autodenominados expertos militares se burlaron en los periódicos de los katzelmacher o comedores de gatos, llamándoles cobardes e indisciplinados, fanfarrones y mujeriegos, creyendo que se les podría rechazar fácilmente.
El Estado Mayor italiano, encabezado por el general Luigi Cadorna, preparó la Primera ofensiva del Isonzo con el objetivo de ganar Gorizia, ciudad clave para la toma de Trieste. Pero estas esperanzas se vieron frustradas. Los soldados italianos fueron diezmados por el fuego de las ametralladoras enemigas. Ambos ejércitos lucharon con increíble tenacidad; la primera batalla del Isonzo duró desde el 23 de junio hasta el 7 de julio de 1915 sin que cediese ninguno de los contendientes ni se moviese el frente.
A los diez días comenzó el segundo enfrentamiento de las doce batallas que se libraron en el Isonzo, con el mismo resultado. Dos meses después se libró la tercera, una semana más tarde la cuarta… así hasta que, durante la sexta batalla, en agosto de 1916, los italianos lograron entrar en Gorizia aunque sin abrir brecha en las líneas enemigas. Esta batalla fue seguida por la séptima, la octava, la novena… siempre con igual resultado: los dos ejércitos enfrentados en ambas riberas del Isonzo.
En la décima batalla ocurrió lo mismo, sufriendo normes pérdidas: treinta y seis mil italianos y veinte mil austriacos muertos, veintisiete mil italianos apresados por los austríacos y veintitrés mil austríacos presos por los italianos. Pero tales sacrificios eran inútiles ya que el frente permanecía inamovible.
Nueve decenios después parece imposible que los soldados de ambos bandos aceptasen las terribles fatigas y la constante presencia de la muerte, el hambre, el cansancio, los helados inviernos y los tórridos veranos durante los tres años de permanente carnicería.
Entre los austríacos participantes en la X Batalla del Isonzo se encontraba el teniente Heinrich Hoffmann, mi padre. Y en la trinchera de enfrente estaba el teniente italiano Andrea Marano, padre de mi amigo Giuseppe Marano.
El 23 de mayo de 1917, pocos días antes de mi nacimiento, mi padre fue capturado. En una carta, que mi madre debió recibir el día que nací, un camarada de mi padre le comunicaba que “el teniente Hoffmann cayó prisionero en la décima batalla del Isonzo, luchando al frente de su compañía”. El cautiverio duraría dos años.
El teniente Marano, del Segundo Ejército italiano, anotó en su diario que ese mismo día le ordenaron salir con una patrulla de doscientos soldados y llegando a la orilla del río, “tras una marcha nocturna desastrosa bajo un bombardeo incesante, con las bombas enemigas cayendo alrededor”, se enfrentaron a una compañía enemiga que bien podría ser la que mandaba mi padre. No resulta impensable que fuesen ellos los que lograron detener a la compañía del teniente Hoffmann.
Esa Décima Batalla del Isonzo terminaba igual que las anteriores; los sacrificios eran en balde.
El Estado Mayor italiano se obstinó y el 17 de agosto de 1917 inició la undécima ofensiva que tuvo idéntico resultado. Esta vez murieron cuarenta mil italianos y quince mil austríacos; a consecuencia de las insalubres condiciones que sufrían en las trincheras miles de enfermos debieron ser hospitalizados, hablándose de medio millón entre ambas filas.
Obviamente ninguno de los adversarios tenía fuerza suficiente para imponerse al otro y ambos comenzaron a suplicar refuerzos a sus aliados.
En el bando aliado se convino mandar tropas frescas norteamericanas; en el opuesto se reforzaron las cinco divisiones austríacas con siete alemanas poniendo al frente de las operaciones a un experimentado general alemán, Otto von Buelov, y utilizando un nuevo logro del genio alemán, el gas asfixiante, la nueva arma destinada a sorprender a los inadvertidos e indefensos soldados enemigos.
Los contingentes americanos tardaron meses en estar preparados; Ernest Hemingway cuenta sus vivencias de la campaña de Italia en su novela En tierra extraña. En cambio, los alemanes llegaron a las pocas semanas, en octubre de 1917, gracias al alivio que disfrutaba en ese momento el frente del este a consecuencia de la Revolución Rusa.
Durante la XII Batalla del Isonzo –en Italia aún se habla del Desastre de Caporetto, un pueblecito a la orilla de dicho río, la actual Cobarid eslovena- los austro-alemanes lograron quebrar las líneas enemigas con el lanzamiento de obuses de gas que se extendía por el estrecho valle y penetraba en las trincheras italianas. Quien no moría asfixiado huía horrorizado.
Los austríacos y sus aliados alemanes avanzaron más allá del Isonzo hasta el más próximo de los valles alpinos, el de Tagliamento, obligando a los italianos a retirarse hasta el río Piave.
Pero el precio era alto y su efecto inmediato era la agravación del aprovisionamiento de la retaguardia donde millones de habitantes de las ciudades padecieron hambre y penurias. Incluso sufrieron hambre los soldados austro-húngaros, saqueando a los campesinos allí por donde pasaban.
