El autor describe la liberación y celebración de Bruselas, tras su viaje desde Vierzon a París, sus experiencias laborales con las tropas inglesas y americanas hacia Alemania, y conocer el drama que las SS fue quien deportó a su madre al campo de Auschwitz poco antes de su liberación.
El viaje desde el recién liberado Vierzon hasta París no resultaba nada fácil, a través de un territorio donde reinaba una mezcla de anarquía y delirio de redescubierta libertad, típica de las revoluciones triunfantes: se requería un laissez-passer, un permiso especial para el tren y, desde luego, un tren que funcionase. Llegué a un París recién liberado con las huellas de los combates todavía presentes como, por ejemplo, la huella de un cuerpo humano marcada en el suelo con piedrecitas y un papel en el que una hija señalaba donde había muerto su padre, caído durante las refriegas de la retirada de la Wehrmacht.
Me hospedaron en el cuartel de una unidad de resistencia española dándome un papelito que me autorizaba a circular fuera de París y que falsifiqué para dirigirme a Bruselas. Llegué a Tourcoing en la frontera de Bélgica, los guardias franceses me pidieron el pasaporte dejándome pasar a condición de no volver jamás a Francia; sus colegas belgas ni siquiera me miraron, así que entré en Bélgica el mismo día que cambiaba la moneda de la ocupación por una nueva nacional, por lo que cada ciudadano podía cambiar doscientos francos belgas por la nueva moneda. Subí a un camión en dirección a Bruselas donde llegué sin tener ni un céntimo para el tranvía. Conmovido por mi deseo de ver a mi madre tras años de separación forzosa, alguien me pagó el billete y, por fin, me encontré ante la puerta de aquella exigua casa del barrio bruselense de Uccle, la única dirección que conocía.
Sesenta años después del día que llamé a aquella puerta aún se me encoge el corazón al recordarlo. Se entreabrió la puerta y apareció una rubia y corpulenta señora a la que anuncié mi nombre preguntándole por Madame Hoffmann. La rubia me miró con los ojos abiertos de par en par, repitió mecánicamente “Madame Hoffmann” y cerró la puerta. Tardó un rato hasta que, acompañada por su marido, volvió a abrir y me soltó la noticia de que Madame Hoffmann había sido detenida por las SS y llevada al campo de Malinas[1].
En septiembre de 1944 ya se sabía que durante la ocupación alemana desde el campo de Malinas solían deportar a los grupos de infelices rumbo a destinos desconocidos en el este. El grupo de mi madre salió el 14 de mayo, era el transporte número veinticuatro, el último antes de la liberación. Sus huellas se pierden en dirección a Auschwitz.
Ya había muchos indicios de lo que sucedía en los campos del este de Europa pero hasta la caída del Reich no se conoció enteramente la cruel realidad de lo que ahora llamamos Holocausto. Los parientes de los deportados aún podían esperar que los suyos regresasen vivos.
El primer invierno después de le liberación se pasó mal: hambre, frío, tiendas sin mercancías, la miseria que había conocido en la Viena de mi infancia y de la España de los últimos meses de la guerra. Encontré trabajo de carpintero en un taller del ejército inglés donde se montaban los vehículos para el avance de los Aliados en la conquista de Alemania.
Buscando un trabajo mejor remunerado me dieron un papelito rojo para presentarme en la oficina de empleo del ejército de Estados Unidos. Me presenté y me aceptaron, embarcándome de inmediato en un jeep hasta su base en Verdún para incorporarme como “private first class” (cabo de primera) en el glorioso US Army, me equiparon con un elegante uniforme que incluía un “helmet liner” (casco forrado). La mañana siguiente salimos hacia Alemania a una guerra que aún duraría cuatro meses más.
[1] Campo de tránsito de Malinas. Entre 1942 y 1944 los barracones del cuartel Dossin de Malinas (Mechelen), en Flandes, fueron utilizados por los nazis como campo de tránsito por el que pasaron más de 25.000 judíos y gitanos belgas y del norte de Francia antes de ser deportados a Auschwitz-Birkenau. El 95 % de los deportados no sobrevivieron. Después de la liberación del campo, el 5 de septiembre de 1944, sus instalaciones funcionaron como campo de internamiento para nazis y colaboracionistas.