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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 24. LA DERROTA FRANCESA

    El autor narra la derrota de Francia ante la Alemania nazi, y como queda la situación en los campos de concentración (Gurs, Argelés y Saint Cyprien) y la de su família tras un encuentro amargo con su hermano y su padre.

    En junio, los alemanes estaban a punto de ocupar la franja de la costa francesa próxima a la frontera española y el mando francés del campo de Gurs resolvió trasladarnos ante la inminente amenaza de caer en manos de la Wehrmacht. Se nos embarcó en un tren, esta vez en vagones de ganado, y llegamos a Toulouse durante la desbandada del ejército francés. De repente desaparecieron los guardias y centenares de “rojos peligrosos” quedamos en libertad. Paseamos por la ciudad gastando los cinco francos de la caja común que nos habían repartido al salir del campo, comprando pan que, ante nuestra sorpresa, se vendía libremente en las panaderías (en Gurs nos habían reducido la ración de pan aduciendo que en Francia escaseaba).

    Entrada de los Nazis en París

    Una avalancha de fugitivos llenaba las plazas de la ciudad, una imagen que nos resultaba familiar. Durante “nuestra guerra” ¿cuantas veces nos habíamos cruzado con las tristes caravanas de familias en busca de un rincón de paz, huyendo de la guerra que les había alcanzado?

    Para nosotros no era conveniente aprovechar la oportunidad para escapar; desconociendo el idioma, sin recursos y con una indumentaria deficiente, era preferible permanecer juntos. Una delegación fue a investigar si aún existía alguna autoridad y, al fin, llegó la Garde Mobile y el tren prosiguió hasta el viejo campo de Argelés, en la costa mediterránea, donde tuvimos que vivir en los barracones abandonados por los refugiados españoles en 1939.

    Decadencia de los Campos de concentración franceses tras las invasión alemana

    Volvió a instaurarse la monótona vida de reclusos, la escasa alimentación, los piojos y las pulgas, aunque ahora estábamos frente a la playa y podíamos tomar un baño cuando quisiéramos.

    Un día de aquel verano un compañero me avisó de que mi hermano me estaba buscando. No se burlaba de mí, allí estaba mi hermano, alto, fuerte y confiado como siempre. Le habían detenido junto a mi padre durante la invasión alemana y se encontraban en el campo de Saint Cyprien, a pocos kilómetros de Argeles. Wolfgang fue en mi busca al tener noticias de la presencia de refugiados internacionales en el campo vecino.

    Era un singular encuentro y creímos que el mando francés nos permitiría salir juntos del campo. Nos indicaron que la comandancia estaba en un edificio fuera de la entrada. El comandante no accedió a nuestra demanda y proseguimos hasta Argelés. Al ver a dos jóvenes fuertes una señora nos ofreció que nos ocupáramos de su granja. Aceptamos y convenimos en empezar dos días después ya que mi hermano debía despedirse de nuestro padre que iba a permanecer solo en el campo y yo quería despedirme de mis compañeros.

    Dos días después salí del campo de Argelés y me dirigí al lugar convenido para el encuentro, donde esperé a mi hermano en vano ¿Qué hacer? Resolví ir al campo de Saint Cyprien donde esperaba encontrarle con mi padre.

    Al llegar, los guardias me apresaron y me metieron en el recinto penal. En la marcha campo a través, evitando carreteras y caminos controlados por los gendarmes, había perdido las pocas cosas que me había llevado de Argelés, incluidos el plato y la cuchara, elementos esenciales en un mundo en el que se dependía de la alimentación accidental. Desde los tiempos de las largas caravanas de refugiados huidos de España, Saint Cyprien había pasado de ser una masa de partidarios de la República vencidos por un enemigo común a un conjunto de desterrados dispuestos a salvarse a cualquier costa. En aquel triste recinto las noches eran un aquelarre, tuve que defenderme de un maricón argelino que me atacaba por la derecha y de las agresivas ratas que lo hacían por la izquierda.

    Ficha de la Gestapo de Viena de Woolfgang Hoffmann (1912-1942). Foto del archivo DÖW.

    A los pocos días pude salir al campo normal donde encontré a mi padre tirado sobre el colchón en un barracón, miserable y desesperado. Wolfgang se había despedido de él al llegar una comisión alemana que ofrecía ayuda a quienes estuviesen dispuestos a volver a su domicilio. Esperando reunirse con su mujer, su hijo y su madre en Bruselas, se apuntó y fue llevado, junto a otros trescientos repatriados, a Burdeos donde la Gestapo les investigó, apresando a tres de ellos que estaban en su lista de sospechosos. Acabó siendo víctima de su compromiso antifascista pereciendo a los pocos meses en el campo nazi de Gross Rosen[1].

    Teniente Heinrich Hoffmann en la IGM (Generda por IA)

    Intenté levantar la moral de nuestro padre que, a los cincuenta y siete años, era un viejo desamparado que no podía conformarse con su desolación. Aficionado a la música, amante de la literatura, de finos modales, se vio arrojado a la más triste miseria. Francamente yo no estaba dispuesto a sostener su ánimo y confieso haber fallado en mi deber filial.


    [1] Gross Rosen fue un campo de concentración nazi situado en Rogoznica, una localidad de la parte occidental de Polonia. Fue construido en agosto de 1941 como subcampo de Sachsenhausen pero el 1 de mayo de 1941 se convirtió en campo independiente albergando un gran número de trabajadores esclavos en las factorías bélicas del sector. Gross Rosen poseía una empresa que explotaba una cantera. La muerte de los reclusos se producía principalmente por agotamiento en el trabajo y por ejecuciones. Era también un centro de entrenamiento para las 541 mujeres SS que allí aprendían cómo tratar a los reos para ser destinadas más tarde a otros campos. Fue evacuado el 13 de febrero de 1945.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 23. ¡HAY GUERRA!

    El autor describe la inminencia de la Segunda Guerra Mundial y su impacto en la población, especialmente en los internos del campo de Gurs. Relata las difíciles condiciones de vida en el campo, la invasión de Polonia y Finlandia, y la “drôle de guerre”. También menciona su labor de alfabetización y la construcción de un monumento a Buenaventura Durruti.

    Nadie dudaba de que la guerra fuera inminente, pero cuando las divisiones alemanas invadieron Polonia en 1 de septiembre de 1939 y Francia e Inglaterra declararon la guerra al Reich fue como un porrazo que caía sobre la gente. Sólo hacía veintiún años del fin de la Primera Guerra Mundial y por su edad muchos de los supervivientes podían volver a ser llamados a filas. Las novelas de Erick Maria Remark en Alemania y de Henri Barbusse en Francia sembraron el miedo a la guerra en todo el mundo. Hasta el último momento se anhelaba el milagro de que pudiese evitarse. No hubo las manifestaciones de júbilo tan frecuentes en 1914 pero tampoco hubo protestas. La consciencia parecía paralizada.

    Imagen del capítulo generada por IA

    En Gurs aún desconocíamos las consecuencias que esto iba a tener. No sentíamos simpatía alguna por el régimen semi fascista del mariscal Pilsudski[1] y tampoco podíamos imaginar que cuando las tropas soviéticas invadieran Polonia fuesen a deportar a miles de funcionarios comunistas. Según nos dijeron, los países bálticos eran territorios arrancados a la fuerza que habían pertenecido a Rusia históricamente.

    En noviembre el ejército soviético atacó Finlandia comenzando una tenaz resistencia de ese pequeño país de poco más de dos millones de habitantes que duró todo el invierno y sólo acabó en marzo de 1940 con un armisticio cediendo una franja de territorio a la Unión Soviética.