La prensa austríaca celebraba la victoria en la XII Batalla del Isonzo, el llamado Milagro de Karfreit (Caporetto), pero el país lo pagaba caro. Las autoridades militares requisaban los medios de transporte para el traslado de personal y material de guerra agotándose las últimas reservas de alimentos. Cuanto más avanzaban los regimientos más exigente se volvía el frente. Unos cuarenta mil soldados italianos cayeron prisioneros siendo confinados en miserables campos, mal nutridos y mal alojados; aun así esto supuso un coste adicional.
Para Italia los efectos de la derrota eran graves. El principal responsable, el general Cadorna, fue destituido (aunque siguió en posiciones clave) y el general Badoglio, comandante de artillería, trató en vano de justificar la ausencia de la artillería durante el avance enemigo; sin embargo los dos continuaron en altísimas posiciones militares y políticas.
En octubre de 1917, el ejército italiano sufrió un golpe que hubiese resultado mortal sin la intervención de los aliados. La moral de los combatientes era bajísima, las deserciones masivas a pesar de los severos castigos y las ejecuciones sumarias decretadas por las autoridades militares. Durante toda la guerra se registraron ciento sesenta y dos mil quinientos sesenta y tres casos de deserción. En marzo de 1918 la justicia militar observó que “la cantidad de deserciones superaba a la de caídos en acción”.
Por parte austríaca, el breve triunfo de los ejércitos austro-húngaros no tuvo efectos duraderos sobre la moral de la tropa. Los soldados estaban mal alimentados, pobremente vestidos y recibían noticias deprimentes de sus casas; estaban hartos de la guerra.
Las doce batallas del Isonzo costaron la vida a más de trescientos mil soldados italianos y medio millón de ellos fueron hechos prisioneros. Casi el mismo número de soldados austro-húngaros sufrió la misma suerte. El total de muertos, heridos y desaparecidos se estima en más de ochocientos mil.
Para el teniente Hoffmann la guerra concluyó con el cautiverio en mayo de 1917, días antes de que yo naciera en la lejana Viena. Como oficial recibió el trato de convención, igual que eran tratados los oficiales italianos prisioneros en Austria. Primero fue internado en un campo de Piazza Amerina, en el centro de Sicilia, y poco después fue trasladado a una especie de domicilio vigilado en la pintoresca Amalfi, en el golfo de Nápoles, puerto medieval y destino turístico que parece haber disfrutado plenamente. Aún conservo la colección de bellas canciones populares que el joven oficial oyó cantar en las hosterías que frecuentaba en las largas y calurosas noches perfumadas de tan encantador lugar. Aprovechaba su ocio para perfeccionar sus conocimiento de italiano y escribía a diario a su querida esposa, mi madre.
Mientras el teniente prisionero se divertía en Amalfi, la población civil en la retaguardia sufría un infierno de escasez, hambre y miseria y mi madre se esforzaba en dirigir la pequeña familia a través de las adversidades de la guerra.
La consecuencia para la población civil, sobretodo en Viena y en el resto de las ciudades del país, era que viejos y niños sufrieron enfermedades por carencia y los hospitales rebosaban de enfermos que no recibían la atención necesaria. Llegó el invierno, uno de esos inviernos de frío penetrante, y no había carbón para encender las estufas. Cada día moría gente debido al hambre y a las bajas temperaturas.
En noviembre de 1916 falleció el viejo emperador Francisco José, a los ochenta y seis años y tras sesenta y ocho de gobierno. Su sucesor, el joven Carlos, buscaba contactos con los aliados para lograr una paz separada. Al saberlo los alemanes amenazaron con intervenir. De todas formas, los aliados, que ahora contaban con el poderoso ejército norteamericano, ya no estaban interesados en ello.
A partir de febrero de 1917, cundo las noticias de Rusia ya se habían difundido por toda Europa, se esfumaron las últimas huellas de fervor patriótico. En todos los países beligerantes se produjeron huelgas en las fábricas, manifestaciones callejeras y protestas clamando por la paz. Pero en los frentes la disciplina militar y los rigurosos castigos de la justicia militar mantuvieron a los soldados en las trincheras hasta noviembre de 1918. El colapso de la monarquía Habsburgo fue incontenible y el final es de sobra conocido: el Imperio se descompuso rápidamente y el país se hundió en un mar de miseria.
A su regreso en 1919, el teniente Hoffmann consiguió volver a abrazar a su mujer e hijos. La familia había sobrevivido a las penurias sin sufrir serios daños y Heinrich Hoffmann comenzó su adaptación a la nueva vida. El aquelarre del Isonzo se desvanecía.
En marzo de 1938 Austria fue anexionada por el ejército de Adolf Hitler y el abogado Hoffmann tuvo que emigrar a causa de las leyes nazis antijudías. Murió en un campo de internados en el sur de Francia en 1944.
En el prefacio se explica como llegó a labrarse la publicación de esta obra en la que, el autor, nacido en Austria en 1917, explica un relato autobiográfico de sus vivencias del siglo XX marcado por la guerra, la dictadura y el exilio. El contacto con un celador y dos hermanos de Sant Boi lo hicieron posible.
Es importante publicar estos escritos como un acto de justicia, especialmente en el contexto político y anímico actual de Europa.
