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    UN LARGO VIAJE A TRAVÉS DEL REVUELTO SIGLO XX, Brigadista Internacional Austríaco Gerhard Hoffmann – 1.PREFACIO

    En el prefacio se explica como llegó a labrarse la publicación de esta obra en la que, el autor, nacido en Austria en 1917, explica un relato autobiográfico de sus vivencias del siglo XX marcado por la guerra, la dictadura y el exilio. El contacto con un celador y dos hermanos de Sant Boi lo hicieron posible.

    Es importante publicar estos escritos como un acto de justicia, especialmente en el contexto político y anímico actual de Europa.

    Octubre de 2008. Llega una mujer mayor en silla de ruedas al Hospital de Bellvitge. Parece que ha tenido una caída. Sus acompañantes, un voluntario y Gerhard Hoffmann, la escoltan hasta llegar a urgencias. No tarda en correrse la voz: son brigadistas internacionales. Ella, mujer de uno ya fallecido, y Gerhard, uno de los dos brigadistas austríacos que siguen con vida. Continúan instalados en la persistente y atenta mutación que exige la verdadera solidaridad de los perturbados[1]. Por eso están ahí. Saben y sienten la diferencia entre caridad y virtud. Mientras la caridad es momento de alivio, una reacción lúcida y certera, la virtud construye: es internacionalismo, humanismo marcado a perpetuidad. Son ellos, los conmovidos, testimonios vivos, médiums capaces de hacer ver al prójimo que aquellos que padecen la mayor de las injusticias son una posibilidad latente para todos nosotros. De ahí que pugnasen y pugnen aún deliberadamente por desembarazarse de la opción del desastre de la ortodoxia fascista como una vía política posible. Danzan vivaces por el hospital. Orgullosos, ataráxicos, meritorios de una muerte que los abrazará en breve. Ellos y todos los demás brigadistas han acudido a Cataluña desde sus distintos pueblos, pues se cumple el setenta aniversario de su multitudinaria despedida popular en Barcelona (28 de octubre de 1938). Diego, celador al que llega la noticia, corre presto en búsqueda de ellos, pues no quiere dejar pasar la posibilidad de saludarlos. En realidad, lo que anhela es contagiarse de la generosidad que todos ellos derrochan. Ciertamente siente que le va la vida en ello. Que tiene la oportunidad de dar un sentido transcendental al tatuaje que hace años se hizo en el hombro izquierdo: la estrella de tres puntas,el emblema de los brigadistas. En ocasiones, cuando está en su casa, lo mira en el espejo y siente cierta fuerza. La energía propia de todos aquellos voluntarios que acudieron a socorrer a la República en la última guerra romántica. Poetas, estudiantes, aventureros… Jóvenes solidarios que vinieron a España a luchar contra la oscuridad y el totalitarismo encarnando lo mejor del ser humano: la fraternidad, el sacrificio, los valores, la dignidad. Cuando Diego estuvo delante de Hoffmann se encontró ante un anciano de noventa y dos años. Alto y delgado. Su cuerpo había envejecido, contaba con las marcas propias del tiempo. Pero había algo que no había cambiado en aquel hombre. Eran sus ojos, su mirada. Sus pupilas aún conservaban la determinación, el idealismo y la fuerza de aquel joven que cruzó el río Ebro en 1938. Diego quiso comprobar por sí mismo si era cierto que aquellos ancianos eran brigadistas. Miró fijamente a Hoffmann, agarró el lado izquierdo de su chambra de celador y la deslizó firmemente hacia abajo. Apareció la estrella de tres puntas y los ojos del brigadista brillaron más que nunca. Gerhard informó al joven custodio de los actos de homenaje que se iban a suceder durante esos días, y le instó a que no dejara de acudir. Diego me relató muy emocionado lo sucedido y sentimos la obligación y la responsabilidad de ir juntos al próximo acto de homenaje que se iba a celebrar en Sitges. Fue mi primer contacto con Gerhard y con el colectivo de los brigadistas. Jamás olvidaré el momento en que ellos se levantaban como podían de sus sillas de ruedas para cantar el Himno de Riego.