    Por primera vez osé expresar mis dudas sobre el curso de la guerra entre países tan dispares en una reunión del partido. Mi intervención fue tímida ya que no tenía coraje para arriesgarme a ser aislado de la mayoría. Sin embargo la mancha por haber dudado no desapareció, sin que los compañeros fuesen conscientes de donde procedía.

    Se declaró la guerra pero tras la ocupación de Polonia y los países bálticos coordinada entre Alemania y la Unión Soviética, con el fin de la guerra en Finlandia Europa languidecía en un extraño aquelarre, la “drôle de guerre”[2], con los ejércitos acechándose desde sus líneas fortificadas: la línea Maginot y el Westwall, durante meses de angustiosa espera.

    La invasión de Polonia y Finlandia al inicio de la II Guerra Mundial

    En Gurs empezó un lluvioso invierno desmoralizador, el suelo convertido en un barrizal donde se nos atascaban los gastados zapatos; los días se acortaban anocheciendo a las cinco y nos acosaban las largas horas de ocio forzoso y de hambre a causa de la deficiente alimentación.

    Se distribuyeron velas entre unos pocos miembros del partido para que pudiesen leer los pocos informes que nos llegaban. Mi vecino de barracón era uno de esos afortunados beneficiarios pero escondía su vela colocando un trapo entre su cama y la mía de forma que yo quedaba en la oscuridad. Este B. era un fiel miembro del partido pero sus cualidades humanas dejaban mucho que desear.

    Imagen del capítulo generado por IA

    Yo daba clases de alfabetización a jóvenes españoles ya que muchos procedían de regiones atrasadas sin acceso a la escuela. Uno de ellos me preguntó de dónde venía y se sorprendió al responderle que era de “Viena” porque él también era de “Villena”. Como siempre me ocurrió en el exilio, las relaciones con los españoles eran de mutua camaradería.

    Un compañero austríaco, Pixner[3], era un escultor dotado y erigió un monumento a Buenaventura Durruti hecho con el barro del campo; alguien nos fotografió ante dicho monumento, dos brigadistas y un discípulo analfabeto mío. Pixner fue a Inglaterra y se casó con una inglesa; setenta años después encontré a su viuda y a su hija en Barcelona ante un monumento a los brigadistas en el Fossar de la Pedrera.

    Imagen del capítulo generado por IA

    Este primer invierno en el exilio francés pasó sin afectarme la moral aunque no pude acostumbrarme a la insuficiente alimentación. Una vez recibí un paquete de un tío de Inglaterra pero ¡qué decepción! al abrirlo sólo contenía jabón, pasta de dientes y otros artículos de higiene.

    El 10 de mayo de 1940 acabó la extraña drôle de guerre. El ejército alemán invadió Holanda y Bélgica, aplastó la débil resistencia francesa y la de sus aliados ingleses y siguió avanzando hasta tomar París.

    En junio, los generales franceses firmaron el armisticio en Compiegne, en el mismo vagón donde, veintidós años antes, sus colegas alemanes habían firmado la derrota del ejército del Káiser.


    [1] Jósef Pilsucki (Zúlov, 1867- Varsovia, 1935). Primer Jefe de Estado (1918-1922) y dictador (1926-1935) de la Segunda República Polaca. Considerado el principal responsable de que Polonia consiguiera la independencia en 1918. En 1930 se genera una oposición política que le exige dejar el poder. En respuesta, Pilsudski comienza una represión que se agrava en los años siguientes; los últimos años de su régimen al terror policial se añade la brutal represión militar del nacionalismo ucraniano de 1930. A pesar de ello, la figura de Pilsudski es vista actualmente como una de las más destacadas de la historia de Polonia en donde se le considera uno de los grandes héroes de la nación.

    [2] La drôle de guerre o guerra de broma es una expresión francesa referida al periodo de la Segunda Guerra Mundial que comenzó con la declaración de guerra que Francia e Inglaterra dirigieron a Alemania el 3 de septiembre de 1939 y acabó con la invasión alemana de Francia, Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo el 10 de mayo de 1940. En este intervalo de tiempo las tropas francesas y británicas apenas se movilizaron y no participaron en ningún acto bélico contra los alemanes a pesar de que ambos países estaban obligados a asistir militarmente a Polonia. Desde septiembre de 1939 hasta mayo de 1940, los principales actos bélicos del tercer Reich ocurrieron en batallas navales en el Atlántico. Incluso la Guerra de Invierno entre Finlandia y la URSS (diciembre 1939-marzo 1940) transcurrió sin que Francia o Inglaterra lanzaran ataque alguno contra Alemania. Sólo el ataque alemán del 10 de mayo de 1940 acabó con la guerra de broma. La expresión drôle de guerre fue utilizada por primera vez por el periodista francés Roland Dorgelès.

    [3] Franz Pixner. (Ried im Innkreis, 1912- Viena, 1998). Marxista austríaco, combatiente en las Brigadas Internacionales, escultor y pintor. Miembro de las Juventudes Socialistas y del Partido Comunista Austríaco, encarcelado por su participación en el Socorro Rojo, en 1937 fue a España para luchar contra Franco siendo herido de gravedad. En 1939 fue internado en el campo de reclusión de Gurs en Francia. Al ser liberado se instaló en Londres donde permaneció hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Casado con la hermana del premio Nobel de química Walter Kohn, vivió en Viena hasta su muerte trabajando como artista independiente.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 22. EL CAMPO DE GURS

    El autor relata su estancia en el campo de Gurs [1], donde convivió con brigadistas cubanos y otros internos bajo duras condiciones. Destaca la celebración del 14 de julio francés (también de la II República española) y el impacto del Pacto de no agresión entre la Unión Soviética y Alemania. También menciona las dificultades de sus padres.

    Treinta años después tuve la oportunidad de pasar por la que fue nuestra morada hasta junio de 1940 y vi un agradable paisaje con la impresionante muralla de los Pirineos al fondo, un bosque joven en el que trinaban los pajaritos, entreviéndose los restos de la carretera asfaltada que comunicaba los diversos sectores del campo. Un campesino estaba arando la tierra. Era demasiado joven para haber visto las miserias del campo pero tenía una vaga idea del mismo, incluso me indicó una zona en la que aparecían partículas blancas entre los terrones, allí había estado el hospital del campo. Los campesinos se mostraron comunicativos como suele ser la gente en el sur. Treinta años antes no era así. La población nos era hostil, convencidos de que éramos asesinos de curas y violadores de monjas.

    El campo contaba con unos trescientos barracones para albergar a unos sesenta mil internos, estaba circundado por alambradas de espino cuádruples y subdividido en sectores o islotes para separar los grupos étnicos. Estaba administrado por la Garde Mobile que ejercía un régimen bastante severo, llegando, en ocasiones, a dar palizas. La guardia exterior la hacían soldados del ejército con sus uniformes azul claro de la Primera Guerra Mundial, algunos calzados con chanclos, armados con fusiles del siglo pasado que no sabían manejar ¿Esta era la tropa de élite más famosa de Europa?

    Al acercarse el 14 de julio, aniversario de la Gran Revolución y Fiesta Nacional de Francia, quisimos celebrarlo aprovechando que entre los internados en el campo había muchos artistas: músicos, cantantes, poetas, escritores, pintores, hombres de teatro y de letras de renombre internacional e invitamos al mando a participar.

    Celebración de la II República española

    Teníamos presentes los ideales de los que, en 1789, se alzaron contra la monarquía borbónica con el lema de “Liberté, Egalité, Fraternité” que también fue el de la República española.

    Ante todo el personal francés del campo y de los miles de internos, se celebró una magna fiesta con un programa de categoría internacional. Esperábamos que surgiese cierta solidaridad entre los pueblos que estaban combatiendo contra la amenaza fascista.