Octubre de 2008. Llega una mujer mayor en silla de ruedas al Hospital de Bellvitge. Parece que ha tenido una caída. Sus acompañantes, un voluntario y Gerhard Hoffmann, la escoltan hasta llegar a urgencias. No tarda en correrse la voz: son brigadistas internacionales. Ella, mujer de uno ya fallecido, y Gerhard, uno de los dos brigadistas austríacos que siguen con vida. Continúan instalados en la persistente y atenta mutación que exige la verdadera solidaridad de los perturbados[1]. Por eso están ahí. Saben y sienten la diferencia entre caridad y virtud. Mientras la caridad es momento de alivio, una reacción lúcida y certera, la virtud construye: es internacionalismo, humanismo marcado a perpetuidad. Son ellos, los conmovidos, testimonios vivos, médiums capaces de hacer ver al prójimo que aquellos que padecen la mayor de las injusticias son una posibilidad latente para todos nosotros. De ahí que pugnasen y pugnen aún deliberadamente por desembarazarse de la opción del desastre de la ortodoxia fascista como una vía política posible. Danzan vivaces por el hospital. Orgullosos, ataráxicos, meritorios de una muerte que los abrazará en breve. Ellos y todos los demás brigadistas han acudido a Cataluña desde sus distintos pueblos, pues se cumple el setenta aniversario de su multitudinaria despedida popular en Barcelona (28 de octubre de 1938). Diego, celador al que llega la noticia, corre presto en búsqueda de ellos, pues no quiere dejar pasar la posibilidad de saludarlos. En realidad, lo que anhela es contagiarse de la generosidad que todos ellos derrochan. Ciertamente siente que le va la vida en ello. Que tiene la oportunidad de dar un sentido transcendental al tatuaje que hace años se hizo en el hombro izquierdo: la estrella de tres puntas,el emblema de los brigadistas. En ocasiones, cuando está en su casa, lo mira en el espejo y siente cierta fuerza. La energía propia de todos aquellos voluntarios que acudieron a socorrer a la República en la última guerra romántica. Poetas, estudiantes, aventureros… Jóvenes solidarios que vinieron a España a luchar contra la oscuridad y el totalitarismo encarnando lo mejor del ser humano: la fraternidad, el sacrificio, los valores, la dignidad. Cuando Diego estuvo delante de Hoffmann se encontró ante un anciano de noventa y dos años. Alto y delgado. Su cuerpo había envejecido, contaba con las marcas propias del tiempo. Pero había algo que no había cambiado en aquel hombre. Eran sus ojos, su mirada. Sus pupilas aún conservaban la determinación, el idealismo y la fuerza de aquel joven que cruzó el río Ebro en 1938. Diego quiso comprobar por sí mismo si era cierto que aquellos ancianos eran brigadistas. Miró fijamente a Hoffmann, agarró el lado izquierdo de su chambra de celador y la deslizó firmemente hacia abajo. Apareció la estrella de tres puntas y los ojos del brigadista brillaron más que nunca. Gerhard informó al joven custodio de los actos de homenaje que se iban a suceder durante esos días, y le instó a que no dejara de acudir. Diego me relató muy emocionado lo sucedido y sentimos la obligación y la responsabilidad de ir juntos al próximo acto de homenaje que se iba a celebrar en Sitges. Fue mi primer contacto con Gerhard y con el colectivo de los brigadistas. Jamás olvidaré el momento en que ellos se levantaban como podían de sus sillas de ruedas para cantar el Himno de Riego.
Diego, ya algo más sereno, quiso escribir y entregar una carta de agradecimiento a Gerhard. Había sentido un fuerte magnetismo hacia su ser y tenía la necesidad de intentar expresárselo mediante la palabra escrita. Quería agradecerle la lucha y el sacrificio. Quería que supiera de su puño y letra que aquellos valores e ideas universales por los que habían luchado en aquella batalla infatigable, habían calado. Así, con la misiva en mano, acudió Diego al último acto de homenaje que se iba a dar en Barcelona. Pudo allí disfrutar de un grupo de música que recreaba canciones republicanas. Observó como los ancianos brigadistas se levantaban, bailaban, alzaban con dignidad y orgullo el puño al cielo. Se quedó bloqueado por la emoción. Se quedó clavado junto a una columna, testigo consciente del alcance del momento único que estaba viviendo. Al ver a Hoffmann, lo miró, estiró su brazo nervioso y le entregó la carta. Le dijo estremecido que no la leyera ahora, que lo hiciera cuando llegara a Austria. Le dijo modestamente al entregársela que tan sólo era una carta de agradecimiento por haber venido a España a luchar con nosotros. Al poco rato pudo ver entre el grupo de ancianos a uno que se levantaba de su silla con un papel en la mano y que buscaba a alguien con nerviosismo. Era Gerardo. Las miradas, igual que en el hospital, se encontraron. Se dirigió presto, con lágrimas en los ojos, hacia la columna donde el joven celador se apoyaba, ya que las piernas no tenían la fuerza suficiente para sostenerle. Había leído el escrito que Diego le había entregado y no quería dejar correr la oportunidad de intercambiar unas palabras con él. Unas palabras llenas de humildad y sabiduría. Tras apremiarle a que le firmara el escrito, le pidió perdón por haber perdido la guerra, le dijo que ellos habían hecho todo lo posible, pero que no pudo ser. Después dijo algo que a Diego se le quedó grabado en el corazón. Le dijo que lo importante en la vida era “ser humanamente honrado”. Después se fundieron en un abrazo. Nunca más se volvieron a ver.
