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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, del Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann. – 27. LE CHÂTEAU-POURRI

    El narrador llega a un castillo en Marsalés del Conde de Bony y trabaja en los establos, donde conoce a Régine, una criada polaca. Describe la vida en el castillo, incluyendo la crueldad en la cría de animales y las historias de los habitantes. También relata dos episodios significativos: su participación en un servicio religioso suizo y una visita a amigos franceses enseñantes en Jalletat durante la ocupación alemana.

    Ya era de noche cuando llegué a Marsalés. El castillo se erigía gris y solitario en un paisaje plano. La familia de Bony y la servidumbre estaban en la cocina, listos para retirarse. Me prepararon algo para comer, me presentaron al patrón, a la condesa, a las tres hijas, a las criadas y al capataz, Luís Requena, un refugiado republicano español con quien simpatice enseguida.

    Por la mañana empecé el trabajo limpiando de estiércol los establos, cargándolo en su depósito. Régine, la criada polaca, me llevó al establo. Había unas veinte vacas, unos terneros, un buey y Yolanthe, la vieja yegua, tan quebrantada que decidí bautizarla La Moribonde y darle todo mi afecto.

    Régine me explicó la cruel ley de ese mundo de cría de animales donde lo único que cuenta es el beneficio. Me presentó a cada una de las bestias con sus características, incluso a La Ruzzo, una torre de animal con cuernos anchos y afilados que me miró con desconfianza. Tuve que salir a arar con ese salvaje montón de carne acoplado bajo el yugo con la suave Raimonde. Fue una salida desastrosa al faltar la mano segura a la que estaban acostumbrados. Las vacas tiraban para donde les parecía, yo me enfadé y les pegué con el bastón y ellas empezaron a correr arrastrando el arado hasta que Régine se compadeció y calmó a los excitados animales con unas tranquilas voces.

    Imagen generada por IA

    Régine se casó con un peón polaco, a las pocas semanas vino a visitarnos y nos dijo que “tout va très bien, il  m’ha donné la première bastonnade” (todo va muy bien, me ha dado la primera paliza). Su compañera, la pretenciosa Lucienne, quedó embarazada de un argelino que no dejó otra huella en Marsalés; Lucienne desapareció de la escena.

    El patrón, M’sieur, un anciano minúsculo y seco, se jactaba de sus ochenta y cuatro años, solía decir: “J’ai l’âge du Marechal” (tengo la misma edad que el Mariscal) refiriéndose a Pétain, jefe del estado por la gracia de Adolf Hitler. Para no correr riegos, su hijo, abogado en París, era partidario de De Gaulle. Los domingos solía ir a misa en el viejo carruaje, sentado al pescante y tocando de vez en cuando al animal con el látigo. Uno de esos domingos, La Moribonde, cansada de tanto trote se tumbó en plena plaza mayor mientras M’sieur estaba en misa y tuvieron que llamarnos para levantar al pobre animal ante las risas de todo el pueblo. Me confiaron a La Moribonde en sus últimos días y M’sieur me autorizó a mezclar una botella de ron con su avena, así se fue tranquila al cielo ecuestre.

    Hay dos episodios de mi estancia en el castillo que merecen ser contados.

    Los domingos la familia solía ir a misa a la catedral vecina y me dispensaron de acompañarles al ser protestante, proponiéndome participar en el servicio de una familia suiza que vivía en una granja a cinco o seis kilómetros de distancia. Me prestaron una bicicleta y los suizos me acogieron gustosamente, sentándome a la mesa familiar donde se charlaba de todo un poco. A mi lado se sentaba un simpático señor que contó la historia de un sacerdote alemán que estaba en un campo de concentración por haberse opuesto al régimen nacionalsocialista; un día la Gestapo le propuso liberarle a condición de jurar lealtad al régimen a lo que el cura se negó, volviendo a su cautiverio. La escena volvió a repetirse y el hombre volvió a declarar que sólo debía lealtad a Dios. Pagó su convicción con la vida. El hombre acabó la narración rezando un padrenuestro. Así se desarrolló el servicio religioso en la Francia ocupada en 1942.

    El otro episodio trata de una visita que me facilitaron que hiciese a los amigos franceses enseñantes en Jalletat, en verano de 1942.

    Durante la guerra de España unas chicas francesas habían apadrinado a unos miembros de las Brigadas Internacionales; mi madrina de guerra era de Luneville, en Alsacia, iniciando una correspondencia rudimentaria por desconocimiento del idioma. Al comienzo de la ocupación alemana Madeleine se fue al maquis, viviendo escondida, y encargó que mantuviesen el contacto a una pareja de enseñantes en una escuela primaria rural de la Creuse, en la Francia central,.

    En casa Tixier me acogieron con todo cariño. Pasamos unos días en un ambiente confiado, visitamos a los parientes, unos campesinos amables y muy conscientes. Los Tixier habían invitado a una amiga también enseñante con la que manteníamos discusiones sobre la desesperada situación política y el papel que nosotros jugábamos en ella.

    Lily y yo nos sentábamos ante la chimenea encendida, ambos deseosos de cariño en un presente cruel y repugnante. Lily tenía un  carácter introvertido y estaba dispuesta a sacrificarse pero no era luchadora; de nuestro vínculo no surgió actividad combativa de ningún tipo.