    Caricatura del Pacto Hitler-Stalin

    Sólo cuarenta días después, el 23 de agosto de 1939, se anunció la firma del Pacto de no agresión entre la Unión Soviética y Alemania por los respectivos ministros de exteriores, Molotov y Ribbentrop. Los gobiernos occidentales se escandalizaron; en vano se quiso explicar este giro con fines pacíficos, ambas potencias habían mostrado demasiadas veces su hostilidad como para dar crédito a sus deseos de paz. Es fácil imaginar lo que significaba para nosotros el Pacto; la Unión Soviética había sido nuestro más seguro sostén durante la guerra de España y la Alemania de Hitler nuestro implacable enemigo. Resultaba imposible creer que de repente se convirtieran en aliados. Pero los comunistas debían fidelidad a la Unión Soviética y pusieron todo su empeño en explicar el Pacto como consecuencia del fracaso de las negociaciones destinadas a crear un frente común contra la amenaza de la agresión alemana. En la prensa comunista se acusaba a los gobiernos inglés y francés de limitarse a esperar que Alemania y Rusia entrasen en guerra cuando, en realidad, ambos países deseaban mantener la paz. Lo cierto era que el Pacto era un absurdo intento de ganar tiempo aunque no es imposible que en ambos países hubiese partidarios del entendimiento entre las dos potencias. No hay que olvidar que en 1926 ya existía un acuerdo germano-soviético, siete años antes de Hitler y que desde los años veinte había contactos entre los militares (puede explicarse así la traición del mariscal Tujachevski[2]), estrategas y políticos, tanto en Alemania como en la Unión Soviética. Tales rumores permanecen encerrados en los archivos secretos rusos.

    Este giro de la política internacional tuvo efectos desastrosos entre nosotros. Se redujeron nuestras raciones, cortaron las comunicaciones con el exterior y sacaron del campo a ciertos compañeros considerados funcionarios comunistas por el mando francés, siendo trasladados a Le Vernet[3], un campo con un régimen más severo en los Pirineos Orientales.

    El gobierno francés nos parecía poco dispuesto a defender el país contra la amenaza de la Alemania de Adolfo Hitler, mientras se estaban movilizando todas las fuerzas para abatir a los comunistas.

    Prestemos atención a nuestros pobres padres que, mientras tanto, estaban sufriendo las medidas antijudías, humillaciones, prohibiciones, órdenes, impuestos arbitrarios por parte del estado nacionalsocialista. Para empezar se les obligó a abandonar su piso para “limpiar de judíos la entrada de la ciudad a la que estaba a punto de llegar el Führer”. Era una situación absurda para quienes nunca habían tenido la menor vinculación con la religión hebrea pero no tenían más remedio que abandonar el país en el que habían nacido.

    En el verano de 1938 ningún país estaba dispuesto a aceptar fugitivos de la Alemania nazi. Después de muchas solicitudes denegadas, les fue concedida la entrada en Bélgica donde estaba viviendo su hijo mayor, mi hermano Wolfgang, con su mujer y su hijo. Salieron en abril de 1939 tras haber pagado el Reicksfluchtseuer o impuesto de fuga y sin poder llevarse ningún objeto de valor. Alquilaron un alojamiento minúsculo en el desván de una de esas típicas casas estrechas de la vieja Bruselas y empezaron a vivir un idilio al lado de su nieto, que no duró más de un año, hasta la invasión alemana en mayo de 1940[4].

    Selección de los judíos destinados a los campos de concentración

    En Gurs teníamos por vecinos a los brigadistas cubanos que estaban a la espera de ser repatriados gracias a la ayuda de sus compañeros en Cuba. En la cocina se alternaba cada semana un equipo austríaco y otro cubano. Resultaba imposible coordinar las costumbres gastronómicas de ambos grupos. Si les tocaba a los cubanos teníamos bacalao, que incluso después de cuarenta y ocho horas de remojo estaba salado como el mar Muerto; cuando les tocaba a los austríacos había knoedel (albóndigas), que los cubanos usaban para taponar los resquicios de las barracas.

    Estas divergencias no influían en las buenas relaciones de los dos grupos ¡Que maravillosa compañía era esa gente con todas las mezclas de raza! En otoño de 1939 ya hacía un frío desagradable que no impedía que los hercúleos negros cubanos cada mañana se echasen encima cubos de agua fría mientras les observábamos desde los ventanucos de nuestros barracones.

    Brigadistas Wilhelm Kristufek (izquierda) y Gerhard Hoffmann (derecha) en Gurs (Foto DÖW_ Archivo de España)

    Cada noche había fiesta en las barracas cubanas, donde cualquier objeto podía convertirse en instrumento musical. Allí fue donde Pablito, el gracioso mulato con singular voz de boxeador, nos entonó la famosa “En la última retirada del ejército del Este…” con el amargo estribillo “Alé, alé, reculé que tienen que echar un pie desde Cerbére a Argelés” de Julio Cueva. Nos plantamos en la puerta de su barracón disfrutando de ese improvisado varieté.

    Los cubanos consiguieron ser repatriados poco antes de empezar la guerra. El coste del viaje se pagó gracias a una colecta y al desembarcar fueron recibidos en el puerto de La Habana por una muchedumbre de amigos. Nuestra convivencia en el campo de Gurs era una singular experiencia de espíritu internacionalista y antirracista. Nosotros seguíamos tras las alambradas sin perspectivas de liberación.


    [1]El campo de Gurs fue un campo de refugiados construido por el gobierno francés en 1939 en el pueblo de Gurs, en los Pirineos Atlánticos, en Aquitania, para acoger a todos los que se exiliaban voluntariamente de España. Al empezar la Segunda Guerra Mundial el gobierno francés internó allí a ciudadanos alemanes y de otros países aliados de Alemania así como a los franceses considerados peligrosos por sus ideas políticas y a presos comunes. En 1949 el gobierno de Vichy lo utilizó como campo de concentración de judíos y de personas peligrosas para el gobierno. Después de la liberación de Francia se internó allí a prisioneros de guerra alemanes, combatientes españoles que habían participado en la Resistencia y colaboracionistas franceses hasta su cierre definitivo en 1946.

    [2] El 22 de mayo de 1937, el mariscal Tujachevski, uno de los militares más importantes de la Unión Soviética, fue detenido acusado de conspiración militar trotskista y espionaje a favor de Alemania, lo que se conoce como el Caso Tujachevski. El 12 de junio de 1937 fue ejecutado junto a otros siete altos cargos militares (I. Yákir, I. Uborievich, A. Kork, R. Eideman, V. Putna, B, Feldman y V. Primakov). Otro de los inculpados, Yan Gamárnik, se suicidó al conocer su acusación. Tras el XX Congreso del PCUS en el que Jruschov denunció a Stalin y su política, se consideró que las acusaciones eran falsas y fueron rehabilitados en 1957.

    [3] El campo de Le Vernet en Ariège fue edificado en 1918 para albergar a prisioneros austríacos de la Primera Guerra Mundial. En 1939 fue considerado campo de acogida para los 10.000 españoles de la División Durruti que habían pasado a Francia y se encontraban en La Tour de Carol. Más tarde pasó a ser un campo disciplinario albergando a refugiados considerados extremistas y a miembros de las Brigadas Internacionales. Al declararse la Segunda Guerra Mundial fueron internados allí los extranjeros considerados peligrosos para el orden público, antifascistas y judíos de todas las nacionalidades (allí estuvieron Max Aub y Arthur Koestler). Bajo el régimen de Vichy fue usado por la Gestapo como campo de tránsito; en 1944 los últimos internados fueron evacuados a Dachau y Ravensbrück. Unas 40.000 personas de 58 nacionalidades fueron internadas en este campo, principalmente hombres pero también mujeres y niños. En 1970 fue demolido en su mayor parte y actualmente existe un memorial en los terrenos donde estaba situado.