Años más tarde, empujados por el recuerdo imborrable de esas jornadas vividas en Barcelona, yo y mi hermano Ángel visitamos a Gerd en su Austria natal. Lo hicimos no sin acudir antes al campo de concentración de Mauthausen, donde también teníamos pendiente una convocatoria ineludible con la historia. Allí estuvo preso Antoni Roig Llivi[2], un camarada barcelonés ya fallecido, al que tuvimos la oportunidad de conocer en persona años antes. Recorrimos apesadumbrados, a la vez que sagaces, todo el campo: los barracones, el crematorio, la cámara de gas, la cantera de piedra donde tantos y tantos reclusos fueron exterminados. Sin duda la visita supuso para nuestras almas una sacudida indigerible. Ya en el coche, con contados monosílabos saliendo de nuestras bocas, nos dirigimos hacia Markt Piesting, donde Gerhard Hoffmann pasó los últimos años de su vida junto a su compañera Milena. Allí nos recibió amistosa y animosamente con la bandera republicana luciendo en la fachada de su casita. Estaba pletórico con nuestra visita. Recuerdo perfectamente su figura saliendo a la calle con un enorme teléfono inalámbrico. Veía que no llegábamos y nos llamó preocupado. Recuerdo como al final de la jornada nos regaló los textos que presentamos en este volumen. Y lo hizo después de recibirnos, tras invitarnos a comer ciervo y compota de frutos rojos en un magnífico restaurante, tras comprarnos unos víveres y unas cervezas austríacas en un supermercado cercano. Pero ante todo y sobretodo, y aún después de la tragedia que él y toda su familia había padecido, lo hizo tras demostrar su virtuosa generosidad y humanidad, un verdadero espejo para todos nosotros.
Hoy, tras custodiar durante estos años sus textos como oro en paño, podemos decir que con la publicación de sus escritos emprendemos desde el mundo editorial un acto de justicia superlativo. Aún más fundamental si cabe si tenemos en cuenta la actual situación política y anímica de la vieja Europa.
Ibán Arévalo
Barcelona 26 de septiembre de 2016
[1] Patočka, J., Ensayos heréticos sobre la filosofía de la historia, Barcelona, Ediciones Península, 1988, p.160.
[2] Para conocer la historia de Antoni Roig Llivi, capturado en Mauthausen con el número de preso 5722 por apátrida español, ver: Arévalo, I., Clavero, J., Cornellà, J, Momblán, D. [Marc Santboià]. (2002). Antoni Roig, Persona íntegra i model de dignitat. Recuperado de https://youtu.be/f-yT_1ziTqo
Fets: La proclamació pel Parlament de la República de Catalunya es un fet històric incontestable. És l’eufòria d’un Procés planificat per forces socials i polítiques que han aconseguit engrescar la meitat de la societat catalana en els últims anys. Resultats: magna incertesa en els camins a recòrrer, i imposició de la llei de l’Estat espanyol, qui té tots els instruments avalats internacionalment per aturar-la.
La deconstrucció sociopolítica espanyola del règim del 78
En el 1975 amb ‘Ha muerto el Caudillo, viva el Rey’ es proposava un cicle de transformació radical en seu moment de la realitat espanyola. Parlem de deixar enrera un estat d’arrels fascistes per avançar en un Estat modern i democràtic de tall europeu. Les generacions què en el seu moment van lluitar per arribar a aconseguir aquestes fites troben, amb totes les seves imperfeccions, que es va poder possar unes noves bases d’una nova societat d’un benestar posterior.
Com s’ha anat degradant aquest Estat espanyol? El bipartidisme Partit Popular (primer Alianza Popular anticonstitucionalista) i el Partido Socialista Obrero Español (aquí Partit dels Socialistes de Catalunya) s’han anat alternant amb majories polítiques. Les nacionalitats basques i catalanes ha tingut en canvi Governs soberanistes propis durant dècades. S’ha viscut un incrementat del benestar participant del creixement econòmic internacional, però amb aspectes crònics propis no resolts: l’ocupació i la vivenda. Però alhora totes les noves institucions creades han generat una participació política moguda per l’interés propi generant clientelisme polític i corrupció. El punt d’inflexió en aquest aspecte va ser el ‘Pacte del Majestic’: el govern de Jordi Pujol que governava Catalunya signa els acords amb Rodrigo Rato, futur ministre d’economia, per permetre arrivar al poder al Partido Popular d’Aznar. Aquest ‘nou’ govern de l’Estat va estendre les formes de govern del ‘pujolisme’ per tot Espanya. En la seva majora aquell govern es troben imputats pels casos de corrupció que com a mestàstasi es va donar en tots els nivells de les administracions (Estat, governs autonòmics, diputacions i municips).
Com a ciutadà del mòn crec en la llibertat individual
d’ón sorgeix la capacitat per a crear grans comunitats
de pau i benestar, i per ende, de convivència.
De la globalització a la crisi profunda internacional
Mentres Espanya evolucionava en un estat descentralitzat, què passava al mòn?. Les revolucions neoliberals dels 80 amb Tatcher (Regne Unit) i Reagan (Estats Units) provoquen l’inici del regnat de l’economia del lliure canvi i la desregulació de la indústria financera. Associat amb l’enfonsament de l’imperi del ‘comunisme real’ al voltant de l’òrbita de la Unió de Repúbliques Socialistes Soviètiques (URSS), provocarà que la globalització s’imposi com a model de desenvolupament internacional creant grans àrees econòmiques continentals. La Unió Europea i Organització del Tractat de l’Atlàntic Nord van creixent en número d’estats membres any rera any, amb els nous creats en l’àmbit dels païssos de l’est.
