El texto describe la vida en el campo de Gurs, las relaciones entre los internos y las difíciles condiciones higiénicas y alimentarias. También relata la deportación de judíos a campos de exterminio y la solidaridad entre los internos:
- La experiencia de un aviador republicano español en el campo de concentración de Gurs durante la Segunda Guerra Mundial. Al llegar, se reúne con compañeros aviadores que trabajan en la lavandería y le ayudan a recuperarse.
- Las difíciles condiciones de vida, las visitas a su padre desanimado y la atmósfera de desesperanza entre los internos, en su mayoría judíos. En octubre de 1940, su padre es trasladado a otro campo de internamiento – Récébédou – y muere poco antes de la liberación.
- El narrador cambia de trabajo a vaciar letrinas, lo que le permite obtener alimentos y cierta libertad de movimientos.
- También menciona la llegada de mujeres judías de Baden y el Sarre, y cómo los rudos internos españoles reaccionan ante ellas.
- El texto describe la vida en el campo de internamiento de francia, las relaciones entre los internos y las difíciles condiciones higiénicas y alimentarias, defunciones y enterramientos.
- También relata la deportación de judíos a campos de exterminio y la solidaridad entre los internos.
- Finalmente, menciona la liberación del campo por las tropas aliadas y su uso posterior para confinar a prisioneros de guerra alemanes y colaboracionistas franceses.
Al entrar en el campo encontré a unos compañeros aviadores de la República con quienes había compartido calamidades y que siempre habían demostrado gran camaradería. Estaban trabajando en la lavandería del campo y gozaban de ciertas ventajas, raciones algo mayores y esporádicas salidas. Al verme entre los recién llegados me incorporaron a su grupo y pude recuperarme, llegando incluso a poder llevarle algo de comida a mi padre. Entre los del equipo nos repartíamos los pocos alimentos que conseguíamos para mejorar el rancho. Comentábamos los vaivenes de la guerra que acabábamos de perder y el triste presente de un país bajo la férula del fascismo vencedor.
Las visitas a mi padre en su triste barracón, rodeado de otros internos tan desanimados como él, no eran nada alentadoras. No veía esperanza alguna de salvarse en aquel mundo dominado por los nazis. Estaba convencido de que los nazis perderían la guerra pero no veía perspectiva alguna para sí mismo.
En otoño de 1940 la bandera de la cruz gamada era enarbolada en las tres cuartas partes de Europa; la Wehrmacht controlaba Dinamarca, noruega, Francia, Bélgica, Holanda, Polonia y Yugoeslavia. La aviación alemana lanzó sus bombas sobre Coventry y en el gueto de Varsovia se apretujaban trescientos cincuenta mil judíos aislados del resto del mundo. Es comprensible que entre los internados en Gurs, casi todos judíos huidos de los nazis, imperase una atmosfera de fin del mundo. Semanas después mi padre fue trasladado a una especie de casa de recuperación cuyo nombre Récébédou[1] prometía una relativa mejora. Nos despedimos sin saber que sería para siempre. Fue enviado al campo de Le Vernet, lugar de triste y rígido régimen, donde pereció en circunstancias nunca aclaradas, de hambre o por enfermedad, pocos días antes de la liberación del mismo.
Mi aportación al trabajo de la lavandería no era excesiva, el jabón de guerra me perforaba la piel de las manos y tuve que dejarlo al poco tiempo, separándome de tan magníficos compañeros. Entré en el equipo de vaciadores de letrinas, trabajo sucio y pesado pero bien compensado con alimentos y un poco de libertad de movimientos que utilizaba para dedicarme al contrabando, comprando habichuelas y patatas a un campesino vecino para venderlas a los internados. El trabajo de las letrinas era pesado y asqueroso pero después de descargar las tinas en las fosas nos bañábamos y volvíamos a disfrutar de la vida.
