El autor describe la retirada del 4º Batallón de la XI Brigada Internacional tras la batalla del Ebro, su traslado a Gratallops y luego a San Quirico, y las difíciles condiciones de vida en la retaguardia. También menciona la despedida de los voluntarios internacionales y su deseo de exiliarse a diferentes países.
Nos retiramos hacia el pueblo de Gratallops, a poca distancia del campo de batalla. Nos quitamos los uniformes destrozados y llenos de piojos, nos afeitamos las barbas de varios días, nos dimos un baño en el agua clara del río, vestimos los nuevos uniformes e intentamos quitarnos de encima la pesadilla de los tres últimos meses en el Ebro. Para el 4º Batallón de la XI Brigada Internacional fue el primer día fuera de combate desde que habían cruzado el Ebro el 24 de julio de 1938.
Pese a lo mucho que nos dolía tener que abandonar a nuestros compañeros españoles no había quien, al mismo tiempo, no se sintiese aliviado al haber escapado con vida de aquel infierno.
Siguieron días de descanso, festines y, al poco tiempo, la triste despedida de los españoles de la brigada con los que habíamos compartido las miserias de la batalla más cruenta de aquella guerra. Abrazos, lágrimas, promesas de amistad eterna y, al fin, la partida de los que volvían al frente. El lejano retronar de los cañonazos nos hizo recordar que la batalla no había terminado.
A los pocos días, los internacionales fuimos trasladados desde Gratallops a una zona más retirada, en los Pirineos. Subimos a los acostumbrados camiones cruzando una Cataluña que en ese lapso de tiempo se había vuelto apática, el cansancio de la guerra era evidente. En las paradas nos rodeaban enjambres de chavales pidiéndonos pan y, a lo largo de la carretera, veíamos caminar familias cargando todos sus bártulos sobre un carruaje, huyendo de la guerra rumbo hacia el norte.
Cruzamos Barcelona y llegamos a San Quirico, una pequeña localidad del valle del alto Ter. El cambio no podía ser más decepcionante, nos recibieron unos letreros que decían “Cuartel del Extranjeros”, “Intendencia de extranjeros”… A los que solíamos ser llamados “Internacionales” y tratados como huéspedes de honor ese “Extranjeros” nos sonó como una ofensa. Sin embargo ahora comprendo que, en el tercer año de guerra, los habitantes del pueblo sólo deseaban que acabase de una vez aquel aquelarre.
En Gratallops abundaban la fruta y la verdura: uvas, melocotones, albaricoques, higos, berenjenas, patatas, judías… y los campesinos nos las vendían o regalaban en abundancia. Sin embargo, en San Quirico lo único que producían los campos eran rábanos, de manera que dependíamos totalmente del escaso rancho de nuestra cocina. Los responsables de la intendencia española sabían que no podíamos protestar; en España todo el mundo pasaba hambre y pedir más comida era quitársela a los niños y los necesitados.
Soldados en la retaguardia ya sin misión militar pasamos un otoño frío, desagradable y deprimente. Nuestra unidad fue alojada en el cobertizo de una fábrica, con el río fluyendo por debajo y temperaturas que llegaron hasta diez grados bajo cero. En mi vida había pasado tanto frío. Pero de nuevo ¿Quién hubiese tenido la osadía de pedir más mantas cuando no bastaban para cubrir a niños y viejos?
Americanos, franceses, ingleses, canadienses, daneses, suecos, noruegos y cubanos partían hacia sus respectivas tierras en los primeros días de noviembre. Quedábamos los procedentes de países dominados por regímenes fascistas: alemanes, austríacos (Austria había sido anexionada en marzo de 1938), italianos, húngaros y yugoeslavos.
Por encargo de la Sociedad de Naciones, a finales de octubre se presentó en el asentamiento de los Internacionales en Bisaura del Ter[1] una comisión de altos oficiales de diversos países. Parecía una burla que esos señores con sus vistosos uniformes hiciesen que nos presentáramos uno tras otro ante ellos para dar fe de que era verdad que ya nos habíamos retirado. La comisión contó un total de doce mil seiscientos setenta y tres voluntarios no españoles retirados y a la espera de ser evacuados y nos preguntaron a qué país queríamos ir.
La mayoría de los austríacos y de los alemanes, cansados de tantas peripecias, pedía ser exiliados a Méjico, cuyo presidente Cárdenas había prometido acogernos. Yo prefería Noruega. Gracias a su cercanía con Alemania me parecía el más idóneo para los que pensábamos volver a entrar en acción al llegar el momento del gran desquite que sabíamos que no iba a a tardar.
Los “mejicanos”, unos doscientos austríacos y alemanes, partieron en tren una tarde de diciembre. Nuevamente hubo emocionantes despedidas entre compañeros que durante tanto tiempo habían compartido las calamidades de la guerra. Los que partían distribuían sus mantas, ropas y demás enseres que ya no les serían útiles. Pero aquella misma noche volvíamos a tenerlos entre nosotros; los franceses no les habían dejado pasar.
[1] Bisaura de Ter es la denominación recibida por el municipio catalán de San Quirico de Besora (provincia de Barcelona) en la zona republicana durante la Guerra Civil española.