A les portes del Segle XXI s’arriva a un clímax econòmic tal que més del 90% de mercat es mou a través del crèdit amb productes financers impagables i què inflama la bombolla immobiliària. Ens deixa aquests principals factors:
Un món globalitzat al voltant d’una indústria financera lliure
La crisi profunda: període de nous moviments i canvis
El sistema financer intervingut políticament amb les fundacions financeres, les ‘Caixes d’estavis’, No oblidem Bankia!
L’evolució del sentiment independentista català
Dels nacionalismes ultres als regionals: sortides tangents?
Artículo curado del presentado en Dinero en 30-9-15 y escrito por Xavier Ferràs
Cuatro
grandes fuerzas disruptivas globales convergen, realimentándose entre ellas,
generando una ola de cambio jamás vista antes: las megaciudades, el envejecimiento, la interconexión total y el cambio tecnológico.
El Mckinsey Global Institute ha publicado
el libro No ordinary disruption: The
four global forces breaking all the trends, una reflexión obligada sobre la
dirección de la historia en años los años venideros. ¿Hacia dónde va el mundo
global? A menudo perdemos la perspectiva del nivel de cambio de paradigma
económico y social que estamos sufriendo.
Se está reescribiendo el sistema operativo
de la economía mundial. Están ocurriendo transformaciones radicales, de las
que los medios apenas se hacen eco, pero que cambiarán dramáticamente, en los
próximos 25 años, el modo en que vivimos, producimos, consumimos y nos relacionamos.
El mundo está inmerso en una transición
similar a la de la Revolución
Industrial, con una velocidad 10
veces superior, sobre una base de población
300 veces mayor y con un impacto 3.000 veces más elevado.
Europa es un continente envejecido, un nuevo
Finisterre en el extremo occidental de un
mundo centrado en Asia. En él, sólo
Alemania se prepara para la competición global. No sólo controlando
déficit públicos, también invirtiendo estratégicamente en investigación, innovación y educación,
los vectores clave del futuro. Un nuevo orden económico, cultural y
tecnológico está surgiendo. Y, si algo está claro, es que deberemos empezar a
pensar global y exponencialmente.
LA PRIMERA FUERZA: LAS MEGACIUDADES
Impacto en la demografía urbana. La mitad del crecimiento económico previsto hasta
2025 estará concentrado en unas 400 grandes urbes, especialmente en Asia, Latinoamérica
y África. La gran mayoría como Chagsha,
Huaihua o Wuhan, absolutamente desconocidas para el occidental medio. Muchas de
ellas, con más de 10 millones de habitantes. Inmensos ecosistemas urbanos e
innovadores, donde cada año 65 millones de campesinos se convierten instantáneamente
en ciudadanos globales (el equivalente a la población del Reino Unido, anuales).
Impacto económico. En dos décadas, 3.000 millones de nuevos
consumidores emergerán de los países en desarrollo. Soportar este ritmo de urbanización
tendrá un impacto dramático en la demanda de materias primas. Políticas económicas ortodoxas limitarán la disponibilidad de
recursos financieros, comportarán un freno en el desarrollo, y generarán
oleadas de desempleados. Políticas heterodoxas, de inyección artificial de liquidez,
darán pie a nuevas burbujas financieras e inmobiliarias.
LA SEGUNDA FUERZA: EL ENVEJECIMIENTO GLOBAL
(excepto en África)
Si hace 30 años sólo una ínfima
parte de la Humanidad vivía en zonas con tasas de reposición negativa, hoy el 60% de la población mundial se encuentra
ya en zonas de decrecimiento demográfico. En los próximos años, en todo el
mundo (excepto en África) la población se estabilizará e incluso decrecerá.
Japón y Rusia son ya sociedades extremadamente ancianas.
De seguir la tendencia actual,
hacia 2050 Europa tendría el doble
de jubilados que de niños, y la fuerza de trabajo disponible en Alemania habrá disminuido en un 35%.
Y el déficit demográfico se
expandirá a China, India y Latinoamérica
a medida que esas sociedades entren en el juego económico global y accedan a
educación y sanidad.
LA TERCERA FUERZA: LA INTERCONEXIÓN TOTAL
Si durante cinco siglos los principales flujos comerciales han transcurrido
por grandes autopistas marítimas o terrestres entre Europa y América, el sistema
comercial global se expande a Asia y
penetra velozmente en África. El
comercio entre China y África se ha multiplicado por 30.
Y, si hace 20 años el prototipo de bien sujeto al comercio
internacional era una camiseta de 3 dólares, hoy es una pastilla farmacéutica
de 30 centavos, un e-book de 10 dólares, o un iPhone de 300. Las masas de
capitales, a su vez, viajan a la velocidad de la luz por internet,
relocalizándose instantáneamente en las zonas más dinámicas y en los proyectos
de mayor rentabilidad.
LA CUARTA FUERZA: EL CAMBIO TECNOLÓGICO
50.000 millones de dispositivos (objetos) se conectarán a internet. Todo
estará sensorizado. Para saber cuántas cervezas tiene en su nevera, o dónde
están las llaves del coche sólo tendrá que preguntarlo a Google.