    Diego y Hoffmann

    Diego, ya algo más sereno, quiso escribir y entregar una carta de agradecimiento a Gerhard. Había sentido un fuerte magnetismo hacia su ser y tenía la necesidad de intentar expresárselo mediante la palabra escrita. Quería agradecerle la lucha y el sacrificio. Quería que supiera de su puño y letra que aquellos valores e ideas universales por los que habían luchado en aquella batalla infatigable, habían calado. Así, con la misiva en mano, acudió Diego al último acto de homenaje que se iba a dar en Barcelona. Pudo allí disfrutar de un grupo de música que recreaba canciones republicanas. Observó como los ancianos brigadistas se levantaban, bailaban, alzaban con dignidad y orgullo el puño al cielo. Se quedó bloqueado por la emoción. Se quedó clavado junto a una columna, testigo consciente del alcance del momento único que estaba viviendo. Al ver a Hoffmann, lo miró, estiró su brazo nervioso y le entregó la carta. Le dijo estremecido que no la leyera ahora, que lo hiciera cuando llegara a Austria. Le dijo modestamente al entregársela que tan sólo era una carta de agradecimiento por haber venido a España a luchar con nosotros. Al poco rato pudo ver entre el grupo de ancianos a uno que se levantaba de su silla con un papel en la mano y que buscaba a alguien con nerviosismo. Era Gerardo. Las miradas, igual que en el hospital, se encontraron. Se dirigió presto, con lágrimas en los ojos, hacia la columna donde el joven celador se apoyaba, ya que las piernas no tenían la fuerza suficiente para sostenerle. Había leído el escrito que Diego le había entregado y no quería dejar correr la oportunidad de intercambiar unas palabras con él. Unas palabras llenas de humildad y sabiduría. Tras apremiarle a que le firmara el escrito, le pidió perdón por haber perdido la guerra, le dijo que ellos habían hecho todo lo posible, pero que no pudo ser. Después dijo algo que a Diego se le quedó grabado en el corazón. Le dijo que lo importante en la vida era “ser humanamente honrado”. Después se fundieron en un abrazo. Nunca más se volvieron a ver.

    Milena, Gerhard, Ibán y Angel

    Años más tarde, empujados por el recuerdo imborrable de esas jornadas vividas en Barcelona, yo y mi hermano Ángel visitamos a Gerd en su Austria natal. Lo hicimos no sin acudir antes al campo de concentración de Mauthausen, donde también teníamos pendiente una convocatoria ineludible con la historia. Allí estuvo preso Antoni Roig Llivi[2], un camarada barcelonés ya fallecido, al que tuvimos la oportunidad de conocer en persona años antes. Recorrimos apesadumbrados, a la vez que sagaces, todo el campo: los barracones, el crematorio, la cámara de gas, la cantera de piedra donde tantos y tantos reclusos fueron exterminados. Sin duda la visita supuso para nuestras almas una sacudida indigerible. Ya en el coche, con contados monosílabos saliendo de nuestras bocas, nos dirigimos hacia Markt Piesting, donde Gerhard Hoffmann pasó los últimos años de su vida junto a su compañera Milena. Allí nos recibió amistosa y animosamente con la bandera republicana luciendo en la fachada de su casita. Estaba pletórico con nuestra visita. Recuerdo perfectamente su figura saliendo a la calle con un enorme teléfono inalámbrico. Veía que no llegábamos y nos llamó preocupado. Recuerdo como al final de la jornada nos regaló los textos que presentamos en este volumen. Y lo hizo después de recibirnos, tras invitarnos a comer ciervo y compota de frutos rojos en un magnífico restaurante, tras comprarnos unos víveres y unas cervezas austríacas en un supermercado cercano. Pero ante todo y sobretodo, y aún después de la tragedia que él y toda su familia había padecido, lo hizo tras demostrar su virtuosa generosidad y humanidad, un verdadero espejo para todos nosotros.

    Hoy, tras custodiar durante estos años sus textos como oro en paño, podemos decir que con la publicación de sus escritos emprendemos desde el mundo editorial un acto de justicia superlativo. Aún más fundamental si cabe si tenemos en cuenta la actual situación política y anímica de la vieja Europa.  

    Ibán Arévalo

    Barcelona 26 de septiembre de 2016


    [1] Patočka, J., Ensayos heréticos sobre la filosofía de la historia, Barcelona, Ediciones Península, 1988, p.160.

