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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 13. LOS HIJOS DE LA GUERRA

    El autor narra los cambios radicales en Austria tras la anexión nazi en 1938, la desaparición de las familias de clase medía judías y cómo los jóvenes, como Erich S., fueron reclutados por la Wehrmacht. Fue expulsado del ejército por las Leyes de Núremberg al tener un padre judío, y obligado a participar en la defensa alemana al final de la guerra.

    El aspecto del país cambió bruscamente con la entrada del ejército alemán en Austria (el Anschluss) el día 13 de marzo de 1938; la policía empezó a vestir el uniforme alemán, los periódicos aparecieron con nuevas cabeceras, las calles y edificios recibieron nuevos nombres, se sustituyó el chelín austríaco por el marco alemán, estableciéndose el cambio a razón de 1:1’50; incluso cambiaron la moda, el acento y el estilo del arte. El país cambió de cara.

    Sobra decir que, de golpe, desaparecieron los médicos, abogados, profesores, orfebres, comerciantes y demás preeminentes judíos cuyas familias vivían en Viena desde hacía siglos y eran parte integrante de la ciudadanía.

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    Durante los primeros días de la ocupación alemana las autoridades impuestas por Berlín ordenaron la detención de unos quinientos funcionarios del derrocado régimen anterior así como del resto de conocidos enemigos de los nuevos amos del país. Fueron deportados al campo de concentración de Dachau de donde la mayoría no saldría hasta el fin de la guerra, siete años después. Entre los encarcelados se encontraba el señor Kurt von Schuschnigg, último canciller de Austria, que se había opuesto fervientemente al dictado de Hitler. Tras varios meses en diversas cárceles, Kurt von Schuschnigg consiguió ser liberado emigrando a los Estados Unidos.

    El país pasó de ser un pequeño estado independiente y soberano a ser la provincia de un país más grande con pretensiones de potencia mundial. El orgullo de pertenecer a la gran Alemania tenía una consecuencia menos halagüeña, el servicio militar obligatorio. Mi generación, los nacidos entre 1915 y 1920, fuimos llamados a filas cuando ya se olía a guerra sólo veinte años después de la Primera Guerra Mundial en la que habían participado nuestros padres y que había dejado profundas huellas en el país.

    Todos mis condiscípulos se vieron afectados. Faltaban ocho o diez meses para el comienzo de la guerra contra Polonia y la consiguiente declaración de guerra de las potencias occidentales. Como soldados de la  Wehrmacht les tocó participar en las campañas de 1939 que culminarían, al cabo de casi cinco años de desastrosa guerra, en el infierno de Berlín, dejando medio continente en ruinas. Veamos qué suerte corrió uno de esos jóvenes.

    Erich S., mi amigo de la infancia con quien durante varios cursos escolares padecí las perfidias del profesor Z., tuvo que cumplir su servicio militar recién acabado el bachillerato. En 1939 vistió el uniforme de la Wehrmacht como los demás, sin sentir remordimiento alguno por servir al ejército ocupante.

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    En septiembre de 1939, cuando la Wehrmacht invadió Polonia, Erich fue tras el enemigo derrotado hasta que su unidad tropezó con el ejército soviético que ocupaba la parte oriental de Polonia a consecuencia del pacto de no agresión Molotov-Ribbentrop.

    Detuvieron su avance hasta que en junio de 1941 Hitler ordenó la invasión de la Unión Soviética; al principio, la unidad de Erich cumplió dicha orden sin encontrar resistencia. En un verdadero blitz, durante los primeros meses invadieron un vasto territorio, haciendo centenares de miles de prisioneros soviéticos y controlando a un pueblo conquistado e indefenso. Sin embargo, poco a poco se formó un frente soviético capaz de ofrecer una tenaz resistencia, causando grandes pérdidas a sus enemigos.

    Llegó el invierno de 1941 con sus fríos haciendo más ardua y fatigosa la vida de los soldados; cada pueblo, cada casa, debían ser tomados por asalto. Día a día Erich veía morir a sus compañeros. Los uniformes no eran adecuados para el invierno ruso y muchos soldados sufrieron congelaciones. Había acabado la fase de las victorias fáciles; aún se avanzaba pero pagando un alto precio.

    Un día cayó en manos del joven soldado una orden en la que se detallaban las leyes de Núremberg de Pureza de Raza y sus consecuencias para la Wehrmacht. En ellas se explicaba con toda claridad que “los judíos no eran dignos de servir en la Wehrmacht” (wehrunwürdig); en un apéndice se añadía que dicha norma debía aplicarse también a personas de madre o padre judíos, los llamados Mischlinge (mestizos).

    Erich se presentó a su teniente con ese papel en las manos, realizó el saludo reglamentario y le notificó que por ser su padre judío debía ser expulsado de la Wehrmacht.

    Me contó este incidente varias veces y solía añadir que el oficial, sorprendido y sin saber cómo reaccionar, al principio no le creyó ya que le consideraba “un buen soldado”; pero una orden es una orden y no tuvo más remedio que transmitir el mensaje a sus superiores.

    Quien encuentre un toque de humor en este relato olvida que por aquel entonces ser medio judío no era cosa de broma. Significaba, como mínimo, ser ciudadano de segunda categoría, recibir menores raciones, tener bloqueado el acceso a estudios y carreras estatales… los matrimonios interraciales estaban prohibidos.

    La orden era clara y rigurosa: por ser de “sangre impura” tuvo que apartársele de la Wehrmacht y Erich recibió la orden de presentarse al mando correspondiente para recibir los documentos de su baja en el servicio militar.

    Mientras él estaba a punto de volver a la vida civil quienes tenían “sangre pura” permanecieron en el ejército, siendo “dignos de morir por el Führer”. Para ellos la guerra continuó sin piedad.

    No recuerdo que enchufe consiguió Erich en la retaguardia durante el resto de la guerra pero sé que al menos pasó esos dos años tranquilo.

    Las autoridades nazis no sabían cómo manejar un asunto tan delicado. Para los hijos de madre aria no estaba prevista la deportación a los campos de concentración donde acabaron tarde o temprano todos los judíos. La única medida contemplada para tal categoría de ciudadanos de segunda categoría era la reducción del rancho, algo molesto pero no muy distinto a lo que hubiese recibido en el frente ruso.

    Los últimos días de la guerra unos fanáticos nazis escogieron a unos viejos y otra gente que hasta entonces había escapado de las movilizaciones para que levantasen parapetos en el camino de los tanques soviéticos. Erich se encontraba entre ellos. Sin embargo, los tanques rusos siguieron adelante y aparecieron en las calles de Viena antes de que los héroes de última hora hubiesen empezado tan inútil empresa.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 12. ¿CÓMO SE VIO EN BERLÍN?