    [4] Las víctimas del Holocausto: los sefardíes en Auschwitz-Birkenau

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 21. VIVA FRANCIA HOSPITALARIA

    El autor revisa sus encierros en Viena, Checoslovaquia y Cataluña. Describe las duras condiciones en el campo de Saint Cyprien y tras la derrota republicana el traslado a Gurs.

    Lo que más recuerdo de aquellos años es el hambre permanente que padecí. Empezó en la prisión de Viena, siguió en la emigración en Checoeslovaquia, luego en el pueblo del alto Ter catalán y continuó en los campos de Francia. No cesó al regresar a Austria en 1945 y tuve que esperar hasta 1948 para no sufrirla más. Pero el hambre no era el único mal que nos acechó en Saint Cyprien: para hacer nuestras necesidades se habían clavado dos estacas en la arena y uno debía sentarse en una viga transversal a riesgo de que, con el viento, el papel le diese en su propia cara. Otros males eran las pulgas y los piojos que nos perseguían. Así hasta abril, con vientos que levantaban olas de dos metros.

    A mediados de marzo nos enteramos de la desbandada de Madrid tras el golpe de Casado; las tropas de Franco entraron en Madrid con el ejército de la República desarticulado por la traición de sus jefes, lanzándose a masacrar a los funcionarios republicanos en base a las listas que les habían facilitado los entreguistas con la vana esperanza de salvarse. Casado huyó a Londres, Miaja a Méjico, Mera logró esconderse. Sólo Besteiro se entregó a los vencedores.

    El primero de abril de 1939 Franco emitió el último parte de guerra. Tras dos años, ocho meses y doce días terminaba la guerra y se iniciaba un régimen de terror que duraría treinta y seis años.

    Fuimos conscientes de que era una derrota personal para cada uno de nosotros, sin medios para reaccionar y con todas las esperanzas frustradas. El 30 de abril, en un largo viaje en tren, fuimos trasladados a un campo abierto recientemente al otro lado de los Pirineos: Gurs.


    ANEXO: El campo de concentración de Saint-Cyprien (1939-1941)

    http://histoires-du-roussillon.eklablog.com/le-camp-de-concentration-de-saint-cyprien-1939-1941-a108164414 (Artículo publicado en “La Semaine du Roussillon”)

    • Campamentos de Concentración: El artículo se centra en el campamento de Saint-Cyprien, uno de los varios campamentos improvisados en 1939 durante la “Retirada” de los refugiados españoles tras la Guerra Civil Española. Describe las condiciones difíciles y las epidemias que sufrieron los internados.
    • Condiciones Sanitarias: Se menciona la falta de agua potable y las epidemias de fiebre tifoidea y difteria debido a la contaminación del agua.
    • Estructura del Campamento: El campamento estaba compuesto por 649 edificios de madera y metal, sin comodidades básicas como calefacción o electricidad, y albergaba hasta 60 personas por barraca.
    • Historia y Ocupación: Inicialmente ocupado por refugiados españoles, el campamento también albergó a judíos expulsados de Bélgica en 1940, muchos de los cuales fueron posteriormente enviados a campos de exterminio nazis.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 20. EL CAMINO DEL EXILIO. Sant Cyprien, febrero de 1939

    El autor narra su viaje al exilio, que lo llevó a Francia, lleno de dificultades y peligros. Recibe la noticia de la rendición de Madrid en Abril del 1939.

    Del reconocido compositor Julio Cueva[1], uno de los compañeros cubanos, son las inolvidables estrofas de la canción que cantábamos en el campo de Gurs, cuando tuvimos que compartir cautiverio con los cubanos:

    En la última retirada

    del ejército del Este

    había un grupo de cubanos

    que escapando de la peste

    han pasado la frontera

    convirtiéndose en gitanos

    alé, alé, reculé, alé, alé, reculé.

    Una vez estando en Francia

    guardias con cascos esperan

    que gritan con arrogancia

    ¡a formar en columnas de tres!

    Alé, alé, reculé

    Que tienen que echar un pié

    desde Cerbere a Argelés

    Que tienen que echar un pié

    desde Cerbere a Argelés

    Alé, alé, reculé[2]

    Llegados a la frontera sucedió lo que dice la canción; nos esperaban los Garde Mobiles franceses, pegándonos, chillándonos y maldiciéndonos. Entregamos nuestras armas y nos dispusimos a ir al campo de Saint Cyprien, en la arena de la playa, empezando la vida de refugiados.

    Un reducido grupo de internacionales nos encontrábamos en la frontera de La Junquera, en el lado español, dejando atrás la derrota, con las ilusiones zozobradas; formamos por última vez ante Luigi Gallo, el comisario de las Brigadas, para escuchar su arenga de despedida. Lo que nos anunció no era nada alentador; habló de los campos, las penas y las fatigas que padeceríamos, exhortándonos a no ceder ya que, al final, el triunfo seria nuestro ¡Venceremos!

    Pasé la frontera, deposité el fusil sobre el montón de armas ya depuestas y me situé en la fila de mi grupo, siempre bajo los gritos de la Guardia Móvil, que nos trataba a golpes y patadas acompañándose de sus rudas voces gritando: “¡Allez, allez, reculez!” y otras órdenes que no comprendíamos.

    Seguimos por la carretera y entramos en la ciudad francesa de Cérbère, ya al anochecer, iluminada por miles de luces, con las tiendas llenas de frutas y alimentos ¡Un país en paz!

    Al carecer de dinero tuvimos que pasar sin comprar nada ¡con las ganas que teníamos de gozar de las delicias expuestas! Empujados por los guardias seguimos caminando por la carretera costera hasta llegar a una alambrada de púas de más de un kilómetro de longitud y entramos en el campo estrechamente vigilados por soldados negros y spahis marroquíes[3]. Ya era casi de noche y nos vimos encerrados en un vasto arenal sin vislumbrar edificio alguno donde ir.

    Los pocos kilómetros de carretera entre Cérbère y los campos de Saint Cyprien y Argelés hoy se recorren en pocos minutos pero en febrero de 1939 suponían una larga y penosa marcha hacia un mundo desconocido y hostil para los centenares de miles de fugitivos. Mientras los campesinos de los pueblos por donde pasábamos nos mostraban simpatía, los militares y guardias manifestaban abiertamente su desprecio. La prensa había descrito detalladamente las atrocidades cometidas por los republicanos, difundiendo las violaciones de monjas y los asesinatos de curas, esperando advertir a los católicos de lo peligrosos que éramos.

    Se ignoran las cifras exactas de los que entraron en esos campos pero podemos hablar de unos doscientos mil entre ambos. Con las manos excavamos un hueco en la arena, tendimos una manta sobre el mismo para protegernos del viento helado e intentamos dormir. Al despertar nos dimos cuenta de lo apocalíptico de nuestra existencia: algunos habían traído ciertos alimentos cogidos en el caos de la retirada y disponíamos de un coche cocina para preparar el improvisado rancho pero al servirlo en el plato el viento lo cubrió con una fina capa de arena volviéndolo incomible. No había agua y cuando, dos días después, se abrieron pozos, el agua resultó infecta causando diarrea y tifus; las letrinas consistían en vigas clavadas en la arena a lo largo de la playa pero las borrascas primaverales revolvieron las aguas fecales. Así nació el grito “¡A la playa!”.

    Pasados los primeros cuatro días ya se nos distribuía una barra de pan para veinticuatro personas y nos organizamos lo mejor que pudimos; los que eran del ejército republicano estaban acostumbrados a vivir en colectivos compartiendo lo que tenían.