Tecnologías disruptivas en tratamiento de datos, manufuctura avanzada,
nuevos materiales, o genómica (el nuevo software) están llegando, a través de
una avalancha de start-ups que
generarán modelos de negocio ahora inimaginables y solventarán gran parte de
las nuevas necesidades creadas.
El centro de gravedad económico del mundo se desplaza velozmente hacia
el Mar de la China, (eje Singapur – Hong
Kong – Shanghái), el vibrante epicentro de la dinámica comercial y tecnológica
internacional.
—
Referencias:
No ordinary
disruption: The four global forces breaking all the trends – Mckinsey Global Institute
XAVlER FERRÀS – Decano Facultad de Empresa y
Comunicación Universitat de Vic
Hace un año y medio tuve la fortuna de poder financiarme un viaje a Salvador de Bahía, una gran ciudad en el sur oceánico de Brasil. Allí me encontré con una amistad de Carles Vallejo (actual presidente del Memorial de Seat), Tadeo. Ésta gran persona tiene un bagage increíble a sus espaldas: fue hijo de un industrial brasileño, vino a trabajar a España en pleno franquismo tardío, y participó en la lucha sindical. Actuamente vive con su familia, que sigue creciendo, de vuelta en la región de Salvador de Bahía. Doy éstas primeras pinceladas porque la ciudad y la persona de la que he hablado son una referencia del Brasil actual.
Salgado registra La Sal de la Tierra
Vi el film La Sal de la Tierra, un documental de Wim Wenders sobre Sebastiäo Salgado, un economista brasileño reconvertido en fotógrafo y fotoreportero social que cubrió pueblos autóctonos de iberioamérica y conflictos armados de la extinta yogoeslavia y Rhuanda de los años 90. La biografía de Salgado se resume en su huida a la ciudad como adolescente, dónde conoce lo que es la moneda, a la participación en los movimientos sociales, dónde conoció a su mujer, en los tiempos de la dura dictadura brasileña, y su periplo por Europa con residencia principal en París.
El documental recoge la dualidad de la biografía de Salgado: la crueldad del ser humano en la dictadura y los conflictos bélicos, y la oportunidad que deja siempre la Tierra de volver a rebrotar. La creadora y productora de proyectos fue su mujer, la arquitecto Leia que indujo la creación de la obra Génesis, y Terra, hoy un parque natural que hicieron renacer de tierras yermas. Génesis muestra cómo prácticamente el 50% del planeta se encuentra tal cual en su origen biológico.
Y todo ello es Brasil, un inmenso país, de grandes riquezas, y grandes pobrezas. Dónde un anterior presidente, Lula, permitió ponerse en cabeza del mundo desarrollado y permitió un crecimiento nunca visto para esa gran nación. Su actual presidenta, Dilma Rousseff, padeció en sus carnes la terrible represión de la cruel dictadura brasileña. Una comisión oficial indagó los abusos del régimen militar en Brasil (1964-1985) y calificó sus resultados como “graves violaciones de derechos humanos” que orientan a juzgar a los agentes políticos que los cometieron por crímenes de lesa humanidad:
“La práctica de detenciones ilegales y arbitrarias, tortura, ejecuciones, desapariciones forzadas y hasta el ocultamiento de cadáveres no es extraña a la realidad brasileña contemporánea”
Éste estudio saca a la opinión un período que hasta ahora no se ha querido recordar y que con una amnistía se quiso dar carpetazo de olvido. La investigación no tuvo ningún apoyo de las Fuerzas Armadas. Un dato sintomático de lo que aún ocurre en Brasil es que mantiene la mitilitarización de la Policía con institutos médicos propios y la cual mató a un promedio de seis personas por día entre 2009 y 2013, más que la de Estados Unidos en tres décadas.
Brasil hoy día empieza a realizar su propio proceso de memoria y recuperación de dignidad histórica. Todo un gigantesco trabajo por delante… La Sal de la Tierra…
El día que capturaron el “Che Guevara” en Bolivia, el 8 de octubre del 1967, nace, por la providencia de un profiláctico en mal estado, un particular en Sant Boi de Llobregat, capital de la salud mental reconocida internacionalmente por disponer de la “Ciudad” más grande para éstos tratamientos.
En pleno apoteosis desarrollista (y descontrolado) del franquismo, los padres, de origen andaluz, acabaron de asentarse en un barrio de cuyo nombre sí quiero recordar: Ciudad Cooperativa. Adquirieron un piso de unos 45 metros cuadrados por unas 170.000 pesetas gracias a algo ahorrado y a un préstamo avalado por la Caja de Ahorros de Cataluña y Baleares, hoy “la Caixa” (CaixaBank). Entonces éstas entidades tenían una vocación social clara.
El señor padre era trabajador de la famosa empresa de sanitarios ROCA, no tenía formación alguna, y era analfabeto funcional (aprendió a leer muy rudimentariamente en el ejército). Su vida era una entrega exclusiva a hacer horas de trabajo: cuando llegaba a casa su (posesivo) señora mujer debía tenerlo todo dispuesto para su comida, su descanso y sus enseres del trabajo. Además ella debía encargarse del cuidado de hijos (tuvieron hasta cuatro), una abuela demente, y sus aficiones (pájaros y otros animales que había que cambiar la comida, limpiar, etc.). Es decir “un modelo de familia numerosa”… de las de entonces, claro.