    El autor narra los días previos al 13 de marzo, marcados por el plebiscito. Había simpatizantes nazis, y una leve mejora económica, pero una pobreza que seguían afectando a la población. Días antes el Ring reunió a miles de personas en defensa de la independencia lo cual preveía que el plebiscito saldría favorable.

    No es difícil imaginar cual fue la reacción de Hitler, Goering y de su estado mayor en vista a su probable derrota en los comicios. Por más probable que fuese la derrota electoral era más que evidente que el SI suponía un gran menoscabo para los planes agresivos de Hitler y de su estado mayor. Los adversarios a la política agresiva de Hitler se fortalecerían en toda Europa, incluso en la propia Alemania. El mito de la invencibilidad del partido nazi se esfumaría.

    Existen muchas teorías sobre qué curso habría tomado la historia si hubiese ganado el SI a la independencia. Se han hecho muchas conjeturas sobre qué hubiese pasado si el gobierno de Schuschnigg hubiese ordenado la resistencia a la invasión. Como testigo de tales acontecimientos me atrevo a decir que Austria se habría ahorrado los sacrificios de siete años de ocupación, de la guerra y de los bombardeos que sufrió al adherirse voluntariamente a la política expansionista de Hitler. Otro aspecto de la posible resistencia austríaca a la invasión de la Wehrmacht es que podía haber supuesto un cambio en la política de Inglaterra y Francia, incluso de la Unión Soviética, reforzando a las voces críticas con la agresividad alemana. Fui testigo de lo que realmente sucedió.

    El día 11 comenzó con la salida a la calle de las organizaciones nazis con grandes batallones mandados por sus jefes; a la vez salieron gentes con sus banderas rojiblancas que también se dirigieron al centro. Aún no había nada decidido.

    Al anochecer, que fue temprano, se inició el plan previsto por los nazis. Unos cuantos policías que, desde hacía varios meses estaban bajo el control del abogado Seyss-Inquat, hombre de confianza de Hitler, empezaron a ponerse brazaletes con la cruz gamada siendo seguidos por el resto de la policía al no existir medidas de neutralización. El efecto causado en los manifestantes fue desastroso, muchos no se atrevieron a seguir manifestándose.

    Aquella noche estaba con mis compañeros de las Juventudes Comunistas y no estábamos dispuestos a ceder. Visitamos los centros del Frente Patriótico, la organización del partido del gobierno, implorando a los pocos funcionarios que permanecían en ellos que se opusiesen a los nazis, hablando con el pueblo por los altavoces y distribuyendo armas entre los que estaban dispuestos a oponerse a los invasores.

    Pero la Viena de 1938 no era el Madrid de 1936. Los que el día anterior eran grandes patriotas nos aconsejaron volver a nuestras casas. Los pocos comunistas que aún estábamos resueltos a seguir, aunque cansados por las horas de marcha, acordamos reunirnos a la mañana siguiente. En el tren se apelotonaban muchos pasajeros y uno de ellos, bajito, sacó un diario y se puso a leer en voz alta y provocadora: “El presidente de la República acaba de aceptar la dimisión del canciller Schuschnigg, nombrando a Seyss-Inquat como sucesor. El nuevo canciller no ha tardado en llamar al ejército alemán para restablecer el orden” y agregó, tras un silencio: “No puede haber resistencia alguna contra las tropas que entran en el país”. Los pasajeros permanecieron en silencio al escuchar estas alarmantes noticias. Sólo un borracho balbuceaba: “Ahora van a saber lo que es bueno esos sinvergüenzas judíos”.

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    Esa noche Austria se hundió. Los contrarios a la ocupación se quedaron en casa, intimidados; los nazis marcharon por las calles con paso militar cerrando el paso a quien no llevase una cruz gamada y no saludase ¡Heil Hitler!

    Esta derrota nos pesó mucho más que las sufridas durante los años de lucha clandestina. Esta era total, implacable, definitiva.

    Fue la última noche que pasé en casa de mis padres, despidiéndome de mi madre a la que no volvería a ver. Mi padre me instó a abandonar el país de inmediato, previendo la persecución que me esperaba. La mañana siguiente, el día 12 de marzo, crucé la frontera de Checoeslovaquia, entonces todavía un país libre y democrático, por un camino de contrabandistas, resuelto a seguir rumbo a España para continuar allí la lucha contra el enemigo común.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 11. LOS ÚLTIMOS DÍAS

    El autor narra los días previos al 13 de marzo, marcados por el plebiscito. Había simpatizantes nazis, y una leve mejora económica, pero una pobreza que seguían afectando a la población. Días antes el Ring reunió a miles de personas en defensa de la independencia lo cual preveía que el plebiscito saldría favorable.

    Faltaban pocos días para el 13 de marzo. No puedo decir con certeza cuál hubiese sido el resultado del plebiscito pero es indudable que incluso la mayoría de simpatizantes de los nazis no eran partidarios de entregar el país incondicionalmente, liquidando su independencia y sacrificando su historia milenaria.

    Los meses anteriores se había experimentado una ligera mejoría en la economía del país aunque no bastaba para aliviar los apuros de la gente. Aún había un cuarto de millón de personas sin trabajo, decenas de miles de jóvenes vagaban por los parques frecuentando centros y hogares de asistencia donde se les socorría.

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    Los tres últimos días fueron de gran apuro. El 10 de marzo hubo una manifestación en el Ring bajo el lema de la independencia del país. Tras años de represión, miles de obreros salieron a la calle con sus banderas rojas junto a asociaciones patrióticas y a ciudadanos que, simplemente, se negaban a aceptar la deroga. Las crónicas hablan de cien mil manifestantes; hallándome entre ellos me parecían suficientes para expresar la voluntad del pueblo de defender a su patria. Parecía obvio que el resultado del plebiscito del domingo sería favorable a la independencia.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 10. MANDER, S’ISCHT! (¡BASTA YA!)

    El autor describe los eventos del 9 de marzo de 1938 en que se proclamó un referéndum por la independencia de Austria. Aunque el régimen reprimió a los obreros, los socialistas y comunistas decidieron votar “sí” en el referéndum para oponerse a Hitler. La Juventud Comunista se preparó para luchar por su país, conscientes de los riesgos.

    Según dicen, este era el grito del héroe tirolés en la lucha por la independencia contra Napoleón en 1809. Fue el que oyeron los tiroleses reunidos el 9 de marzo de 1938 en Innsbruck, en la arenga de Schuschnigg proclamando un referéndum por la independencia para el día 13 de marzo.

    Este eslogan patriótico nos resultó sospechoso al recordar las reiteradas declaraciones de Schuschnigg considerando a Austria como “el segundo estado alemán”. ¿Acaso no era él ministro de justicia en el gobierno de Dollfuss cuando cuatro años antes se ajustició a los obreros que se habían alzado en defensa de la república democrática? ¿Podíamos confiar en su voluntad de defender al país contra la amenaza de la Alemania de Hitler?