LAS DISTINGUIDAS SEÑORAS DE BADEN Y LOS RUDOS EXILIADOS ESPAÑOLES. La epopeya de un extraño encuentro
El 24 de octubre de 1940 hubo quien enloqueció tras las alambradas al ver entrar mujeres en el campo. Hasta entonces las únicas féminas en Gurs eran la hija del comandante, soberbia e inasequible y la fea y seca señora de correos.
Desde lejos, mientras los camiones que las trasladaban se iban acercando por la carretera provincial, los españoles podían distinguir a algunas mujeres jóvenes y atractivas. Al pasar por la calle principal del campo, a pocos metros de distancia de los presos aparecían entre la multitud algunas caras frescas, rosadas, con el pelo rubio, aunque la mayoría de las recién llegadas eran ancianas, algunas incluso decrépitas; al bajar de los camiones aparecieron algunos niños de la mano de sus madres o abuelas.
¡Qué extraña caravana! Los españoles internados en Gurs desde hacía más de año y medio tenían la vista clavada en el triste espectáculo, sin comprender nada. No podían saber que Josef Buerkel, Gauleiter y Reichsstatthalter (jefe de distrito y gobernador), uno de los más fieles seguidores de Adolf Hitler, había decidido “limpiar Baden de judíos”.
Por aquel entonces Europa ya no recordaba los pogromos[2] de siglos pasados, aún no se hablaba de “depuraciones étnicas” y todavía no se conocía el holocausto.
La noche del 22 de octubre de 1940 la Gestapo secuestró a 6300 judíos en Baden y a 1850 en el Sarre. Se les sacaba de sus casas, de asilos y hospitales; el que no podía caminar era llevado en camilla. Las víctimas eran hombres que habían servido en el ejército alemán en la Primera Guerra Mundial, inválidos, enfermos, ancianos, médicos, comerciantes, arquitectos, abogados, empleados, humildes y ciudadanos destacados, todos de familias asentadas desde tiempos antiquísimos.
La mayoría de hombres capaces fueron llevados a los campos de Polonia para aprovechar su fuerza de trabajo; las mujeres, los niños y los ancianos fueron embarcados en vagones de ganado y entregados a las sorprendidas autoridades francesas que les trasladaron a los campos del sur de Francia. Acabábamos de verles llegar.
La medida estaba prevista como el inicio de una campaña más amplia que abarcaría toda Alemania. En un documento fechado el 30 de octubre de 1940 se cita el proyecto de expulsar a 260000 personas de todo el territorio del Reich y del protectorado de Bohemia-Moravia, la antigua Checoeslovaquia.
Al darse cuenta de la intentona alemana, las autoridades de Vichy presentaron su enérgica protesta en Berlín y consiguieron que las deportaciones fuesen suspendidas. Pero para entonces ya había llegado a Gurs el primer contingente de Baden y del Sarre.
Ese mismo mes de octubre se promulgaron las leyes antijudías en Francia y, a lo largo y ancho de la zona ocupada, miles de judíos fueron detenidos o internados. Unos dos mil hombres y mujeres fueron enviados a Gurs donde se encontraron con los judíos de Baden.
El campo de Gurs[3] se erigió en 1939 para acoger a la primera oleada de refugiados españoles republicanos. Era un vasto complejo de 382 barracones idénticos de 24m. x 2’5m, construidos para hospedar a cincuenta personas cada uno, aunque tenían capacidad para sesenta si fuera preciso. Cada veintidós o treinta barracones formaban un “îlot” (islote) separado del resto por una zanja y una cuádruple alambrada de púas. Estaba prohibido circular entre ellos.
Para impedir el contacto entre hombres y mujeres, el mando francés las instaló en los islotes más apartados ordenando que se reforzasen las alambradas ¡Como si aquellos hombres que habían pasado la guerra y tantas calamidades fuesen a arredrarse ante tales ridiculeces!
La primera noche no hubo zanjas ni alambradas que obstaculizasen el paso a los españoles de Gurs. Por todo el campo se olía “el perfume de las mujeres”. Aquellos hombres en nada se parecían a los novios y maridos que habían dejado en la lejana Alemania, no eran corteses, ni cariñosos, ni galantes; aquella primera noche carnal ni siquiera hacía falta conocer el idioma de la pareja.