    En el centro del campo había una ambulancia del ejército republicano traída en la retirada. Me presenté allí afectado por diarrea y, junto a otros enfermos, fui llevado a un hospital de Perpiñán. Los médicos enseñaron sus estetoscopios a los guardias para poder salir. Llegados a Perpiñán los médicos nos abandonaron, aprovechando para escapar y los enfermos fuimos con el chófer al Ancien Hôpital Militaire, un edificio sombrío. Al bajar de la ambulancia un oficial francés nos mandó ponernos firmes y tuve que sostener a los dos enfermos más graves, ya que no podían hacerlo solos, hasta que se nos permitió entrar en el edifico donde nos echaron un poco de paja sobre el frío piso de piedra. Nada de médicos ni de medicamentos. Me repuse rápidamente y salí por una ventanilla del sótano topando con el almacén de una organización sueca de ayuda que intentaba en vano entrar material médico al hospital. Con otro compañero llenamos un saco de material y entramos por la misma ventanilla para distribuirlo entre los enfermos.

    Al poco tiempo me trasladaron a un barco hospital en Port Vendres en el que los enfermos estaban ubicados en las bodegas siendo pobremente atendidos por médicos franceses. Al despertar una mañana encontré una manzana en mi almohada, otro día un pedazo de pan, descubriendo a una chica rubia que lo había dejado allí discretamente. Me dijo que era de Alsacia y se había enterado de que yo era de Viena, una ciudad que ella adoraba.

    Poco después tuve que volver al campo donde, mientras tanto, mis compañeros habían erigido unas rudimentarias barracas que protegían un poco de los huracanes.

    Mientras estaba ausente, el 13 de febrero habían conmemorado el quinto aniversario del levantamiento obrero en Austria contra el régimen fascista de Dollfuss, vivamente recordado por muchos brigadistas que tuvieron que huir de su persecución, resueltos a continuar la lucha, marchando a España como voluntarios.

    Pasaron dos meses y a finales de marzo nos llegaron las noticias de la revuelta de la junta de Segismundo Casado contra el gobierno de Negrín y, el primero de abril de 1939, el triste final, la rendición de Madrid.


    [1] Julio Cueva (Trinidad, Cuba, 1987-La Habana, Cuba, 1975) fue un trompetista, compositor y director de orquesta cubano y está considerado una figura importante en la música cubana de los años treinta y cuarenta. Se encontraba en Madrid cuando comenzó la Guerra Civil española y se adhirió a la República. Fue director de la banda de la 46 División (la división de El Campesino). Con la derrota de los republicanos fue detenido y encarcelado en el campo de concentración de Argelés.

    [2] Alé Alé Reculé. Guaracha, letra y música de Julio Cueva. Estrenada en el campo de concentración de Argelés Sur Mer en abril de 1939.

    [3] El 1r Regimiento de Spahis Marroquíes era una unidad perteneciente a la Armada de África que dependía del ejército francés.


    Evolución de la Guerra Civil Esoañola
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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 19. DESBANDADA INCONTENIBLE

    El autor describe la desorganización y el caos en el territorio republicano a finales de enero y principios de febrero de 1939, la huida hacia la frontera francesa, la separación de compañeros y algún episodio de deserción y fusilamiento. Finalmente, relata su llegada a la frontera y los campos de Francia.

    A finales de enero desapareció el orden que aún quedaba en territorio republicano y a principio de febrero la desbandada hacia la frontera francesa era incontenible. Todavía nos movíamos en formación entre los fugitivos cargados con sus bártulos aunque ya faltaba uno u otro compañero y, con bastante recelo, nos preguntábamos cuál sería nuestro papel de héroes de última hora y para qué serviría este sacrificio.

    Imagen del capitulo generada por IA

    El 3 o el 4 de febrero, los efectivos de lo que se había denominado brigada ya se habían repartido en pequeños grupos y me encontraba caminando en dirección a Valls[1] junto a un compatriota. Nos separamos en un cruce ya que él creía que llegaríamos antes a la frontera si íbamos por la derecha y yo pensaba que era por la izquierda. El pobre acabó entre un grupo de austríacos que debían ser fusilados por deserción por orden de André Marty. Amenazados de morir ante las puertas de la salvación, escaparon gracias a la intervención de unos valientes oficiales. Nunca se esclareció el verdadero motivo de tan dramático episodio, dando lugar a un sinfín de disputas.

    Mientras, caminando tranquilamente rumbo a Portbou, llegué a la frontera donde encontré a algunos de mis compañeros que habían tomado la misma ruta. Para nuestra sorpresa, Luigi Gallo, el comisario de las Brigadas Internacionales, nos colmó de elogios por “nuestra valentía”. No podíamos comprender esta confusión hasta que, ya en los campos de Francia, nos contaron lo de André Marty y su consejo de guerra.


    [1] Valls, cerca de Tarragona, está a más de 200 km de la frontera por lo que no es probable que el autor se refiera a esta ciudad. En cambio,  cerca de la carretera de Figueres a La Jonquera hay dos pueblos denominados La Vall, que distan unos 50 km de Portbou. És más probable que se refiera a estas localidades.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 18. LA ÚLTIMA CAMPAÑA

    En diciembre de 1938 el fascismo avanzaba en Europa y España, mientras Hitler y Stalin que culminan un el Pacto de no agresión. Narra una situación desesperada y la pérdida de Barcelona, la retirada hacia Vic y la captura y pérdida de compañeros.

    Corría diciembre de 1938. Dos meses antes, en Munich, Chamberlain y Daladier habían entregado los Sudetes a Hitler. El gobierno inglés había reconocido la anexión de Abisinia por los italianos. En España, el ejército republicano había tenido que evacuar la bolsa del Ebro que había sido ganada con tantos sacrificios. Los franquistas estaban avanzando sobre Barcelona. No parecía haber quien parara el triunfo del fascismo. Hacía nueve meses que mi patria estaba ocupada por las tropas de Hitler sin que se hubiese dado la menor protesta por parte de los países democráticos, exceptuando Méjico y la Unión Soviética.

    A los que haraganeábamos ociosos en San Quirico se nos presentaba un panorama nada alentador. Se organizaron cursos de lengua, fiestas y reuniones, hubo quien echó una mano a los campesinos, pero ese invierno fue el menos idílico para los hombres allí reunidos. Seguíamos con gran inquietud los movimientos del frente que se acercaba peligrosamente a la capital catalana, por aquel entonces dese del gobierno republicano. El avance del enemigo hacia Barcelona, reforzado por nuevas tropas italianas y con nuevo armamento recién llegado de Alemania e Italia, prosiguió durante todo el mes de enero de 1939.

    El comisario de la XI Brigada, el alemán Ernst Blank, dirigió una dramática arenga a los ex voluntarios alemanes y austríacos reunidos en La Bisbal. Nos explicó la crítica situación de Barcelona y la huida en masa de la población hacia el norte, pidiéndonos en nombre del gobierno que nos movilizáramos nuevamente.

    ¿Quién podía negarse a participar en la defensa de la República ante la evidencia de que en las filas enemigas ni de lejos pensaban en despachar a los combatientes extranjeros?

    Pero nuestro sí no era una respuesta fácil. Quienes ya se creían a salvo de los riesgos de la guerra se vieron de repente enfrentados a ellos. Los que habían escapado con vida de tantos peligros corrían el riesgo de perderla en el último momento, sacrificándose no con la ilusión de la victoria sino probablemente sólo para cubrir una retirada que acabaría en el exilio.

    Sin embargo pocos rehusaron la petición. Entre los que sí lo hicieron había uno, flaco, bajito, a quien al salir de la reunión los compañeros le preguntaron por qué no se había alistado; respondió simplemente: “Porque soy cobarde”. A mí me impresionó el coraje que había demostrado.