    Los obreros odiaban profundamente este régimen. No eran pocos los que simpatizaban con los nazis, impelidos por el desdén del régimen clerical y reaccionario que dominaba el país desde 1934. Los socialistas y los comunistas deliberaron arduamente sobre cómo reaccionar ante el plebiscito propuesto por un canciller que sabíamos hostil a cualquier reforma democrática. El partido comunista, que no había cesado en sus actividades en la clandestinidad, y el también clandestino partido socialista revolucionario sucesor del socialdemócrata, resolvieron votar SI.

    Otto Bauer, líder de los socialistas, escribió “Los obreros están dispuestos a votar SI contra Hitler y a defender al país contra la agresión extranjera pero no para defender el actual régimen dictatorial” Esta era también nuestra postura.

    La Juventud Comunista se preparó para luchar. Imagen generada por IA

    Durante esos días me reuní con mis compañeros de la Juventud Comunista, resueltos a luchar por nuestro país a pesar de estar alineados con los que en el pasado nos habían perseguido y encarcelado. No era el momento de disfrutar de la libertad recién conseguida. Sabíamos que nos lo jugábamos todo.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 9. LAS AMENAZAS

    El autor narra los eventos del 12 de febrero al 13 de marzo de 1938, con las tropas alemanas ya en Austria. Se nombró a un ministro del interior nazi y se liberaron los presos políticos. Sale de prisión mientras los republicanos españoles pierden Teruel.

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    Existen muchos reportajes, análisis y comentarios sobre los dramáticos días desde el 12 de febrero (promulgación del dictado de Berchtesgaden[1]) hasta el fatal 13 de marzo de 1938, cuando el ejército alemán entró en Austria. Ese lapso de tiempo ha quedado grabado en mi memoria de forma imborrable.

    Hacía un año que estaba en la cárcel junto a los presos nazis, muchos de ellos condenados por haber tomado parte en el asalto a la cancillería y por el asesinato del canciller Dollfuss en junio de 1934. El día 15 de febrero se oyeron grandes voces en sus celdas; los nazis celebraban el nombramiento del abogado Seyss-Inquat como ministro de interior y jefe de policía. Al día siguiente el vocerío fue aún mayor al saber que habría amnistía para todos los presos políticos. No era un error, se hablaba de todos los presos, no sólo de los nazis como se hubiese podido esperar de las exigencias de Hitler. Incrédulos, comentábamos la noticia: ¿Es un bulo o es verdad?

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    El día 18 de febrero la prisión se agitó; desde nuestro sector observábamos los movimientos  en las celdas nazis. No cabía duda, los reclusos se estaban preparando para salir y se abrazaban cantando felizmente. Salieron poco a poco siendo recibidos por los amigos que les esperaban fuera.

    Para nosotros, los reclusos socialistas y comunistas ¡nada! Nos esperaban horas de angustia. El director de la prisión, hombre leal que siete años más tarde sería víctima al querer salvar a los presos del furor de las SS, acudió asegurándonos su simpatía. Tras varias llamadas telefónicas a las autoridades de Viena, finalmente se decidió nuestra suerte ¡también seríamos liberados!

    Cuando abandonamos la prisión ya era de noche, los amigos y parientes se habían marchado y no nos esperaba nadie pero ¡éramos libres! Cargamos con nuestros bártulos y fuimos a coger el tren para volver a casa.

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    Aquellos días de febrero de 1938 se helaba el agua de la refrigeración de las ametralladoras en el frente de Teruel, donde mi hermano y muchos de mis compañeros padecían el más crudo invierno vivido en el país. Teruel estaba en ruinas cambiando varias veces de manos. Tras la victoria de Franco a miles de prisioneros republicanos les tocó reconstruir la ciudad con trabajos forzados, hambrientos, maltratados y humillados por los vencedores. Este mes de marzo mi hermano escribía una carta desde Teruel, rebosando confianza en la victoria de la República, que contribuiría a la libertad e independencia de nuestro país.

    Pero la república perdió la batalla de Teruel [2]. Y mientras las tropas de Franco entraban en dicha ciudad yo iniciaba mi vida de ciudadano recién liberado en la lejana Austria.


    [1] El 12 de febrero de 1938 el canciller de Austria Kurt Schuschnigg se reunió con Hitler en el retiro de Berchtesgaden. La presión para consumar la unión de Austria con Alemania se había intensificado. Los simpatizantes austriacos de esta unión recibían el apoyo de Berlín y su influencia era notable. Un alto porcentaje de jóvenes desempleados debido a los efectos de la Gran Depresión veían en la unión la respuesta a sus problemas. En Berchtesgaden Schuschnigg recibió un mensaje claro: capitular o arriesgarse a que se desencadenara una guerra civil en Austria. Los testigos cuentan que Schuschnigg salió deprimido y acabado de la reunión: había terminado por aceptar todas las condiciones del diktat alemán. De regreso en Viena Schuschnigg puso en libertad a los cabecillas nazis que esperaban procesos penales y nombró al nazi Arthur Seyss-Inquart ministro de policía (otra condición dictada en Berchtesgaden). Pero al mismo tiempo comenzó a organizar un referéndum para decidir sobre la unión o la independencia de Austria. La fecha del mismo fue fijada para el 13 de marzo de 1938. La edad mínima para votar fue establecida en 24 años para evitar que los miles de jóvenes desempleados y simpatizantes nazis pudieran votar. Hitler montó en cólera y promovió las manifestaciones violentas de simpatizantes nazis en casi toda Austria, creando el caos en todo el país. La policía no hizo nada y Alemania inició la movilización de sus fuerzas armadas. Hitler presionaba al presidente austriaco Wilhelm Miklas para que destituyera a Schuschnigg y nombrara canciller a Seyss-Inquart. Su plan era que el nuevo gobierno pidiera ayuda a Alemania para restablecer el orden. Pero Miklas se negó y para cuando cedió Hitler había dado órdenes de poner en marcha la invasión de Austria.

    [2] Acto conmemorativo del 75 aniversario del fin de la Batalla de Teruel. Organiza Rolde Aragonés de Barzelona, en colaboración con Pere Pina, de Casa Almirall.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 8. El ANSCHLUSS

    El autor describe los eventos previos a la anexión de Austria por la Alemania nazi (Anschluss[1]). Hitler convocó y puso un ultimátum al canciller austríaco Schuschnigg para legalizar el nacionalsocialialismo en su país. Pero Austria se negaba.

    La última fase previa a la extinción de Austria como país independiente parece una opereta barata. Hitler citó al canciller austríaco Kurt von Schuschnigg en su residencia de los Alpes bávaros “para resolver los contratiempos surgidos últimamente”. Schuschnigg se presentó en Berchtesgaden y el führer no le dejó pronunciar palabra alguna, reprochándole con fingida excitación la represión de un supuesto movimiento popular a favor de la Alemania nacionalsocialista y las actividades hostiles del gobierno austríaco. Schuschnigg escuchó tales reproches sin poder responder.

