El recuerdo del que habla Epicuro en su carta a Idomeneo nos conduce
a la memoria, otorgando a la vida un sentido de plena felicidad. Una felicidad
que supera cualquier dolor.
Para
Epicuro, es inútil basar el logos en
el mito. No será éste, si así actuamos, un logos
propio de la verdadera filosofía. Y el pensamiento platónico, según Epicuro, no
ha destronado al mito, pues todavía está vinculado con lo legendario. Su
filosofía está enraizada en esas narraciones, las cuales tienen un gran valor
de sugestión.
Es
importante recordar que los mitos se han conservado a través de los poetas y no
a través de los filósofos, lo cual nos hace ver cuán diferente es el origen del
discurso poético al del mundo filosófico.
Pitágoras
ya identificó a la memoria con la mónada
que limita al apeiron. Lo aprisiona
dando estabilidad y firmeza. Y de esta concepción es sucesor el propio Epicuro.
Mnemósine, por Dante Gabriel Rossetti.
La
Diosa Mnemósine, hija de la Tierra y
el Cielo, tiene como hijas a las Musas, las que en la antigüedad gozaban de los
poderes responsables que hacían que los poetas recordasen los contenidos de sus
relatos. El propio verbo recordar significa propiamente saber. Mnếmē, memoria, es conservación de
una sensación, y por tanto, la Diosa simbolizaba la representación del universo
mental. Ese era su valor. Ese saber, ese recuerdo que era visión. Visionamos,
sacamos a la luz aquello que estaba oculto.
Platón
intenta racionalizar a Mnemósine concediéndole
un papel semejante al que le han concedido religiosidades como la órfica. No
reniega del origen mítico de estas creencias, por eso recuperará ciertas
tradiciones epistemológicas mitológicas dentro de cierta religiosidad. Será la
memoria un instrumento para el ejercicio filosófico. Para Epicuro, en cambio,
la memoria jugará un papel completo, sistemático y desde un enfoque
profiláctico, pues así lo necesita el hombre epicúreo. Aboga por recuperar aquello
ocultado, lo olvidado, la alétheia. Así
la memoria se va a construir tanto en el logos,
como en el ortho logos que lleva a la
acción.
Hay
pues para Platón un conocimiento por parte de una gente y otro por parte del
sabio.

Epicuro
lo que hace a través del hedonismo es barrer el objeto e impedir la
construcción de un lenguaje que no remita a la naturaleza humana. Sabiendo que
el hombre en el logos puede
establecer una relación correcta, nos podremos entender. Establece la
existencia de nociones comunes. Una base sólida sobre la que construir una
comunidad que convierta en significativo el lenguaje. Las prolepsis juegan esta función, de ahí que si queremos entender de
un modo total la filosofía de Epicuro debamos conocer a pie juntillas, y de
modo propedéutico, su planteamiento físico.
Así
pues, todo lo que al hombre le interesa está contenido en el lenguaje. De ahí
que insista tanto en el bienestar del vientre para afianzar la importancia de
la sensibilidad para la comunicación y por tanto para el placer.
A
través del lenguaje el hombre puede intervenir en su constitución física.
Interviene en el levantamiento de esas murallas, pues recordemos que para
Epicuro la filosofía es esa actividad que con discursos y razonamientos procura
la vida feliz. Es donde se proyecta la realidad individual: el hombre moral. Está
sus manos, pues es capaz de intervenir en el orden de su estructura atómica gracias
al lenguaje, el admitir o rechazar las palabras. Será cosa suya aceptar o
resistirse a las imágenes transmitidas que le benefician o le perjudican. El
hombre moral rehusará pues el lenguaje de los falsos fines, propios de la
política, de los artificiales discursos que muestran multiplicidad de fines
distintos al verdadero y único fin posible, la felicidad.
En
la prudencia va a consistir la buena administración del lenguaje. Antídoto y
terapia. Del mismo modo que el veneno de la serpiente puede curar o matar en
función de la dosis, el lenguaje vacío puede ser un veneno contaminante, mientras
que el lenguaje verdadero advierte contra este primero y habla del modo de
proceder ante el placer y el dolor: hay un logos
único y común entre amigos pues se regula la dosis de placer y dolor.

No
es el filósofo un asceta pues el logos es
principio activo. Se abre así toda posibilidad para la vida entre semejantes.

Ibán Arévalo Bernabé