    Dos días antes de la caída de Barcelona se formó de nuevo la XI Brigada Internacional con la vaga ilusión de que se repitiese el milagro de Madrid de noviembre de 1936. Pero los milagros escasean. Con las pobres armas de que disponíamos y en medio de la desbandada generalizada de los republicanos que quedaban en Cataluña, los intentos de formar un nuevo frente se vieron frustrados.

    Imagen del capítulo generada por IA

    Pertenecía nuevamente al 4º Batallón de la XI Brigada. En La Garriga, mientras tendía los hilos telefónicos de la que debía ser nuestra línea de combate, a poca distancia vi una tanqueta italiana que se enfrentaba al coche de nuestro comisario Ernst Blank. En un breve tiroteo Blank cayó bajo las balas de los italianos. Ante la superioridad del enemigo se nos ordenó retirarnos hacia El Figaró y Vic.

    Al día siguiente, 26 de enero, los moros y requetés entraron en Barcelona sin encontrar resistencia alguna, mientras nosotros marchábamos rumbo a Vic. Por aquel entonces se había formado la que, con bastante exageración, fue llamada XXXV División, al mando de Pedro Mateo Merino y, por una de esas coincidencias de la guerra, fui asignado a la guardia de su Estado Mayor.

    Íbamos en un camión del mando de la división, siempre en retirada hacia el norte. Ya era de noche cuando se oyó el tiroteo enemigo a la entrada del pueblo pero el camión no se movía ya que el chófer no tenía orden de arrancar. Pasaban los minutos, el tiroteo se acercaba peligrosamente y nos trajeron una caja que debía ser cargada. Al explorar su contenido nos dimos cuenta de que contenía la vajilla de la oficialidad. Mi revancha consistió en distribuir el pan y las galletas que contenían las otras cajas entre los ocupantes del camión.

    En esta retirada fueron hechos prisioneros unos cuantos de nuestros compañeros, entre ellos Franz Hahs[1], quien herido de bala en el vientre cayó en manos de los italianos salvando así la vida. Pasó años en los campos de concentración de Franco, fue entregado a los alemanes hasta que los americanos lo liberaron del campo de Mauthausen en 1945, totalmente desnutrido. Hahs sobrevivió, muriendo en 1997.

    Fue entonces, sin que lo sospecháramos en lo más mínimo, cuando se establecieron los primeros contactos entre Hitler y Stalin que acabaron, apenas siete meses más tarde, en el bien conocido Pacto de no agresión.


    [1] Franz Hahs. (Viena, Austria, 1814- Viena, Austria, 1997). Combatiente en las Brigadas Internacionales  en la Guerra Civil Española, herido en febrero de 1939 es hecho prisionero y encarcelado en Gerona, Burgos, Belchite, Palencia y Miranda de Ebro. Entregado a la Gestapo es encarcelado en Colonia, Viena, Dachau, Majdanek, Auschwitz y Mauthausen. Después de la liberación ocupa cargos en la municipalidad de Viena.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 17. LA ÚLTIMA RETIRADA

    El autor describe la retirada del 4º Batallón de la XI Brigada Internacional tras la batalla del Ebro, su traslado a Gratallops y luego a San Quirico, y las difíciles condiciones de vida en la retaguardia. También menciona la despedida de los voluntarios internacionales y su deseo de exiliarse a diferentes países.

    Nos retiramos hacia el pueblo de Gratallops, a poca distancia del campo de batalla. Nos quitamos los uniformes destrozados y llenos de piojos, nos afeitamos las barbas de varios días, nos dimos un baño en el agua clara del río, vestimos los nuevos uniformes e intentamos quitarnos de encima la pesadilla de los tres últimos meses en el Ebro. Para el 4º Batallón de la XI Brigada Internacional fue el primer día fuera de combate desde que habían cruzado el Ebro el 24 de julio de 1938.

    Retirada de los brigadistas internacionales

    Pese a lo mucho que nos dolía tener que abandonar a nuestros compañeros españoles no había quien, al mismo tiempo, no se sintiese aliviado al haber escapado con vida de aquel infierno.

    Siguieron días de descanso, festines y, al poco tiempo, la triste despedida de los españoles de la brigada con los que habíamos compartido las miserias de la batalla más cruenta de aquella guerra. Abrazos, lágrimas, promesas de amistad eterna y, al fin, la partida de los que volvían al frente. El lejano retronar de los cañonazos nos hizo recordar que la batalla no había terminado.

    A los pocos días, los internacionales fuimos trasladados desde Gratallops a una zona más retirada, en los Pirineos. Subimos a los acostumbrados camiones cruzando una Cataluña que en ese lapso de tiempo se había vuelto apática, el cansancio de la guerra era evidente. En las paradas nos rodeaban enjambres de chavales pidiéndonos pan y, a lo largo de la carretera, veíamos caminar familias cargando todos sus bártulos sobre un carruaje, huyendo de la guerra rumbo hacia el norte.

    Cruzamos Barcelona y llegamos a San Quirico, una pequeña localidad del valle del alto Ter. El cambio no podía ser más decepcionante, nos recibieron unos letreros que decían “Cuartel del Extranjeros”, “Intendencia de extranjeros”… A los que solíamos ser llamados “Internacionales” y tratados como huéspedes de honor ese “Extranjeros” nos sonó como una ofensa. Sin embargo ahora comprendo que, en el tercer año de guerra, los habitantes del pueblo sólo deseaban que acabase de una vez aquel aquelarre.

    En Gratallops abundaban la fruta y la verdura: uvas, melocotones, albaricoques, higos, berenjenas, patatas, judías… y los campesinos nos las vendían o regalaban en abundancia. Sin embargo, en San Quirico lo único que producían los campos eran rábanos, de manera que dependíamos totalmente del escaso rancho de nuestra cocina. Los responsables de la intendencia española sabían que no podíamos protestar; en España todo el mundo pasaba hambre y pedir más comida era quitársela a los niños y los necesitados.

    Soldados en la retaguardia ya sin misión militar pasamos un otoño frío, desagradable y deprimente. Nuestra unidad fue alojada en el cobertizo de una fábrica, con el río fluyendo por debajo y temperaturas que llegaron hasta diez grados bajo cero. En mi vida había pasado tanto frío. Pero de nuevo ¿Quién hubiese tenido la osadía de pedir más mantas cuando no bastaban para cubrir a niños y viejos?

    Americanos, franceses, ingleses, canadienses, daneses, suecos, noruegos y cubanos partían hacia sus respectivas tierras en los primeros días de noviembre. Quedábamos los procedentes de países dominados por regímenes fascistas: alemanes, austríacos (Austria había sido anexionada en marzo de 1938), italianos, húngaros y yugoeslavos.

    Por encargo de la Sociedad de Naciones, a finales de octubre se presentó en el asentamiento de los Internacionales en Bisaura del Ter[1] una comisión de altos oficiales de diversos países. Parecía una burla que esos señores con sus vistosos uniformes hiciesen que nos presentáramos uno tras otro ante ellos para dar fe de que era verdad que ya nos habíamos retirado. La comisión contó un total de doce mil seiscientos setenta y tres voluntarios no españoles retirados y a la espera de ser evacuados y nos preguntaron a qué país queríamos ir.

    La mayoría de los austríacos y de los alemanes, cansados de tantas peripecias, pedía ser exiliados a Méjico, cuyo presidente Cárdenas había prometido acogernos. Yo prefería Noruega. Gracias a su cercanía con Alemania me parecía el más idóneo para los que pensábamos volver a entrar en acción al llegar el momento del gran desquite que sabíamos que no iba a a tardar.