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    La filípica de Hitler culminó con un ultimátum exigiendo la inmediata aceptación de unas condiciones inaceptables como el nombramiento como ministro de interior de una persona de confianza de Hitler y la legalización del partido nacionalsocialista.

    Al regresar a Austria todo el mundo exigió a Schuschnigg que se opusiese a entregar el país a su poderoso vecino. Sus propios partidarios, los católicos y las masas obreras, cuyas organizaciones eran reprimidas, se mostraron resueltos a defender la independencia del país.

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    [1] El Anschluss (palabra alemana que, en un contexto político, significa unión, anexión) supuso la incorporación de Austria a la Alemania nazi el 12 de marzo de 1938 como una provincia del III Reich, pasando de Ósterreich a Ostmark (Marca del este). Esta situación duró hasta el 5 de mayo de 1945, cuando los Aliados ocuparon la provincia alemana de Ostmark. El gobierno aliado terminó en 1955 cuando se constituyó el nuevo estado de Austria.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann. ‍7 – DE NUEVO DE LA ESCUELA AL PRESIDIO

    El autor refleja la lucha política y personal en el contexto de guerra y represión a sus 20 años. Narra el seguimiento de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española y su encarcelamiento en Stein (Austria) donde convive con diversos presos con hambre y falta de intimidad.

    En julio de 1936 nos llegaron las primeras noticias del levantamiento militar en España. En la lejana Austria, bajo un régimen católico fascista, no nos cabía duda alguna de que en España se enfrentaban las mismas fuerzas. Por un lado, el pueblo trabajador defendiendo sus libertades y, por otro, los mismos a los que combatíamos en  nuestro país: los capitalistas, la iglesia católica y las fuerzas reaccionarias. Desde el principio del conflicto seguimos el vaivén de los combates, vibrando con las victorias de las milicias en Madrid y Barcelona, donde jóvenes como nosotros estaban arriesgando sus vidas. Su sacrificio y entusiasmo nos eran muy familiares. En todo el mundo se alzó una ola de simpatía hacia la España republicana y sus defensores.

    Sé que todo no fue armonía en la España en guerra, había muchas rivalidades entre los diferentes grupos que defendían la República, pero en aquellos primeros días los celos se escondían bajo el común deseo de aplastar la revuelta militar, presentándosenos una República unida defendiéndose de los generales golpistas.

    Giraba el dial de la radio poco potente que tenía hasta captar radio Barcelona; sería una emisora del POUM[1] que emitía canciones revolucionarias y relataba los movimientos de los frentes. Me procuré Mil palabras de español progresando rápidamente en el idioma gracias al latín aprendido en el liceo. En octubre, cuando llegaron las primeras noticias de la creación de las Brigadas Internacionales que promovía la Tercera Internacional[2], mis compañeros y yo estábamos dispuestos a alistarnos en ellas. Mi plan era ir a España y, una vez ganada la guerra (cosa que no dudaba), casarme con mi rubia italiana y estudiar medicina en Salamanca, donde había una reconocida cátedra de medicina. Pero estos ambiciosos planes sufrieron un repentino revés.

    Bienvenida de las Brigadas Internacionales que fueron organizadas por la Comintern, la Internacional Comunista

    En 1937 cursaba octavo de bachillerato con muy pocas perspectivas de aprobarlo y, con veinte años, ya no tenía ganas de seguir empollando otro año. Me libraron de este dilema dos agentes de policía de paisano que me detuvieron en febrero de este año, sacándome de clase y escandalizando al profesor y a mis condiscípulos.

    El palacio de la gran María Teresa es una joya barroca, ningún turista que visite Viena deja de admirar Schoenbrunn. En el sótano del ala derecha, dedicada a Sofía, primera hija de los emperadores Francisco José y Sissi, se ubicaba la comisaría de policía que ya había visitado en detenciones anteriores[3]. Me hallaba en ese mohoso sótano esperando el primer interrogatorio.

    En la celda había un bonito surtido de ladrones, prostitutas, sospechosos de asesinato y de otros crímenes, mafiosos… un interesante surtido de las capas sociales de la ciudad desconocido para mí.

    Entre los detenidos había un simpático ladrón profesional de unos cincuenta años que había pasado más de la mitad de su vida en la cárcel. Me contó que un día conoció a María, consiguiendo cambiar de vida con ella. Los dos se pusieron a trabajar, ahorraron, construyeron su casa, criaron gallinas y conejos, siendo muy felices. Pero no hay dicha que dure. Un día, al regresar del trabajo, se encontró a María en la cama con un vecino. Se fue sin despedirse y aquella misma noche robó en un estanco, le detuvieron y el pobre diablo acabó de nuevo en comisaría a la espera de una sentencia de varios años de cárcel por reincidente. Era un delincuente pero tenía un corazón de oro.

    También había un abogado, un tipo zalamero que amasó una fortuna defraudando a sus clientes; y otro del que desconocíamos el delito, un tipo simpático e inteligente que solía conversar durante horas con nosotros, jóvenes papanatas, enseñándonos ciertas sabidurías que no habíamos aprendido en la escuela.

    Otro de los compañeros de celda fue Franz K, un comunista con el que mantuve una duradera amistad. Cada uno alababa a su novia, poniéndola por las nubes. Franz se convirtió en médico, casándose con la mujer que amaba y murió en su consulta, atendiendo a un paciente.

    Lo que más me incomodó durante mi cautiverio fue el hambre permanente. Para un hambriento el olor más delicioso es el del pan recién hecho. Era increíble cómo me atraía el olor del pan cuando llegaba el camión de la panadería.

    Entre mis compañeros de cárcel no se hablaba el alemán que hablábamos en casa si no una jerga con un vocabulario específico que tuve que aprender, del mismo modo que mi hermano tuvo que aprender el platt de los marineros de Hamburgo. Al mismo tiempo advertí que las emociones y reflexiones de los habitantes de las cárceles son parecidas a las del resto de la gente.

    Se me acusaba de haber distribuido once diarios clandestinos con contenido de alta traición que habían encontrado en casa de un compañero del grupo. Tales impresos eran de su padre, un activista socialista, pero para protegerle el muchacho dijo haberlos recibido de un tal Gert, cuyas señas desconocía. La policía revisó las listas de sospechosos dando conmigo.

    Fui objeto de un proceso penal que acabó en una condena de cinco años de cárcel. A mis veinte años, cinco eran una eternidad; adiós a España, a casarme…

    La sentencia fue una dura sorpresa. Los jueces no dudaron en seguir las instrucciones del gobierno, tal como hacen bajo cualquier régimen, sea burgués o comunista. Se apeló, pero como era de esperar, el recurso fue rechazado. A principios de agosto fui trasladado al presidio de Stein, conocido por albergar criminales peligrosos.