Pasada la sorpresa de la inesperada acogida, en los días posteriores fue penetrando fatalmente el triste ambiente del campo en los barracones de aquellas mujeres acostumbradas a vivir en sus limpias casitas en un tranquilo rincón de Baden. De repente se encontraban viviendo apiñadas en un espacio de un metro de ancho, con una vecina a la derecha y otra a la izquierda, codo con codo, con un lavadero y una letrina común al aire libre y sin perspectiva alguna de salvación. Las más ancianas no tardaron en ir cayendo; la tasa de mortalidad era altísima. Faltaba higiene, había hambre y se propagaban las enfermedades.
Los españoles que la primera noche habían saltado las alambradas habían perdido el interés por las mujeres; la conquista había sido demasiado fácil.
Sin embargo hubo excepciones. Conocí a una pareja compuesta por un español y una chica de Baden que eran de lo más desigual que se pueda imaginar. Pero entre ellos había nacido el más puro amor. Él era un jornalero andaluz, inteligente, robusto, vivaz, criado en el campo y analfabeto. Ella era rubicunda, bien proporcionada, de buenos modales, educada para casarse con un buen señorito de su tierra llegado el momento.
Ni ella sabía español ni él alemán. Ignoro cómo se entendían pero el idioma no era un gran obstáculo. Les conocí el día que él me pidió ayuda en una disputa que tenían por cuestión de celos. Obviamente ahí no les bastaba el idioma común que habían inventado. Se resolvió la riña y siguieron como antes.
Ella se llamaba Ilse, no recuerdo el nombre de él. La muchacha vivía con su madre en el barracón. Ilse hubiera podido evitar la deportación y quedarse en su casa gracias a aquellas absurdas Leyes de Núremberg que convirtieron al pueblo alemán en ganado de cría, pero prefirió sumarse a las filas de las destinadas a la deportación para no abandonar a su madre.
Para aliviar su vida el andaluz acomodó el barracón donde vivían con unos cuantos objetos robados en cualquier rincón del campo. Al fallecer la vecina se apoderaron del espacio de la difunta y colgaron unas mantas, creando así un minúsculo refugio de intimidad. Con unas tablas conseguidas no se sabe dónde, el muchacho construyó dos camas, un arcón y unos estantes donde colocar los pocos trastos que poseían; incluso fue capaz de instalar una ducha con unas latas que había conseguido en la cocina. Ilse y su madre cosían, limpiaban y llevaban la casa.
Aquella pequeña isla de felicidad despertó las envidias de las demás mujeres. Hubo delaciones, malicias y riñas pero el español supo calmarlas a todas con unos regalitos.
Los españoles marcharon uno tras otro a trabajar en las Compagnies de Travailleurs Étrangers en la fortificaciónde la costa atlántica; debido a la creciente escasez de mano de obra se llevaron a varios grupos de españoles a trabajar a Alemania. Muchos de aquellos hombres de orientación antifascista fueron detenidos por la Gestapo y acabaron en campos de concentración alemanes. Seis mil republicanos españoles perecieron en el tristemente famoso Lager Mauthausen, hoy en territorio austríaco.
El idilio entre Ilse y su compañero terminó cuando a él se lo llevaron a trabajar a Alemania. Al quedarse solas se vieron privadas de todos sus privilegios. Las vi echadas en sus camas, apáticas como el resto, en sus estrechos habitáculos.
Con las lluvias otoñales el suelo se convirtió en un barrizal. Se veía a las viejas arrastrando penosamente los pies por el pegajoso barro, cada paso era una fatiga. Pero lo peor era la omnipresente hambre. Cuando llegaba la ración de pan el reparto se convertía en un drama, todas vigilando el procedimiento como si de un acto religioso se tratara.