    Los “mejicanos”, unos doscientos austríacos y alemanes, partieron en tren una tarde de diciembre. Nuevamente hubo emocionantes despedidas entre compañeros que durante tanto tiempo habían compartido las calamidades de la guerra. Los que partían distribuían sus mantas, ropas y demás enseres que ya no les serían útiles. Pero aquella misma noche volvíamos a tenerlos entre nosotros; los franceses no les habían dejado pasar.

    Despedida de los brigadistas internacionales. Imagen del capítulo generada por IA.

    [1] Bisaura de Ter es la denominación recibida por el municipio catalán de San Quirico de Besora (provincia de Barcelona) en la zona republicana durante la Guerra Civil española.

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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 16. REGRESO A LA PATRIA DESPUÉS DE QUINIENTOS AÑOS

    El joven brigadista internacional austríaco narra el regreso por el pirineo a España, que considera patria de ascendencia sefardí, como refugiado después de tiempo de exilio. Recibe instrucción y participa en la Batalla del Ebro, hasta la retirada de los combatientes extranjeros.

    En mitad de una plaza del centro de Perpiñán estaba sentada en torno a sus escasos efectos personales una familia de refugiados españoles a quienes la guerra había expulsado de su patria; el abuelo apático en el centro del grupo, las mujeres perplejas. Una joven de llamativa belleza, vestida con un sencillo atuendo campesino de color negro, estaba sentada entre ellos con su criatura al pecho; contrastaba con el desconcierto de la familia por su actitud de plena serenidad.

    Los habitantes de la ciudad francesa seguían viviendo como siempre, como si nada hubiese sucedido, como si a poca distancia de allí no se hubiese derrumbado un mundo ¿Acaso no era aquello el anuncio de Dünkirchen, Oradour-sur-Glane, Lídice, Coventry, Estalingrado, Berlín, Dresde o Hiroshima?

    En Europa aún se vivía en la paz más absoluta, se sembraba y se cosechaba; si alguien pisoteaba un campo de cereales es que estaba loco; nadie temblaba al oír el zumbido de los motores de los aviones; quien salía de su casa por la mañana volvía por la tarde encontrándola tal como la había dejado; una lumbre en el horizonte era el sol que se ponía y un sordo estruendo en la lejanía era una tormenta que se avecinaba.

    Así eran las cosas en cualquier parte de Europa menos en España. Allí hacía dos años que no se cosechaba; soldados de ambos bandos pisoteaban los campos, los aviones de caza hacían cabriolas en el cielo y los pesados bombarderos retumbaban antes de arrojar su carga sobre las ciudades. Había quien, al regresar, encontraba su casa convertida en un montón de escombros.

    Entrada la noche un taxista condujo a nuestro pequeño grupo hasta el recodo de un camino al pie de los Pirineos entrado en un claro del bosque, apagó los faros y nos ordenó bajar. Un guía español nos esperaba y nos insistió en que no debíamos decir ni una palabra ni encender cerillas. Después de una marcha de varias horas en la cerrada oscuridad de la noche por los escarpados senderos pirenaicos, el guía se detuvo diciendo en voz alta: “Estamos en España”.

    Nada más llegar me sacudí el cansancio con la sensación de volver a mi patria tras cientos de años. He estado muchas veces en España y cada vez he tenido ese sentimiento de regreso a la patria. No hay indicios de que mis antepasados fueran judíos sefardíes pero ¿Quién puede asegurarlo? Mis abuelos se habían instalado en Viena procedentes de una comunidad judía de Hungría. ¿Acaso sus antepasados fueron sefardíes que, a través de Estambul, cruzaron el imperio turco emigrando hasta Hungría en su margen occidental? ¿Y el apellido alemán? En tiempos de María Teresa de Austria hubo que registrar un nombre de familia. Habían pasado doscientos cincuenta años desde la expulsión de España y en el imperio de los Habsburgo quizá podían creerse más protegidos con un apellido alemán que con uno español. Puede que mi sueño colorista del país de Sefarad haga sonreír a algunos. Cuando visité Córdoba con mi hija, décadas más tarde, caminamos por las estrechas callejuelas de la judería, nos detuvimos ante el monumento a Maimónides financiado por los judíos americanos y ambos sentimos con toda claridad que nuestra remota antepasada nos estaba mirando tras una ventana enrejada y nos saludaba amistosamente con una sonrisa.

    Regreso a los ancestros. Brigadista Internacional. Imagen del capítulo generada por IA

    ¡Ahí estaba España! Un soldado del ejército republicano nos saludó, nos dio café y pan y le hablé como si siempre hubiese hablado esa lengua. Allí abajo, a lo lejos, alboreaba la mañana sobre la llanura catalana. En ese momento hubiese querido abrazar al país entero.

    La primera parada era un antiguo monasterio en el que las Brigadas Internacionales habían instalado su centro de acogida. Recibimos cierta formación militar consistente sobretodo en el conocimiento de las órdenes españolas que un sargento veterano intentaba enseñarnos: “Derecha ¡ar!”, “Izquierda, ¡ar!”, “¡Presentar armas!”. Sigo siendo incapaz de manejar correctamente el arma aunque, hablando con franqueza, nunca he sentido honor alguno al presentar un arma. Me dieron un uniforme, me quité mi traje de lino crudo casi nuevo… y la prenda desapareció inmediatamente. No la eché de menos.

    Un día estaba sentado junto a una radio y pillé una emisora alemana desde la que sonaba la dura voz de Hitler: “Compatriotas alemanes…” Estaba escuchando atentamente lo que Hitler tenía que decir cuando fui sorprendido por un oficial que me arrestó en el acto. Sólo fui puesto en libertad cuando el comandante del puesto, que conocía a mi hermano, respondió como mi garante.

    Una mañana recibí la noticia de que ese mismo día pararía en la cercana estación de Figueras un tren de voluntarios heridos con destino a Francia. En ese tren viajaba mi hermano que debía ser evacuado a Francia. La llegada estaba prevista para las diez. Habían acudido cientos de habitantes de las inmediaciones para despedir a los voluntarios internacionales, chicas ataviadas con el traje regional catalán habían preparado regalos de despedida, incluso habían traído una banda de música y el alcalde quería conmemorar los actos heroicos de los brigadistas. Pasaban las horas, el calor del mediodía se hacía insoportable y el esperado tren no aparecía ¿Quién puede reprochar a aquellas personas que se marcharan a sus casas donde les esperaba la comida y un lugar fresco?

    Por fin llegó el tren, los dos hermanos nos abrazamos, tuvimos pocos minutos para intercambiar algunas palabras y el tren siguió rumbo a la frontera. Para mi hermano era un viaje hacia la emigración, con un futuro incierto pero lleno de optimismo.

    Al día siguiente un camión nos llevó a Reus; éramos un grupo de voluntarios de distintas nacionalidades. Allí nos alojaron en un edificio donde había prisioneros de guerra del ejército de Franco caídos en manos de los nuestros en el Ebro; vivían en tristes condiciones de abandono. Junto a un compañero vienés que encontré allí, propusimos al comandante dar clases políticas a esos prisioneros pero fue en vano, no había interés alguno. Nos topamos con un voluntario inglés con el uniforme destrozado y con el horror de lo vivido reflejado en sus ojos; había desertado arriesgándose a ser fusilado.

    Junto a un grupo de soldados de vuelta al frente, nos llevaron cerca del campo de batalla, pudo ser a La Fatarella, al pie de la sierra de Pandols, y allí nos reunimos con el IV batallón de la XI Brigada donde estábamos destinados a la unidad de transmisiones (comunicaciones telefónicas).

    En plena batalla del Ebro encontré a mis compañeros de los alegres fines de semana en los bosques de Viena. Era un caluroso día de verano en una región de roca viva, en la sierra de Cavalls; los pobres muchachos me arrebataron la cantimplora con aspecto de animales acosados. Compartí con ellos algunos días de piojos, sed y continuo riesgo a morir.