    Billete de 20 Chelines del 1920 y Prisión De Stein en 1875

    Allí llegamos esposados quince condenados políticos, siendo recibidos por el director, un tal señor Kodré, que nos dio un amable discurso prometiéndonos un tratamiento humano, reconociendo nuestro compromiso político y advirtiéndonos que debíamos abstenernos de relacionarnos con los presos comunes. Ese mismo señor Kodré, en los convulsos días del final de la guerra en abril de 1945, abrió las puertas de la cárcel ante la imposibilidad de garantizar la seguridad y la alimentación de los reclusos. A esto siguió la llamada “caza de conejos”, cuando los campesinos de los alrededores mataron a centenares de prisioneros, mayoritariamente rusos, que buscaban refugio. Para colmo, las SS ejecutaron al propio Kodré.

    Por la noche se nos encerraba de dos en dos en las celdas, pudiendo escoger a nuestro compañero. Durante el día circulábamos libremente por el recinto, jugábamos a voleibol y nos dedicábamos a estudiar. Nunca fuimos molestados. Los presos socialistas y comunistas ocuparon el tercer piso, en el segundo estaban los nazis y entre ambos no había contacto alguno. Como compañero de celda escogí a un comunista tirolés con el que simpatizaba pero en la estrechez de la celda, con un cubo para hacer nuestras necesidades situado en el centro, la imposibilidad de aislarse y la carencia de intimidad en pocos días convirtieron la amistad en un odio incontenible, de manera que debimos separarnos. Hace poco leí el relato de un ajusticiado por los nazis en 1941 por actividades antifascistas. Lo escribía este compañero, Rudolf Badstoeber. Investigué en busca de más detalles de este valiente luchador pero después de sesenta años su rastro ha desaparecido.

    El mismo día de mi detención, el 8 de febrero de 1937, Málaga cayó en manos de la división italiana Littorio y, tres días después, comenzaron los sangrientos combates del Jarama; un mes más tarde los italianos eran derrotados en Guadalajara, de momento Madrid estaba salvada. Desde diciembre de 1936 mi hermano estaba entre los defensores de Madrid y, en aquel momento, se recuperaba de una herida en un hospital de Benicasim. El 26 de abril los aviones alemanes destruyeron Guernica. Se podía prever lo que sucedería en la próxima guerra. Mientras mis compañeros se batían en los frentes de España yo estaba de brazos cruzados en la cárcel.

    Aquel otoño Austria vivía un engañoso respiro de paz. Desconocíamos que el día 5 de noviembre de 1937 Hitler exponía ante sus generales, en un monólogo de varias horas, las líneas básicas de sus planes de expansión cuyo primer paso sería la ocupación de Austria.

    El nuevo año empezó con violentos ataques desde Berlín. El canciller austríaco, Schuschnigg, imploraba ayuda a las potencias occidentales sin recibir respuesta alguna.


    [1] POUM: Partido Obrero de Unificación Marxista fundado en 1935, de orientación anti estalinista. En realidad, Radio Barcelona, igual que Ràdio Associació de Catalunya, quedó bajo el paraguas del Comisariado de Radiodifusión creado por la Generalitat de Catalunya al estallar la guerra.

    [2] Tercera Internacional: organización comunista fundada en 1919 que agrupaba a los partidos comunistas de distintos países

    [3] Hoffmann se convirtió en un habitual de Liesl, la prisión de Elisabeth-Promenade en Viena donde fue encarcelado en cuatro ocasiones: la primera vez fue arrestado por error al ser confundido con un militante nazi; la segunda vez pasó tres semanas entre rejas; la tercera vez fue encarcelado durante cinco semanas junto a su amigo Ferdinand Hackl por llevar a cabo acciones de propaganda. Sin embargo, los cargos se tornaron más serios el 8 de Febrero de 1937, cuando fue condenado a cinco años de cárcel por alta traición tras ser sorprendido distribuyendo diarios clandestinos de contenido revolucionario que invitaban a derrocar al gobierno fascista.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann. – 6. UN INTERLUDIO ROMÁNTICO

    El autor conoce a Clara en 1936, una joven de la que se enamora. Una relación fraternal que perdurará décadas. Le ayudará a sobrellevar las duras condiciones que vivirá después en prisión donde aprende ebanisteria, y en un período de poder y conflictos del fascismo.

    El verano de 1936 me halló veraneando con mi familia en las lindas playas del lago de Garda, en Italia, en casa de un cliente de mi padre. Mientras pasaba los días con los jóvenes del pueblo disfrutando de las dulces olas del apacible lago, se estaba produciendo la guerra de Abisinia, donde el Duce intentaba conquistar un imperio para su pequeño rey. En esta aventura murieron unos cuatro mil quinientos soldados italianos y doscientos setenta y cinco mil del Negus. El ejército italiano avanzaba mientras los jóvenes del pueblo cantaban lindas canciones de guerra: “musetto nero, sarai romano…” y “quando saremo Macalé, or ti daremo un’altra legge, un altro re”

    Lago di Garda, como un mar entre la Llanura Padana y los Alpes

    Evidentemente me enamoré de la más joven de las hijas del señor Giovanni, la rubia Clara, iniciando así una relación que duraría más de siete decenios ya que aunque ambos pasamos de los noventa años todavía nos llamamos una vez por semana evocando tan singular amistad.

    En su diecisieteavo cumpleaños le regalé una reproducción de un velero que había admirado en una tienda de Sirmione y que se convirtió en el símbolo de nuestro amor. Cuando un año más tarde fui encarcelado y aprendí algo de ebanistería, le hice un cofrecillo taraceando dicho velero en la tapa. La historia de esta pieza es larga; cuando salí de la cárcel el cofre se perdió pero por una serie de afortunadas coincidencias se conservó durante los largos años de exilio, prisiones y desventuras, reapareciendo después de la guerra. Así que muchos años después pude entregárselo, cuando nos reencontramos gracias a ciertos milagros, ambos felizmente casados pero con el imborrable recuerdo de nuestro amor juvenil.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann. – 5. DE LA ESCUELA A PRESIDIO

    La vida del autor en su país durante los años 30 son en el contexto del régimen de Dollfuss y los posteriores a la anexión de Austria por la Alemania nazi. Destacan su participación en movimientos revolucionarios antifascistas, las normas antijudías y su experiencia en prisión.

    Me tocaba volver a la escuela como si nada hubiera ocurrido. Privados de sus locales de encuentro, los socialistas se reunían en los parques y las vegas del Danubio, jurando venganza contra Dollfuss y su gobierno. Muchos socialistas se adhirieron a nuestro grupo desilusionados por sus líderes. El Primero de Mayo de 1939 se celebró en un bosque de Viena la solemne unión de los jóvenes socialistas con los comunistas, resueltos a permanecer unidos en la lucha contra el régimen fascista.

