El autor celebra la liberación de la ocupación alemana de Francia por los aliados y de Austria por el Ejército Rojo, momento de alegría y esperanza: la retirada y derrota alemana, el anticipo de los maquisards…
Y explica las desesperanzas de los republicanos españoles: intentos fallidos como la Operación “Reconquista”, y el envejecimiento de los exiliados hasta que regresaron tras Franco.
El protagonista pasa por Bruselas y descubre que su madre se deportó a Auschwitz. Regresó a Viena.
Se fueron las SS pero quedaron los de la Wehrmacht. Hacía días que se sabía que los Aliados se estaban acercando pero los alemanes no eran capaces de organizar la evacuación del complejo aparato de ocupación con la rapidez debida.
Me despedí de dos de los jóvenes reclutas austríacos del grupo de la letrina que se fueron con la tropa. Ni se plantearon desertar ya que se arriesgaban a que los cogieran los guerrilleros franceses. Vestían el uniforme enemigo y estábamos en guerra.
Una calurosa noche de agosto empezó un tiroteo entre los maquisards que empezaban a entrar en la ciudad y alguna patrulla alemana en retirada. Mientras los alemanes se marchaban iban llegando más y más guerrilleros reunidos en los bosques vecinos los días anteriores.
También salían a las calles muchos vecinos que días atrás apenas oteaban tras las cortinas. Ahora, cuando la Liberación estaba a punto de consumarse, todos deseaban haber pertenecido a la Resistencia. Se trataba de ocupar las posiciones clave antes de que los miembros de la vieja burocracia se apoderasen de ellas.
Unas desgraciadas muchachas que habían mantenido relaciones con militares alemanes fueron arrastradas al balcón de la prefectura. Entre el júbilo de la plebe se les cortó el pelo al rape. ¡Mueran los traidores! ¡Viva la libertad!
Cuando Romorantin despertó aquella mañana, la ciudad era libre ¡Libre! ¡Libre! Tras cuatro años de ocupación alemana por fin desaparecía la Kommandantura, se iban la Gestapo y las SS, no quedaban altivos oficiales con el odioso uniforme gris, se acabaron las levas forzosas, el enemigo ya no se llevaría las cosechas. Empezaba una nueva vida.
París fue liberado pocos días después, los tanques aliados tripulados por republicanos españoles y bautizados con los nombres Jarama, Guadalajara y Belchite entraron en la ciudad ante el júbilo del pueblo.
Pero en España, Franco siguió en el poder a pesar de que todo el mundo esperaba que, una vez vencidos sus protectores, el régimen franquista estaba destinado a desaparecer.
Mis amigos republicanos se reunieron impacientes por volver a su tierra. Todos los que vivían en la región se marcharon a Vierzon a la espera de órdenes.
Pero en mayo de 1944, en un discurso en el Parlamento, el británico Winston Churchill ya se había declarado a favor de Franco al demostrar su agradecimiento por haberse mantenido neutral. También había emisarios del presidente Rooselvelt en tratos con Franco para asegurarse posiciones estratégicas en España ante la Guerra Fría que se avecinaba. Durante el otoño de 1944 nos convenceríamos de que los vencedores de la guerra no iban a mover un dedo contra Franco. Para derrocar la dictadura habría que hacerlo con las armas.
Empezamos a hablar de “Reconquista” y los republicanos refugiados en Francia se prepararon para esta lucha. Algunos pasaron la frontera con las armas que habían arrebatado a los alemanes pero la mayoría de ellos acabó cayendo en manos de la Guardia Civil. Unos pocos consiguieron permanecer escondidos en las sierras pero en 1950 hubo que reconocer que la “Reconquista” había fracasado.
Por lo que a mí respecta, volvía a encontrarme en la disyuntiva entre los dos países que consideraba mi patria. En el periodo de octubre a diciembre de 1944 los angloamericanos estaban en la orilla del Rin y los rusos ante Berlín. En diciembre fracasó la última ofensiva desesperada de von Rundstedt[1] en las Ardenas belgas y pensé que la liberación de Austria ya no podía tardar. En consecuencia, me encontré en el deber de estar preparado para regresar a mi país.
Tuvimos que despedirnos; mientras mis amigos partían rumbo al sur, yo fui en dirección a Bruselas donde esperaba encontrar a mi pobre madre que había sufrido cinco años de miserable vida de refugiada bajo la permanente amenaza de ser deportada a algún campo del este.
En Bruselas recibí la cruel noticia de que mi madre había sido detenida y deportada a Auschwitz poco antes de la entrada de los Aliados. Sus huellas se perdían en un tren que se movía en dirección al este.
Tuve que esperar seis meses más para regresar a mi tierra, cuando el Ejército Rojo entró en mi Viena liberada y reducida a escombros.
Los españoles se reunieron resueltos a emprender el camino de regreso a su ansiada patria. Mis compañeros se movían lentamente hacia los Pirineos. En aquel verano de 1944 todos anticipábamos el inminente final de la guerra. Nadie dudaba que para los españoles significaba el fin de la dictadura franquista y el regreso de los exiliados.
Para mí se abría el camino hacia mi propio país liberado, por lo menos así lo creía. Y emprendí camino hacia el norte. Mis amigos españoles y yo quedamos decepcionados: Austria tuvo que esperar ocho meses, ocho largos meses de guerra total que dejó ciudades en ruinas y costó miles de vidas humanas.
¡Y España? Franco siguió en el poder otros largos treinta años. Los jóvenes exiliados que se habían acercado a la frontera en agosto y septiembre de 1944 serían ancianos cuando por fin pudieron entrar en la deseada patria.
Decidí viajar a París y a Bruselas para reunirme con mi madre y continuar hasta mi país en espera de su liberación.
[1] Karl Rudolf Gerd von Runsdtedt (Aschersleben, 1875 – Hannover, 1953) Militar alemán que aplastó la resistencia del gobierno socialdemócrata de Prusia cuando éste no aceptó la disolución ordenada por Von Papen. Descontento con el nazismo, se retiró en 1938, pero Hitler le confió el mando de cuerpos de tropas que invadieron Polonia y Francia. Participó en la invasión de Rusia, al mando de los ejércitos del sur, que ocuparon Kiev, pero se opuso a la ofensiva de invierno y volvió a presentar la dimisión. Meses más tarde, Hitler le confió el mando del frente del oeste en Francia, que asumió hasta 1944. No pudo impedir el desembarco aliado de Normandía, por lo que fue sustituido por Kluge. Hitler le encargó dirigir la última ofensiva en las Ardenas, en la que fracasó. Hecho prisionero por los británicos fue internado en Nuremberg, Londres y Hamburgo y liberado en 1949 debido a su estado de salud.