Durante el invierno de 1940-1941 centenares de mujeres murieron de puro agotamiento; sus cadáveres fueron arrojados en fosas excavadas precipitadamente. Según los archivos, los muertos en Gurs entre 1940 y 1945 fueron 1187. La mayoría no moría a causa de una enfermedad diagnosticable sino de paulatina extinción, como dice una de las internadas, Hanna Schramm, en su libro Menschen in Gurs[4]. El deficiente servicio sanitario no era capaz de medicar las enfermedades más simples; contra el agotamiento y la desesperación no había remedio.
Los enterradores españoles trabajaban en dos turnos, cavando en el terreno fangoso con el agua hasta las rodillas. A veces se tuvieron que parar los entierros por falta de cajas ya que los carpinteros no podían suministrarlas al mismo ritmo de la muerte.
Entre los españoles y el resto de internos se había forjado una especie de solidaridad humana. Todos tenían una cuenta pendiente, unos por la ayuda que los nazis habían prestado a Franco, los otros por ser víctimas inocentes de ellos. Los españoles, muy concienciados políticamente y con su pasado de luchadores antifascistas, no estaban de acuerdo con personas más bien apolíticas cuyo único infortunio era su raza.
Durante 1942 la Gestapo visitó varias veces el campo. Al principio sólo les interesaban ciertos sospechosos pero con el paso del tiempo se volvieron más ambiciosos. Tras la Conferencia de Wannsee[5], a comienzos de 1942, empezaron las deportaciones masivas hacia Auschwitz y el resto de campos del este de Europa. El mando de Gurs entregó cada vez más personas a los servicios de transporte alemanes de Adolf Eichmann. El primer transporte constaba de quinientas veinticinco mujeres y cuatrocientos setenta y cinco hombres y salió en agosto de 1942; el último partió en marzo de 1944 con unas ochenta personas cuyas huellas se pierden, igual que las de los transportes anteriores, en algún lugar del este de Europa. El total de deportados entre 1942 y 1944 es de tres mil novecientos siete; muy pocos sobrevivieron.
Hasta que les tocó la triste suerte de los campos de exterminio de Alemania y Polonia, los prisioneros soportaron dos interminables inviernos en el lodo de Gurs.
En el cementerio erigido acabada la guerra fueron colocadas 1187 lápidas. En ellas están grabados los nombres de españoles, alemanes y polacos, mencionándose su edad y nacionalidad. Hay bebés de pocos días y ancianos de noventa años. Uno de los bebés tiene nombre español y apellido alemán, en otra de las lápidas se lee la nacionalidad: “cubano”. ¡Cuántas tragedias, cuantas odiseas esconden tales inscripciones!
Con el desembarco de las tropas aliadas en verano de 1944, los responsables franceses parecieron darse cuenta del riesgo que corrían si seguían colaborando con los alemanes y, poco a poco, fueron trasladando a los internados que quedaban a otros lugares de Francia. Los últimos españoles que quedaron en Gurs se pusieron en contacto con el maquis local y entregaron el control del campo a las autoridades civiles. Desde agosto de 1944 hasta fines de 1945 el campo de Gurs sirvió para confinar a unos 200 prisioneros de guerra alemanes y a 2000 colaboracionistas franceses. Fue desmantelado el 31 de diciembre de 1945.
En nuestros días son muchos los fugitivos que vagan por campos, prisiones y destierros. Sólo en Europa, las víctimas de depuraciones étnicas se cuentan por millones. Sin duda alguna, los campos del sur de Francia no son algo de lo que la Grande Nation pueda enorgullecerse.
Ahora me doy cuenta de la poca atención que presté a un acontecimiento sucedido en junio de 1944: la invasión de la Unión Soviética por los ejércitos de Hitler; no hay mención alguna de ello en mi diario. Lo que sí recuerdo es la reacción de algún funcionario del Partido que casualmente se encontraba en el campo; su cometario es remarcable: “Ahora veréis como el proletariado alemán se levantará. Eso no van a tolerarlo”
El proletariado alemán lo toleró todo, siguiendo a Hitler hasta las ruinas de Berlín; los trabajadores del Reich –cuyos padres combatían en las barricadas de Spartacus en el Wedding Rojo[6] sólo veinte años antes- vestían orgullosos el gris uniforme de la Wehrmacht y cumplieron su deber como soldados del Führer cuando triunfaba Alemania. Así vestidos participaron en la invasión, en la represión de los partisanos y en las redadas de judíos. Mujeres alemanas sirvieron en distintos países como secretarias y controladoras. No se lo reprocho ¿qué otra cosa podían hacer? La mayoría de esos soldados de las tropas de ocupación de la Wehrmacht eran personas como tú y como yo, sus actos fueron los habituales en los desastres.