    El 2 de mayo, para evitar las manifestaciones obreras, el régimen había programado un desfile en el Ring, la gran avenida de Viena, con Dollfuss y su ministro del interior, el conde de Starhemberg; la juventud en edad escolar estaba obligada a asistir al mismo. Los jóvenes allí congregados se burlaron del régimen aplaudiendo frenéticamente al pasar un cartero con su vistoso uniforme mientras permanecían en riguroso silencio al desfilar el dictador y su séquito montados en caballos blancos.

    No me quedaba tiempo para la escuela; había reuniones, se distribuían diarios clandestinos, teníamos que recoger las contribuciones para los compañeros encarcelados y visitar a los nuevos adeptos. Pasábamos los fines de semana en las vegas del Danubio o recorriendo las montañas. Solíamos cantar nuestras canciones y recaudar entre el público fondos para el Socorro Rojo puesto que había quien sacrificaba veinte céntimos de su magro presupuesto para mostrar su simpatía mientras otros nos insultaban.

    El gobierno de Dollfuss, enfrentado con la izquierda y con los nazis que promulgaban la unión con Alemania, buscó apoyo internacional encontrándolo en Mussolini, que preparaba su aventura en Abisinia y le convenía favorecer un régimen afín al suyo en el país vecino. Acosados por los nazis, los gobernantes encarcelaron a miles de opositores o les encerraron en un campo de concentración erigido a propósito cerca de la capital. Allí estaba mi hermano y, qué coincidencia, también mi futuro suegro, que había sido funcionario del sindicato y diputado en el parlamento.

    Durante los años precedentes a la anexión, los nazis incrementaron sus actividades antigubernamentales asistidos desde Alemania. El 25 de julio de 1934, un grupo de la clandestina SS atacó la cancillería, matando a Dollfuss en presencia de su ministro de interior, un tal Mayor Frey, que estaba negociando la rendición de los atacantes desde el balcón. Su papel quedó en entredicho, suicidándose dos años después.

    Régimen de Dollfuss y anexión de Austria por la Alemania nazi

    Recientemente un historiador encontró una referencia de este grave incidente en el diario de Goebbels, revelando la implicación personal de Hitler en el ataque nazi a la cancillería, lógicamente silenciada por los servicios alemanes. En un primer contacto en junio de 1924, Hitler se encontró con Mussolini en Venecia; ambos se reunieron a solas, sin intérprete, durante varias horas y Hitler salió convencido de haber logrado la aprobación de Mussolini para sustituir  a Dollfuss como jefe de gobierno en Austria, colocando en su lugar a un personaje de la derecha germanófila apellidado Rintelen. Obviamente los dos dictadores se habían malinterpretado; Mussolini, que apenas conocía el alemán, se vio expuesto a una larga parrafada a la que respondió “Ja” para no tener que admitir que no había entendido nada. En Berlín creían poder iniciar el golpe en base a este ilusorio acuerdo. En respuesta al ataque de Viena, Italia movilizó a sus tropas mandándolas a la frontera. En Alemania, Hitler y los suyos se asustaron ya que no estaban preparados para afrontar un conflicto internacional.

    En la cárcel nos encontrábamos junto a nuestros enemigos nazis frente al mismo común adversario. Para los antifascistas era una situación absurda. Cabe contar aquí un extraño episodio con varias consecuencias.

    En verano de 1935 la policía me apresó en una manifestación metiéndome en la cárcel durante cinco semanas, tiempo que pasé en la celda juvenil junto a unos veinte socialistas, comunistas y nazis. Allí el calor era sofocante y la dirección no permitía que se abriese la ventana, por lo que nos declaramos en huelga de hambre. Yo tenía casi dieciocho años y me nombraron portavoz. Apareció el director, un alto funcionario de policía, amenazándonos con su porra y me puse enfrente exponiéndole nuestras exigencias. Nos ordenó salir de la celda y que nos colocáramos a la derecha los que estuviéramos a favor de la huelga y a la izquierda los que no. Salí yo primero y para mi alivio todos se colocaron tras de mí. Se abrió la ventana. Al vernos ganadores nos abrazamos felices; quien se mostraba más feliz era un nazi, un muchacho alto, rubio, de ojos azules, el típico germano. Su suerte era trágica: diez años más tarde, acabada la guerra y derrotado el nazismo, se presentó en mi casa contándome que tras el Anchluss se le exigió una prueba de sangre aria, Ariernachweis, y el pobre supo que su padre era de ascendencia judía, cosa que la familia desconocía. Desde entonces tuvo que soportar todas las humillaciones reservadas a los de “sangre impura”.

    Bandera Frente Patriótico Austria

    Además, entre los jóvenes comunistas de la celda había un muchacho obrero detenido por distribuir periódicos clandestinos. Era Ferdinand Hackl[1], un buen amigo y compañero brigadista fallecido recientemente a los noventa y un años, en cuyo funeral pude evocar nuestra temprana gesta,

    Y no termina aquí. Al caer el gobierno austríaco, sus altos funcionarios fueron enviados a los campos nazis. Así es que el director de la cárcel, el de la porra, compartió infortunio con sus antiguos reclusos en el campo de Dachau.

    Sin embargo la aventura guerrera de Mussolini provocó sanciones de la Sociedad de naciones y un acercamiento entre Hitler y Mussolini, en detrimento de la protección garantizada al gobierno austríaco mientras que, obviamente, ninguna potencia europea estaba dispuesta a acudir en ayuda del país amenazado por la agresión alemana.

    Al salir de la cárcel me acogió un liceo a pesar de la nota escrita por la policía en mi expediente y tuve que seguir con Tácito y las fórmulas matemáticas. Corría 1937 y en Núremberg se promulgaron las leyes antijudías que dos años más tarde me convertirían en un ser sin derechos civiles. No recuerdo ninguna manifestación antijudía en mis años escolares.

    En la clase éramos treinta alumnos, unos veinte muchachos y el resto, chicas. Pasados cincuenta años me invitaron a una reunión de exalumnos a la que asistieron diez de ellos. No reconocí a ninguno pero me contaron la suerte de algunos de los compañeros de clase.

    Ebner, primero en matemáticas, buen compañero y nazi convencido, fue voluntario al frente en 1941, resultó herido en el frente ruso y regresó al liceo pero volvió al frente para no regresar jamás. Uno de los presentes en la reunión juraba haberse ofrecido para procurarle el certificado de mutilado no apto para el servicio pero Ebner lo rechazó, prefiriendo morir por su patria.

    La primera de la clase era una chica morena, tranquila, muy inteligente, de religión hebraica (solía salir con los cuatro no católicos que abandonábamos la clase mientras se impartía religión católica). Pereció en un campo de concentración.