    [2] Para conocer la historia de Antoni Roig Llivi, capturado en Mauthausen con el número de preso 5722 por apátrida español, ver: Arévalo, I., Clavero, J., Cornellà, J, Momblán, D. [Marc Santboià]. (2002). Antoni Roig, Persona íntegra i model de dignitat. Recuperado de https://youtu.be/f-yT_1ziTqo

    Antoni Roig, Persona íntegra i model de dignitat

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    Memoria y lenguaje como base del hombre moral en Epicuro


    El recuerdo del que habla Epicuro en su carta a Idomeneo nos conduce
    a la memoria, otorgando a la vida un sentido de plena felicidad. Una felicidad
    que supera cualquier dolor.
    Para
    Epicuro, es inútil basar el logos en
    el mito. No será éste, si así actuamos, un logos
    propio de la verdadera filosofía. Y el pensamiento platónico, según Epicuro, no
    ha destronado al mito, pues todavía está vinculado con lo legendario. Su
    filosofía está enraizada en esas narraciones, las cuales tienen un gran valor
    de sugestión.
    Es
    importante recordar que los mitos se han conservado a través de los poetas y no
    a través de los filósofos, lo cual nos hace ver cuán diferente es el origen del
    discurso poético al del mundo filosófico.
    Pitágoras
    ya identificó a la memoria con la mónada
    que limita al apeiron. Lo aprisiona
    dando estabilidad y firmeza. Y de esta concepción es sucesor el propio Epicuro.
    Mnemósine, por Dante Gabriel Rossetti.
    La
    Diosa Mnemósine, hija de la Tierra y
    el Cielo, tiene como hijas a las Musas, las que en la antigüedad gozaban de los
    poderes responsables que hacían que los poetas recordasen los contenidos de sus
    relatos. El propio verbo recordar significa propiamente saber. Mnếmē, memoria, es conservación de
    una sensación, y por tanto, la Diosa simbolizaba la representación del universo
    mental. Ese era su valor. Ese saber, ese recuerdo que era visión. Visionamos,
    sacamos a la luz aquello que estaba oculto.
    Platón
    intenta racionalizar a Mnemósine concediéndole
    un papel semejante al que le han concedido religiosidades como la órfica. No
    reniega del origen mítico de estas creencias, por eso recuperará ciertas
    tradiciones epistemológicas mitológicas dentro de cierta religiosidad. Será la
    memoria un instrumento para el ejercicio filosófico. Para Epicuro, en cambio,
    la memoria jugará un papel completo, sistemático y desde un enfoque
    profiláctico, pues así lo necesita el hombre epicúreo. Aboga por recuperar aquello
    ocultado, lo olvidado, la alétheia. Así
    la memoria se va a construir tanto en el logos,
    como en el ortho logos que lleva a la
    acción.
    Hay
    pues para Platón un conocimiento por parte de una gente y otro por parte del
    sabio.

    Epicuro
    lo que hace a través del hedonismo es barrer el objeto e impedir la
    construcción de un lenguaje que no remita a la naturaleza humana. Sabiendo que
    el hombre en el logos puede
    establecer una relación correcta, nos podremos entender. Establece la
    existencia de nociones comunes. Una base sólida sobre la que construir una
    comunidad que convierta en significativo el lenguaje. Las prolepsis juegan esta función, de ahí que si queremos entender de
    un modo total la filosofía de Epicuro debamos conocer a pie juntillas, y de
    modo propedéutico, su planteamiento físico.
    Así
    pues, todo lo que al hombre le interesa está contenido en el lenguaje. De ahí
    que insista tanto en el bienestar del vientre para afianzar la importancia de
    la sensibilidad para la comunicación y por tanto para el placer.
    A
    través del lenguaje el hombre puede intervenir en su constitución física.
    Interviene en el levantamiento de esas murallas, pues recordemos que para
    Epicuro la filosofía es esa actividad que con discursos y razonamientos procura
    la vida feliz. Es donde se proyecta la realidad individual: el hombre moral. Está
    sus manos, pues es capaz de intervenir en el orden de su estructura atómica gracias
    al lenguaje, el admitir o rechazar las palabras. Será cosa suya aceptar o
    resistirse a las imágenes transmitidas que le benefician o le perjudican. El
    hombre moral rehusará pues el lenguaje de los falsos fines, propios de la
    política, de los artificiales discursos que muestran multiplicidad de fines
    distintos al verdadero y único fin posible, la felicidad.
    En
    la prudencia va a consistir la buena administración del lenguaje. Antídoto y
    terapia. Del mismo modo que el veneno de la serpiente puede curar o matar en
    función de la dosis, el lenguaje vacío puede ser un veneno contaminante, mientras
    que el lenguaje verdadero advierte contra este primero y habla del modo de
    proceder ante el placer y el dolor: hay un logos
    único y común entre amigos pues se regula la dosis de placer y dolor.

    No
    es el filósofo un asceta pues el logos es
    principio activo. Se abre así toda posibilidad para la vida entre semejantes.

    Ibán Arévalo Bernabé