[1] El campamento de Récébédou era un campo de internamiento para judíos y republicanos españoles ubicado en el municipio de Portet-sur-Garonne, al sur de Toulouse. En 1940 albergó a refugiados españoles republicanos y a judíos que huían de la zona ocupada. En febrero de 1941 se convirtió en un campamento hospital, una instalación semi abierta, pero las condiciones se deterioraron rápidamente a causa de la falta de equipos médicos, medicamentos y alimentación adecuada. La mayoría de los 739 internados son mayores de 60 años y sufren enfermedades graves. En invierno de 1941-1942 mueren 314 personas a causa del frío, el hambre y las enfermedades. Los supervivientes son trasladados a hospitales de la zona pero la mayoría acaban en los campos de exterminio de Drancy y Auschwitz. Fue cerrado oficialmente en octubre de 1942.
[2] Pogromo (del ruso pogrom, devastación) es el linchamiento multitudinario, espontáneo o premeditado, de un grupo particular, étnico, religioso u otro, acompañado de la destrucción o el expolio de sus bienes (casas, tiendas, centros religiosos…). El término ha sido usado para denominar actos de violencia sobre todo contra los judíos, aunque también se ha aplicado a otros grupos, como es el caso del linchamiento polaco contra las minorías étnicas (alemanes y ucranianos) en Galitzia.
[3] El campo de Gurs medía unos 1.400 metros de largo por 200 de ancho y tenía una superficie de 28 hectáreas. Lo atravesaba una única calle. A ambos lados de esta calle se hicieron parcelas de 200 metros de largo por 100 de ancho llamadas ilots que estaban separadas de la calle y entre sí por alambradas dobles formando un pasadizo por donde circulaban los guardias de exterior. En cada parcela se montaron 30 barracones, con un total de 382. Estaban construidos con tablones de madera muy delgados cubiertos por tela embreada, sin ventanas ni ventilación alguna. No protegían del frío y la tela embreada pronto dejó entrar el agua de lluvia. La comida era escasa y pésima, no había servicios sanitarios ni agua corriente. La zona era muy lluviosa y el campo no estaba drenado, al ser de terreno arcilloso se convertía en un lodazal permanente. En cada ilot había letrinas rudimentarias con grandes cubas donde se recogían los excrementos, que eran transportados en carros fuera del campo.
[4] Hanna Schramm, La gent de gurs. Memòries d’un camp d’internament francès (1940-1941). Con una aportación documental para la política de los emigrantes franceses (1933-1944). Georg Heintz 1977
[5] La Conferencia de Wansee fue la reunión de un grupo de representantes civiles, policiales y militares del gobierno de la Alemania nazi sobre la “solución final de la cuestión judía”. Los acuerdos tomados condujeron al Holocausto. La conferencia se llevó a cabo el 20 de enero de 1942 en la villa Gross Wansee situada junto al lago del mismo nombre, al suroeste de Berlín.
[6] Wedding Rojo (Der Rote Wedding) se refiere al barrio proletario berlinés de Wedding, baluarte de los comunistas alemanes. También es una canción de combate del Partido Comunista alemán (KPD), escrita en 1928, con letra de Erich Weinert y música de Hanns Eisler. Fue originalmente publicada en alemán en el libro “Canciones de las Brigadas Internacionales”, Barcelona, junio 1938, pág. 96 y reproducida posteriormente junto a la correspondiente traducción al español en “Cancionero de las Brigadas Internacionales”, Editorial Nuestra Cultura, Madrid 1978.