    Otra compañera, una rubia muy tímida, de ascendencia judía perteneciente a una secta evangélica, se hallaba en la reunión y nos contó que tuvo que emigrar a Brasil con su familia, narrándonos los duros años de exilio, desconociendo la lengua del país y  careciendo de recursos.

    En una conferencia en junio de 1936, el gobierno de Kurt Schuschnigg que a la muerte de Dollfuss le había sucedido como jefe de gobierno, acordó con Hitler que Austria, como “segundo estado alemán” se alinearía con la política exterior del Reich ofreciendo semilegalidad al partido nacionalsocialista clandestino.

    Leyes de Núremberg
    Leyes Núremberg

    Entretanto yo languidecía por las mañanas en el liceo mientras que por las tardes y noches acudía a las actividades políticas. Por aquel entonces se proyectaron dos películas que nos entusiasmaron. Una era Cheliuskin, un documental sobre una expedición polar soviética, en el que por un momento aparecía Stalin saludando a los expedicionarios a su regreso. La otra, Viva Villa, tenía una corta e impresionante escena, que luego fue censurada, en la que podía verse a los campesinos mejicanos sacando los fusiles de su escondrijo para luchar contra la tiranía. Nosotros, como ellos, anhelábamos una sociedad mejor, socialista, y censura alguna podía quitarnos nuestro juvenil entusiasmo. Cuanto romanticismo, ¿verdad? Así suelen nacer los movimientos que desembocan en transformaciones históricas. Al ganar el poder y constituirse los ejércitos revolucionarios populares, con su rígida estructura, aparecen los líderes pragmáticos y se desvanece el romanticismo. Pero Viva Villa era un film excelente y Wallace Berry un gran actor.


    [1] Ferdinand Hackl. (Viena, 1918- Viena, 2010). Miembro de las Juventudes Comunistas desde los 14 años, encarcelado en 1935 por el régimen fascista del canciller Dollfuss. Miembro de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española desde 1937, luchó en varios frentes del sur y el centro y en la defensa de Barcelona acabando en los campos del  sur de Francia, Saint Cyprien y Gurs. Cayó en manos de la Gestapo siendo prisionero en Dachau hasta 1945.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann. – 4. APRENDO LATÍN Y OTRAS COSAS

    En Viena el autor ingresa en un colegio jesuita, donde recibe una educación tradicional y se interesa por la historia. En un periodo de crisis económica, comienza a participar en los movimientos comunistas del país y vive el ascenso del fascismo. Menciona a su hermano que estuvo en la Marina.

    En vísperas de mi décimo cumpleaños, el 20 de mayo de 1927, Charles Lindbergh cruzó el Atlántico, señalando la consolidación del mundo occidental tras las convulsiones de la Gran Guerra y abriendo paso al formidable fenómeno de la apertura de los cielos.

    En 1927 la Unión Soviética apenas contaba diez años de existencia y estaba aislada en un mundo hostil, fracasado el sueño de la Revolución Mundial. Unos pretendían que los rusos vivían felices mientras otros afirmaban que allí reinaba la miseria. Trotsky era eliminado y se anunciaba el primer plan quinquenal. El mundo se dividía entre adoradores y detractores de Stalin. La propaganda soviética, en vez de admitir las difíciles condiciones del país explicándolas como consecuencia de la larga guerra civil, afirmaba en su torpe propaganda que los ciudadanos eran felices en la sociedad socialista creada.

    Colegio años 20

    Inicié una nueva etapa, el liceo clásico. Era un instituto al viejo estilo en el que había que obedecer ciegamente a los profesores. Cuarenta años después mis hijas asistieron a la misma escuela y afortunadamente habían desaparecido tales rasgos. En mis tiempos, durante el recreo se solía pasear por el parque vecino bajo la severa vigilancia de los profesores y ¡Ay del que se apartase del camino! Yo era un año menor que el resto de la clase cosa que me colocaba en desventaja desde el principio; hasta los catorce años me encontraba entre los tres alumnos más pequeños y débiles. Fallaba en varias materias, sobre todo en latín, de manera que tuve que repetir varias veces, cosa que a fin de cuentas me permitió conocer bastante bien esta lengua. El esfuerzo valió la pena ya que me facilitó aprender italiano, español y francés.

    En 1929 seguía los estudios con poquísimo entusiasmo cuando al despertar encontré la cama de mi hermano vacía. No cabía duda ¡Wolfgang se había escapado! Lejos de entender los motivos de tal decisión le envidiaba por ello y deseaba imitarle. A ambos nos animaba el ansia de salir del confortable hogar de nuestra burguesa familia para entrar en el áspero mundo de las aventuras arriesgadas. Nuestra madre no comprendía estos anhelos, nos amaba con un cariño sin parangón, dispuesta a cualquier sacrificio. Pasaba horas mirando la carretera por la que Wolfgang debería volver si, tal como ella esperaba, las adversidades le obligaban a ello.

    Pero Wolfgang no volvió. En una breve carta que escribió desde Leipzig daba una lacónica explicación y pedía ayuda. Explicaba que intentaba hacerse marinero. Papá le proporcionó el contacto con una pequeña compañía de navegación austríaca radicada en el puerto de Hamburgo. En mayo de 1920 Wolfgang viajaba en el velero motorizado Steiermark surcando las aguas del Báltico, iniciando así su carrera de marinero. Sus primeras experiencias en aquel minúsculo barco mercantil a lo largo del litoral noruego debieron ser muy duras. Tuvo que soportar un trabajo al que no estaba acostumbrado, las guardias nocturnas, el mal de mar, la lengua que hablaban (se trataba del platt, parecido al holandés), las rudas costumbres y las burlas de sus compañeros.

    Pero Wolfgang superó todas las contrariedades y en sus cartas describía las bellezas de los fiordos noruegos, el sol de medianoche y su vida diaria en el barco. A los tres meses estaba perfectamente aclimatado.

    En octubre de 1929 sobrevino el Crac de la Bolsa de Nueva York y el mundo no tardó mucho en sufrir sus consecuencias. Los que habían perdido súbitamente el trabajo ya no consumían y la marina mercante no tenía mercancía que trasportar. Si no hay quien compre ¿qué productos se van a transportar? Es un círculo vicioso.

    Crisis años 20

    A principio de 1930 los puertos alemanes se habían convertido en cementerios navales y los marineros aguardaban desesperados a que zarpase algún barco. A Wolfgang la crisis le pilló en Danzig. Pasó los meses siguientes entre miles de marineros en busca de empleo sin que mejorase la situación. Allí se originaron sus primeros contactos con el sindicato comunista R.G.O. (Revolutionäre Gewerkschafts-Oposition).

    En vistas del aspecto desastroso de Alemania en el momento álgido de la crisis, Wolfgang decidió volver a Viena. Pero en su ciudad natal las cosas eran igual de desesperadas, la crisis llevó a los trabajadores a situaciones absurdas: las calles se llenaron de mendigos, las cárceles de ladrones y estafadores, formándose largas colas en la puerta de los conventos donde repartían sopa caliente.