    La mitad de nuestra unidad eran españoles, la mayoría de la quinta del biberón ya plenamente integrados en el batallón austríaco Doce de febrero. Para comunicarse habían inventado un raro lenguaje entre catalán, vienés y español, favorecido por ciertas coincidencias lingüísticas; danke se pronuncia como tanque, queso como kaese, blau es igual en catalán y en alemán, entre otras extrañas semejanzas. Encontré un ambiente de estrecha camaradería. Me contaron que se habían salvado la vida unos a otros en diversas ocasiones. Mi carrera de soldado fue muy breve pero me ha dejado, para el resto de mi vida, la convicción de que la guerra es inhumana, me avergoncé de haberme alistado voluntario.

    Por orden del gobierno, el 23 de septiembre de 1938 retiraron del frente a todos los combatientes no españoles.

    Conmemoración de Veteranos Brigadistas Internacionales
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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 15. ¿POR QUÉ MIL CUATROCIENTOS AUSTRÍACOS FUERON A ESPAÑA?

    Durante la Guerra Civil Española 1.400 voluntarios austríacos lucharon por la libertad y el comunismo, enfrentando grandes desafíos para llegar a España. Muchos murieron en el conflicto o en campos nazis. El autor relata su experiencia personal y la de su hermano, destacando las motivaciones y sacrificios de estos voluntarios.

    Gerhard Hoffmann

    Hoy sólo quedamos tres de los mil cuatrocientos voluntarios austríacos que arriesgamos nuestra vida en la guerra civil española y nos reunimos de vez en cuando para recordar los altibajos de nuestro pasado. Fui uno de los últimos en llegar a España y uno de los más jóvenes. Tenía veintiún años y ya había recibido mi bautizo revolucionario en las cárceles del régimen autoritario del canciller Schuschnigg.

    Wolfgang Hoffmann (derecha) y Alfred Hrejsemnou

    Además de unos pocos austríacos preparados para participar en la Contraolimpíada de Barcelona y de algunos que se hallaban en España por otros motivos, los primeros voluntarios austríacos llegaron a los frentes en noviembre de 1936 y rápidamente se sumaron a los defensores de Madrid. Mi propio hermano era uno de ellos, sus primeras cartas desde Madrid datan del 5 de noviembre de 1936 (mi hermano murió en 1942 en el campo nazi de Gross-Rosen). Los últimos austríacos llegaron en julio de 1938 y, como yo, habían partido después de la ocupación alemana.

    Según los archivos de la Resistencia austríaca [1], en España cayeron doscientos doce voluntarios austríacos, otros noventa y dos perecieron en los años sucesivos en los campos nazis alemanes o perdieron la vida en las filas de la resistencia o en los ejércitos aliados durante la Segunda Guerra Mundial. En proporción al número de habitantes de su país, el porcentaje de austríacos en España era de los mayores, a pesar de la distancia entre los dos países, a pesar de las dificultades del viaje y de los pocos recursos de que disponían (en la famosa novela de Egon Erwin Kisch[2] se narra como un campesino tirolés tuvo que vender sus tres vacas para financiarse el viaje). Entre los motivos de los voluntarios austríacos se mezclan el ansia de libertad, patriotismo, romanticismo y rabia por los agravios sufridos. La mayoría eran comunistas, resueltos luchadores contra el capitalismo y partidarios de una sociedad sin explotación, todos ellos convencidos de que la Unión Soviética estaba logrando tales metas. Las persecuciones en este país nos molestaban pero las considerábamos una fase inevitable y pasajera.

    En cuanto a las causas del conflicto en España,  todos teníamos una vaga idea de ellos pero probablemente no era menos concisa que la de la mayoría de los españoles.

    El más joven apenas contaba dieciocho años y el mayor tenía treinta y pico. Cuando no estábamos en la cárcel nos reuníamos diariamente en el parque para revisar los preparativos del viaje ¿Cómo conseguir dinero y un pasaporte? La policía exigía una justificación para expedirlo. Algunos pretendían ir a la Feria Internacional de París pero ¿quién se lo creería de alguien que llevaba dos años sin trabajo? Había quien se fue en bicicleta, otros cruzaron la frontera de Suiza con esquís. El partido ayudaba a los más pobres a conseguir el dinero pero la mayoría debía reunirlo por sus propios medios. ¡Una fortuna para nuestra modesta economía!

    Al fin me entregaron el pasaporte falso y el billete de tren a París. Crucé Alemania con la involuntaria compañía del señor Rudolf Hess, bien acompañado por docenas de SS con sus siniestros uniformes negros custodiando al ayudante del Führer, pero llegué sano y salvo a París. Me presenté ante el comité de reclutamiento con sede en la CGT para una breve revisión médica.

    Recuerdo haber visto salir del despacho médico a un africano de estatura hercúlea llorando a lágrima viva al ser rechazado por tener pies planos ¡Con las ganas que tenía el pobre hombre de luchar por la liberación de su raza!

    Al ser aceptado recibí mi primer encargo militar como responsable de nuestro grupo de cinco voluntarios de cinco nacionalidades distintas [3], saliendo de viaje hacia España conocedores de que si descubrían nuestras intenciones acabaríamos en la cárcel. Sobre mí pesaba la amenaza de expulsión a Alemania. Entre nosotros  había un abogado judío norteamericano, un obrero italiano, un rumano y un alto y rubio alemán, prototipo de germano con ojos azules y talla de godo. Él era el único de nuestro grupo que no tenía convicciones políticas si no que buscaba “gloria militar” ¡Vaya motivo! Ignoro cuál fue su suerte pero me temo que en las filas de las Brigadas Internacionales no había sitio para tipos como nuestro alemán.


    [1] El DOEW – Centro de Documentación de la Resistencia Austriaca (Brigadistas Internacionales)
    URL: doew.at/erinnern/biographien/spanienarchiv-online

    Ficha de G.Hoffmann: doew.at/erinnern/biographien/spanienarchiv-online/spanienfreiwillige-h/hoffmann-gerhard

    La historia de los Kaiser, recordatorio de la lucha por la democracia y la libertad: Post en Viena Directo (30-4-2023): La señora Kaiser y los brigadistas internacionales austriacos.

    URL: vienadirecto.com/2013/04/30/la-senora-kaiser-y-los-brigadistas-internacionales-austriacos/

    • Hannah Kaiser: Una mujer de 75 años que ha regresó a su ciudad natal, Benissa, después de muchos años.
    • Historia Familiar: Sus padres, Hans y Dora Kaiser, eran austriacos que vinieron a España para luchar en la Guerra Civil del lado de la República.
    • Contexto Histórico: La familia Kaiser, de origen judío, se trasladó a España debido al auge del nazismo y el antisemitismo en Europa.

    Fotos de archivo de los Bigradistas Austríacos:

    • Formación de artilleros
    • La doctora Fritzi Brauner durante una visita a la sala médica
    • Bandera de la XL Brigada Internacional

    [2] Egon Erwin Kisch (Praga, 1885- Praga, 1948). Periodista y reportero checo que escribía en alemán. Participó en la Primera Guerra Mundial. Miembro fundador de la Federación Revolucionaria Socialista Internacional, ingresó en el Partido Comunista de Austria.  Participó en la Guerra Civil Española dirigiendo durante algún tiempo el batallón Masaryk de las Brigadas Internacionales. Con la derrota de la República pudo trasladarse a Estados Unidos y Méjico, volviendo a Praga al final de la Segunda Guerra Mundial. Probablemente el autor se refiere a su novela Die drei Kühe, Madrid 1938.

    [3] Conmemoraciones: