El autor conoce a Clara en 1936, una joven de la que se enamora. Una relación fraternal que perdurará décadas. Le ayudará a sobrellevar las duras condiciones que vivirá después en prisión donde aprende ebanisteria, y en un período de poder y conflictos del fascismo.
El verano de 1936 me halló veraneando con mi familia en las lindas playas del lago de Garda, en Italia, en casa de un cliente de mi padre. Mientras pasaba los días con los jóvenes del pueblo disfrutando de las dulces olas del apacible lago, se estaba produciendo la guerra de Abisinia, donde el Duce intentaba conquistar un imperio para su pequeño rey. En esta aventura murieron unos cuatro mil quinientos soldados italianos y doscientos setenta y cinco mil del Negus. El ejército italiano avanzaba mientras los jóvenes del pueblo cantaban lindas canciones de guerra: “musetto nero, sarai romano…” y “quando saremo Macalé, or ti daremo un’altra legge, un altro re”
Evidentemente me enamoré de la más joven de las hijas del señor Giovanni, la rubia Clara, iniciando así una relación que duraría más de siete decenios ya que aunque ambos pasamos de los noventa años todavía nos llamamos una vez por semana evocando tan singular amistad.
En su diecisieteavo cumpleaños le regalé una reproducción de un velero que había admirado en una tienda de Sirmione y que se convirtió en el símbolo de nuestro amor. Cuando un año más tarde fui encarcelado y aprendí algo de ebanistería, le hice un cofrecillo taraceando dicho velero en la tapa. La historia de esta pieza es larga; cuando salí de la cárcel el cofre se perdió pero por una serie de afortunadas coincidencias se conservó durante los largos años de exilio, prisiones y desventuras, reapareciendo después de la guerra. Así que muchos años después pude entregárselo, cuando nos reencontramos gracias a ciertos milagros, ambos felizmente casados pero con el imborrable recuerdo de nuestro amor juvenil.