    A Wolfgang le resultaba fácil explicar esta situación de escasez en un mundo en el que reinaba la abundancia. La culpa era del capitalismo y la solución propuesta por los comunistas era la revolución y la socialización de la producción. Es lo que habían hecho en Rusia, el primer país socialista; una sociedad sin explotación de los que contribuyen al bien común con su trabajo. El análisis era sencillo y la solución lógica.

    En marzo de 1932 las estadísticas indican que en Austria había un millón de parados de una población de seis millones. En Inglaterra eran veinte y en Alemania doce millones. En toda Europa los jóvenes, victimas desesperadas de este inhumano y absurdo sistema, anhelaban el gran cambio, fuese cual fuese.

    En otoño de 1931 asistí a una célula comunista[1] con mi hermano. Con apenas catorce años no comprendía nada. Sin embargo, en casa discutíamos con nuestro padre, resuelto partidario de Otto Bauer, que defendía una posición izquierdista como hizo Largo Caballero en España. Para nosotros sólo había dos alternativas: la Revolución que acabaría de una vez por todas con las adversidades de nuestra sociedad o las reformas que predicaban los socialdemócratas y mi padre, que equivalían a capitular frente al capitalismo.

    A mediados de 1932 establecí mi primer contacto con la Juventud Comunista[2]. Se reunieron quince personas en un sombrío sótano, jóvenes de claras convicciones. Cada uno de ellos merece su propia biografía. Recuerdo a un dotado orador, apodado “Gitano” por su aspecto algo moreno que, más tarde, fue soldado de la Wehrmacht y perdió un brazo en el frente ruso, absteniéndose de cualquier actividad política después de la guerra. Otro era rubio, de cuerpo hercúleo, el prototipo germano, resuelto luchador antinazi que murió víctima de ellos. A una de esas compañeras de sótano, hija de un abogado, volví a verla cincuenta años después; era una vieja seca que se negó a admitir que alguna vez hubiese simpatizado con los comunistas y haber estado en brazos del rubio. También había uno al que, sin desprecio alguno, apodábamos “Judío” por su fisonomía; procedía de aquellas Baumgarten Baracken anteriormente citadas y fuimos amigos hasta bien pasada la guerra.

    El colegio me resultaba cada vez más molesto ¿qué me importaban a mí la biografía de Cicerón o las odas de Virgilio que me exigían aprenderme de memoria? ¡Y las fútiles fórmulas matemáticas, la mineralogía y la química? Hoy acepto los conceptos de saber universal y de educación humanista pero a los dieciséis años me parecían absurdos. Sin embargo había una materia que me fascinaba, la historia. El profesor era un dotado pedagogo pero los alumnos no le prestaban atención y tuve que disciplinar a la clase para poder escucharle.

    Pasábamos los fines de semana en las lindas vegas del Danubio, reunidos alrededor del fuego, cantando nuestras canciones revolucionarias y desafiando a la policía. O recorríamos el bosque de Viena acompañados por las mandolinas ¡Qué fácil es motivar a un muchacho de dieciséis años! De esos encuentros juveniles nacieron estrechas amistades que perdurarían en las prisiones, la guerra y los campos. Eran los compañeros que sólo cuatro años después volverían a encontrarse en la batalla del Ebro.

    El 11 de enero de 1934 pasé  mi primera noche en prisión. Lo recuerdo porque era el cumpleaños de mi madre. Esa noche los nazis hicieron explotar sus bombas en lugares públicos y me apresaron por error, pasando la noche en la comisaría ubicada en el sótano del palacio de Schoenbrunn, que con toda seguridad la emperatriz María Teresa no había destinado a tan lúgubre uso. Me soltaron a la mañana siguiente. Pasé varias veces por tan terrible lugar durante los años siguientes, al ser atrapado por la policía por mis actividades conspirativas.

    En aquel momento mi hermano también estaba en prisión por su participación en una manifestación contra el hambre en Nochebuena, organizada por el Partido en un mercado y en la que rompió un cristal al arrojar una piedra envuelta en papel de regalo y soltó algunos de los gansos que allí se exhibían. Una disparatada locura con la vana esperanza de llamar la atención. Ceo que Wolfgang participó en ella más por disciplina que por convicción.

    Militarismo y ascenso del Fascismo

    En la vecina Alemania había acabado el primero de los mil años del “Imperio” de Adolf Hitler, llamado por el presidente de la República, el viejo Hindenburg, para gobernar el país en plena legalidad constitucional. En Austria el ascenso al poder de Hitler suscitó muy poco entusiasmo; por aquel entonces ya reinaba en el país su variante alpina, el dictador fascista Engelbert Dollfuss y se avecinaba el gran enfrentamiento entre el gobierno y las organizaciones obreras.

    La mañana del 12 de febrero de 1934 se apagaron las luces de la ciudad; la huelga de la central eléctrica era la señal convenida por las formaciones paramilitares del partido socialdemócrata. Los jóvenes comunistas de  nuestro grupo nos reunimos presentándonos en el punto de encuentro del Schutzbund[3] más cercano, dispuestos a defender la legalidad democrática contra Dollfuss. Nos aceptaron asignándonos un puesto de guardia en un cruce. Nos entregaron un fusil sin enseñarnos a manejarlo y allí quedamos, resueltos a cumplir nuestra misión. Pasó una hora sin que nada se moviese, media hora más tarde fuimos al mando a ver qué pasaba y resultó que ¡se habían ido a casa sin avisarnos! De haber pasado una patrulla de policía encontrarnos con el arma en la mano hubiese sido motivo suficiente para abatirnos en el acto.

    Las luchas acabaron a los tres días con la derrota de los nuestros, dejando más de noventa muertos en las calles y una docena de ajusticiados. Eran jornadas de lucha desesperada, de heroísmo y entrega a la causa pero también de incapacidad y pura traición. Entre los dirigentes socialistas hubo pocas excepciones, pagándolo con sus vidas, como el líder del partido en Estiria, Koloman Wallisch, y el vienés Karl Muenichreiter, que fueron ahorcados por los fascistas vencedores. La mayoría de los funcionarios se entregaron a las autoridades o huyeron a Checoeslovaquia. Los que lucharon en las calles de Viena, Linz y otros focos de resistencia, iniciaron una larga y trágica odisea que les llevó a la Unión Soviética en 1934, a España en 1937 y, al ser nuevamente derrotados, a los campos de Francia, para terminar el calvario en el campo nazi de Dachau hasta su liberación en abril de 1945.


    [1] Reunión del Partido Comunista Austriaco (KPÖ)

    [2] Juventudes Comunistas Austríacas (KJV)

    [3] Organización paramilitar controlada por el Partido Socialdemócrata austríaco