La educación: de la separación por género a la desorientación contemporánea
El susodicho “protagonista” de ésta memoria anónima conoció una infancia muy bien asistida por su vecindario de escalera: de crío fue “adoptado” literalmente por las “mestresses” (amas de casa en catalán) de su misma escalera de viviendas. En ella vivían doce famílias, dos de marcado acento nativo, y el resto de emigrantes del sur de la península. La covivencia y la solidaridad era un hecho que ni siquiera se discutía, la diferencia era bien querida por todos y el origen de cada cual era lo de menos.
A los cinco años, sobre el 1972, empezó a ir a “párvulos”: el colegio para niñ@s menores de seis años. En el barrio sólo había un colegio público y allí podían llegar a hacinarse hasta más de cuarenta niñ@s por clase. Si alguna anécdota de entonces sale al recuerdo es que en el tiempo de recreo, durante la vuelta a clase, a los colegiales se les hacía “formar militarmente” a golpe de silbato. En ese intermedio la jauría infantil era una muestra de una generación que pertenecía al llamado “baby boom” premiado y potenciado por el régimen.
Hasta el 1975 se especuló regularmente con el final de Franco. En los primeros cursos nuestro infante midió la escuela franquista con sus mejores galones pedagógicos: los niños y las niñas estaban separados, a la entrada a clase se rezaba y se revisaba las manos y el no comer chicle, y se probó el castigo y el palo (que un maestro los bautizaba como “la cariñosa” o “la poderosa”).
Cuando el Caudillo murió fue de obligado cumplimento el colgar en todas las paredes unos pósters de color sepia enormes en su honor, y otros a la vez sobre el nuevo Rey como bienvenida. La escuela iba a experimentar y gozar de unos años de progreso y demandas continuas durante los años siguientes: más escuelas, mixtas, más institutos, más maestros…
Muchas amistades de ésta generación acabaron enseñanzas de cultura media o profesional. Socialmente se la llegó a conocer como “generación COU”: llegaban a estar en institutos tanto tiempo como en casa les pudieran aguantar para irse a trabajar en cuanto tuvieran oportunidad. Por entonces, y nos referimos ya a los primeros años ochenta, la universidad seguía siendo cada vez menos para una minoría.
Después de rematada la transición, la entrada en el mercado común europeo supuso un salto cualitativo con años de macrocrecimiento económico en progresivas legislaturas, salvo el paréntesis de la crisis de principios de los noventa. Al convertirse el estado español oficialmente “rico”, dos factores incidieron de calado en el modelo y en el día a día de la educación en el país: la immigración masiva, hasta entonces desconocida, y la revolución tecnológica. Tras varias reformas legislativas el modelo educativo en España aún sigue sin tener un norte y ha quemado por el camino ilusiones de maestros y de la sociedad.
La figura que lo describe precisamente pasó por toda esa evolución y acabó siendo profesor por cuenta y riesgo. Al llegar a la Universidad, su etapa de enriquecimiento personal más prolífica, una de las cuestiones más dolorosas vividas fue el ver cómo los nuevos talentos de la primera década del siglo XXI debían emigrar al extranjero para intentar encontrar mejor fortuna.
La religión (y algo de família): del nacionalcatolicismo al ateísmo dubitativo
El Régimen se definía asimismo como “nacional y católico” y se
estructuraba en “Estado, Municipio y Família”. Y claro, treinta y seis
años de dictadura dejan mucho calado. De aquellos poderes concedidos a la Iglesia aún quedan enormes huellas con las que convivimos.
Así en el barrio, Ciudad Cooperativa, había un espléndido pastor, que bien se cuidaba de su comunidad y feligreses. Tal vez por eso se le llamaba “padre Cándido” y con el cuál se comulgaron muchos niños.
La maestra del primer curso de la Enseñanza General Básica (EGB) franquista obligaba a saber el Padre Nuestro y el Ave María. Durante dos años más se tuvo que coexistir con ésta realidad: a los niños se les propiciaba a sacramentarse con la comunión. Quisieras o no te daban la hostia. Las famílias humildes debían presupuestar actos de celebración: “qué bonito que estaba el nene vestido de marinerito”, aunque para diferenciar a nuestro genio se le disfrazó de cazador de safari africano. De todo ello aún colean éstas tradiciones familiares, aunque en menor escala.
La “mestressa” del figura, de la que hablamos anteriormente, igual que muchas de las de su generación, aún van a viajes del IMSERSO
(viajes para señores y señoras juvilados) a Lourdes a buscar milagros,
tienen estampitas de San Pancracio con perejil para que les de fortuna
monetaria y sus habitáculos están floridos de figuras y cuadros religiosos.
A la generación a la que pertenece el homenajeado aquí, la del “baby boom”, le cambiaron radicalmente las estructuras familiares, y la fragmanentación pasó a ser una cotidianidad: escasos o ningún hijo, divorcios, singles como foco de mercado, indiferenciación de género…
La verdad es que hoy día la práctica religiosa es en nuestra vida menos frecuente, es plural, y en algunos casos se ha procedido a hacerse apóstata o un dudoso ateo. Y en el estado español pueden llegar actualmente (2014) a contar más de siete millones de personas viviendo solas, mínimo.
Política, economía de precarización y pobreza, y patria chica
Si en la identidad personal el sentido de pertenencia territorial es
primordial, en el señor del 8 de octubre parece poliédrica. Ciudad
Cooperativa es un barrio que en un principio tuvo su administración.
Para sus miembros el municipio de Sant Boi de Llobregat no era relevante
hasta que se cedieron sus servicios durante los años ochenta.
Sant Boi de Llobregat es una villa también con un sentido esencial para el catalanismo político.
El año 1975 mientras miraba por el balcón, la madre le avisaba que se
metiera en casa, porque “la gente que inundaba las calles por millares
podrían ser malas”. Era el primer movimiento soberanista catalán que
veía: iban a celebrar el 11 de septiembre como una efeméride marcada por
la derrota de Barcelona ante Felipe V en 1714. Rafael de Casanova, enterrado en Sant Boi, fue quien mandaba las tropas.
La vida en el barrio, bien rojo por los años de la transición, era bulliciosa. Doce mil personas convivian literalmente en bloques de pisos dormitorio. Durante las primeras elecciones municipales las izquierdas como el PSUC (Partit Socialista – comunista – Unificat de Catalunya) encontraron una gran representación. Recordemos que las amistades de entonces prácticamente aprendieron ajedrez en el local de Partit dels Comunites de Catalunya (partido trostkista) y se les daba una cervecita con olivas por cien pesetas. Allí podías adquirir el primer Manifiesto Comunista que se leía por aquellos tiempos.
Cerrada la transición se empezó a conocer las reformadas institucionales del estado con gobiernos con mayorías absolutas y las nuevas instituciones autonómicas como la catalana con una demanda soberanista constante.
En mente queda cuando, mientras participaba en movimientos sociales, se observó cómo durante los casi veinticuatro años de Pujolismo se practicaron políticas de clientelismo directo en Catalunya y en los ayuntamientos un amiguismo descarado.
También empezamos a conocer la Europa comunitaria haciendo InterRail:
un sistema para poder visitar los países occidentales por tren. La
fortuna permitió que fuéramos testigos de la apertura de los países del
Este e intercambiar las primeras movilizaciones y encuentros sociales
con aquella Europa que para unos era un referente y para otros una
esclavitud comunista. Lo cierto es que de sea bipolarización internacional surgió el apogeo del Estado del Bienestar.
Pero aquí topamos con la dura realidad, con la sensación que casi siempre se ha estado en crisis. La economia liberalizadora ha dado lugar a encontrar una vida laboral precaria desde los mismos años ochenta con contratos basura o la obligación a ser autónomo. El Informe Petras lo describía entonces y la crisis profunda actual lo soslaya. Tal vez uno de los síntomas que más enraizan la realidad es ver cómo ésta misma generación se embarcó en hipotecarse literalmente hasta los muebles. Hoy la sociedad más humilde está pagando esas medicinas que nos hicieron comer.
De ahora en adelante: un mundo pequeño y frenético con menos DDHH, singularidad tecnológica y vida holística
Haremos ahora una mirada realista, pero optimista del futuro: la “felicidad depende de ti”, nos dicen. Quienes tenenemos la fortuna de una vida simplificada, dedicada a disfrutar de lo próximo, a la acción con lo global, y al placer del conocimiento compartido podemos llegar a entender ésta expresión.
Pero vamos a la realidad que rodea al personaje de éste artículo:
TRABAJO PROPIO – Se observa a amistados, hermanos y hermanas que tienen sus famílias y que sufren para poder tener un trabajo digno pues estan descavalgados del mercado laboral o forzados a trabajar por su cuenta. Se prevee que en los años veinte y treinta la mayoría de la población activa se intercambiará servicios y participarán en proyectos comunes como trabajadores independientes.
TECNOLOGIA +INTELIGENTE – Estamos sentados delante de una tablet y no reflexionamos cuando vemos que nuestros sobrinos la manejan mejor que nosotros. En Estados Unidos existe la Universidad de la Singularidad que pronostica que en dos o tres décadas más la inteligencia y el conocimiento artificial superará a la de la mente humana.
COSMOLOGIA SALUDABLE – Miras la información internacional, sea por Internet u otros medios clásicos, y vuelves a observar como se pisotean derechos elementales con conflictos armados sangrantes y millones de desplazados o con peligros de pandemias declaradas periódicamente. Y por otro lado crece, y se recupera, el conocimiento compartido en las redes de la salud preventiva y terapias naturales antes de caer en manos de la mecánica farmacólogica o de cirugía actual, y nos podemos desplazar con relativa asequibilidad por el mundo.
… hoy 8 de octubre del 2014, el mundo (occidental) se nos presenta así… y viene del descrito antes. Somos lo que hemos hecho, y la memoria hace nuestra identidad y proyecta nuestras ilusiones. No dejemos de rescatar nuestra memoria.
Los conflictos armados se encuentran cada vez ante una mayor impunidad por la debilidad creciente de las cortes internacionales, según David Albert, President of the International Center for Transitional Justice y un ex asistente del Secretario General de las Naciones Unidas.
En dos artículos argumenta la situación de declive actual después de la progresión del respeto a los derechos humanos que suposo la década de los noventa.
1. Un retroceso en la protección de los derechos humanos (artículo publicado en The Project Syndicate, 3-9-14)